Illa salió en la televisión serio y salpicado, como un médico tras una mala amputación, pero la decisión de intervenir Madrid no iba a salir de él. Eso sí, nos va preparando con su gesto de celador triste o de padre sufrido. Más le duele a él, parecía decir mientras enseñaba la mano de padre como un guante inflado. No hubo negociación ninguna, sino sólo otro póker de caras entre banderas, mesas y ecos de palacio de congresos. El Gobierno no tiene intención de moverse de su postura, que es el aparatoso cierre de Madrid como si fuera un gran piano de piedra. Tampoco tiene intención de hacerlo Ayuso, que sigue diciendo que las cifras mejoran y que con un cierre la ruina no va a dejar ni huesos para que el virus los roa. Nadie cede, pero el que tiene el resorte de la guillotina es Sánchez, y es al que esperan todos, incluidos los muertos y los tiesos para terminar de morirse burocrática y patrióticamente.
Todo depende de Sánchez, por supuesto. Por eso Illa no descubrió nada en su comparecencia, para la que se trabajó serenos gestos de desaliento, así de médico rural en un parto con quinqué. La ciencia también se hace poniendo caras y tonillo, como cuando te están leyendo los resultados de un análisis de sangre. Las cifras no suenan igual si el ministro de aires más lúgubres, con un traje siempre como de un Mortadelo funerario, ya te está poniendo voz de decepción y de inevitabilidad. “Ya vamos tarde”, decía lentamente, como el que efectivamente siempre llega tarde.
Puede que a Sánchez no le convenga entrar ahora en Madrid arruinando a todos los bares de pepitos y hermanando en el cabreo al currito de Vallecas con el de Chamberí
Illa quería hacer ciencia, traer cifras, pero tuvo que escogerlas bien. Me sorprendió que, antes que nada, mencionara las cifras en bruto más extremas, el total comunicado por la Comunidad de Madrid de todo el fin de semana. Un total sin el desbrozado que ellos mismos inventaron, o sea descontando test pasados o datos obsoletos. Más de 13.000 nuevos contagios, el número más alto comunicado nunca por la comunidad, insistió Illa. Sin embargo, el total desbrozado es de 4304 (datos de la CAM). Y en el gráfico que el propio ministerio proporciona, la curva de Madrid desciende claramente. Como el número reproductivo básico (1,04 es la última cifra que encuentro, del día 18). Igualmente, ha disminuido el número de nuevos ingresos hospitalarios y en UCI en la última semana (un 66% y un 11%). También mencionó Illa los muertos, con su cara tan preparada para eso. Pero los muertos vienen con su radiografía de semanas pasadas, son el dato menos instantáneo. Illa, sí, iba tarde.
Madrid está muy lejos de ser una fiesta o un apacible atolón de los de Simón metiendo la cabeza. Sin embargo, uno sigue pensando que una decisión como la del cierre de la ciudad en su nicho neoclásico requeriría otros datos más contundentes y vertiginosos, sobre todo con las cifras mejorando y las últimas medidas aún recientes. Illa tenía que rebuscar en los datos como en el potaje, para sacarte la hebra o la piedra, arrugando la nariz y soplando sobre las estadísticas como sobre el cucharón, pero dejaba muchas sospechas, como cuando el potaje te lo hace una bruja con esa misma cara. En realidad, lo único que tienen es eso de los 500 contagios, cifra que parece que la ciencia ha grabado de repente con números romanos con sus propias alas, como en un arco de la victoria, un número que viene ya con antigüedad y sentencia, aunque sea nuevo. Pero recordemos que la ciencia aquí son Illa y Simón, que no hay más, que cuando entraron a la reunión España entera notó una hondonada y una ausencia en el saber pandémico, un vacío como cuando alguien se levanta de la cama o cuando se muere un jedi.
Illa sólo iba preparando el terreno, así con su estilo, como a paladas de ceniza. Lo que estamos esperando es que Sánchez tome la decisión, en un consejo de ministros o tras la aparición de sí mismo en un espejo o en un establo, como ante la Virgen grávida. El destino de Madrid parece escrito, o realmente lo hemos visto escrito. Quiero decir que es una ópera muy cara de banderas, espadas, bailarinas y sangre sobre tigres de seda, y eso tiene que terminar en un gran platillazo y en esos saludos dracúleos del tenor, o sea de Sánchez. Pero esa ambigüedad de Illa, amparada en una forzada tristeza; ese Illa al que le faltó decir que se iba ya a acostar sin cenar porque no tiene ganas de nada, quizá nos indica que Sánchez se lo puede estar pensando.
Puede que a Sánchez no le convenga entrar ahora en Madrid arruinando a todos los bares de pepitos y hermanando en el cabreo al currito de Vallecas con el de Chamberí y hasta el de Núñez de Balboa. Más cuando, insisto, Sánchez no va a traer nada maravilloso, sólo esa llave de convento, como la de un cinturón de castidad, para otro encierro medieval. Sánchez tomará el control, pero no por ello veremos aparecer tantos rastreadores que los saludaremos como al cartero, ni miles de nuevos médicos, todos ya felices como dentistas de cartel; ni el ambulatorio se llenará otra vez de inocentes orzuelos, ni los metros parecerán limusinas. Los madrileños sólo se verán sin curro y con el huevo de zurcir en la mano, justo cuando la curva se empezaba a doblegar. Y ya seguros de que la segunda nueva normalidad será aún peor que la primera. A lo mejor Sánchez se está pensando si le merece la pena ese castillo de rojo gallera o rojo ópera que sería ahora Madrid en sus manos. Por eso mandó por delante a Illa avisando del castigo, como ese padre que quizá sólo quiere olvidar el guantazo, que le va a doler más a él. En eso piensa Sánchez, en lo que le va a doler a él en su cuello soltar la guillotina sobre Madrid.
Illa salió en la televisión serio y salpicado, como un médico tras una mala amputación, pero la decisión de intervenir Madrid no iba a salir de él. Eso sí, nos va preparando con su gesto de celador triste o de padre sufrido. Más le duele a él, parecía decir mientras enseñaba la mano de padre como un guante inflado. No hubo negociación ninguna, sino sólo otro póker de caras entre banderas, mesas y ecos de palacio de congresos. El Gobierno no tiene intención de moverse de su postura, que es el aparatoso cierre de Madrid como si fuera un gran piano de piedra. Tampoco tiene intención de hacerlo Ayuso, que sigue diciendo que las cifras mejoran y que con un cierre la ruina no va a dejar ni huesos para que el virus los roa. Nadie cede, pero el que tiene el resorte de la guillotina es Sánchez, y es al que esperan todos, incluidos los muertos y los tiesos para terminar de morirse burocrática y patrióticamente.
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