Está en bucle el bicho, que se da una segunda vuelta gratis en el tiovivo de nuestras narices. Están en bucle los indepes, que regresan a sus monedas e historias de pecio con cada marea. Está en bucle la política, que vuelve no ya al Frankenstein sanchista, sino a los ropones con carné del felipismo, a las autonomías preautonómicas de Manuel Clavero, a renombrar las calles como navíos capturados, a Franco como al Tío Camuñas, a las repúblicas con moño pasionario y el puñito de clase como con el arroz justo para el plato. Sólo sabemos repetirnos, en la historia, en la política, en el arte y en el fútbol.

Vuelve un 98 sin noventaiochistas, vuelven los sargentones de salivazo, vuelven las dos Españas fernandinas, goyescas, no machadianas porque Machado ya vio una tercera, como Ortega, como Unamuno también, la tercera España que siempre pierde, que siempre se olvida. Vuelve la polarización en tiempos del bit y del Facebook (la polarización es puro algoritmo para optimizar la publicidad), vuelve el cólera en tiempos del selfi y del poliamor y la gente se puede morir de un beso del coronavirus como si fuera de Violetta Valery. Vuelve la depresión, vuelven las uvas de la ira, las colas del hambre, las monjas con caldo de pollo y mendrugo con pelusa de relicario, volverán hasta el estraperlo y la achicoria, mientras los políticos parecen hacer guerras de maquetas, actuando como soldaditos de plomo.

Vuelve el mito de la sangre o de la tierra, de la raza o de la tribu, de las naciones románticas y locas que se sienten como entrañas, frutos puros y duros de la naturaleza como una cordillera, naciones como paridas por dioses, naciones no como artificios civilizatorios, naciones no de ciudadanos regidos por leyes sino naciones ya dadas por el destino, un destino con héroes de enagüilla, como si fueran Eneas.

Vuelven la depresión, las uvas de la ira, las colas del hambre, mientras los políticos parecen hacer guerras de maquetas, actuando como soldaditos de plomo

Vuelven las águilas de bronce y las guirnaldas de fuego. Vuelve el populismo, la rata de la cochambre y la desesperación, siempre contraponiendo un pueblo verdadero y castigado a unos usurpadores y parásitos. Vuelve con su judío o su burgués que ahora se llaman de otra forma pero son lo mismo. Vuelve con la fuerza bruta y peñascosa de la gente como algo más allá de la soberanía democrática, algo más allá del ciudadano, algo que posee voluntad histórica propia y una legitimidad superior que se dice democracia siendo lo contrario a la democracia.

Vuelve Weimar, vuelven Las Hurdes, vuelve el 36, vuelve 1984, vuelve Núremberg, vuelve el Alcázar, vuelven los caudillos con roña o con morritos calientes, vuelven los revolucionarios de tajada y gulag, vuelve la peste, vuelven los últimos de Filipinas, vuelve el carro de heno del Bosco, vuelve la danza macabra, vuelve el librito de Mao para analfabetos, vuelve la barba de fauno con metralleta de Fidel, vuelve el moco de Arias Navarro, vuelve Tejero con su cabezón y su bigote como un mocho atascado en el escurridor, vuelve el Puente de los Franceses, vuelve la casa de empeño, vuelve la parra como único veraneo, vuelve el enemigo del pueblo, vuelve el traidor de clase, vuelven los virreyes con plumas, vuelve el carbonero sentimental, vuelven los sofistas, vuelven los juicios de brujas y la teología aciaga de los juicios de brujas.

Antes se decía lo del eterno retorno de Nietzsche, que en realidad nadie entendía, y ahora se dice que estamos o entramos en bucle. Aparte ciertas melancolías de las naciones con Adán o con gitana de mueblecito bar, creo que los españoles no nos repetimos tanto por melancolía sino por mala memoria. Claro que antes la verdad importaba, al menos había que ir dando tiempo para el olvido, con su cosa de telaraña en la cabeza, o para moldear la nueva memoria de los jóvenes, que aún sigue siendo cera como cuando las tablillas romanas. Ahora la verdad no importa, cada día niega al anterior sin que a nuestros gobernantes les cueste nada. Ésa parece ser la única novedad.

Estamos en bucle sin movernos de donde ya estamos. Y no veo que esto le convenga a nadie más que al bicho y a Sánchez

El bicho va por su segunda ronda, invitado a todas las juergas y a todas las reyertas. Ha vuelto porque tenía que volver, porque nunca se hizo nada para que no volviera, pero ahora el sanchismo lo ha incorporado a todo lo demás que vuelve, como a la tuna española que es esta política nuestra o ya suya.

Vuelve el virus como otro agravio vendible o comprable, como vuelve el indepe catalán con ese berrinche eterno de no poder ser francés (Borges), como vuelve la España del bieldo y la garrocha, de los muertos y las lindes. Aquí nos repetimos mucho, pero nunca había vuelto todo y tanto a la vez. Vuelve la cretona, vuelve el niño ruiseñor, vuelven los colilleros, vuelven los comunistas de morral y dacha, vuelven los fachillas de borloncillo como costureras patrióticas, vuelven los racistas de la pela o del berreo, vuelven el esperpento y la bohemia, vuelven las milicias, vuelve la mugre de quinqué, vuelve el ricino. Estamos en bucle, cada uno en el suyo y todos en el común, como esos tiovivos de tazas. Estamos en bucle sin movernos de donde ya estamos. Y no veo que esto le convenga a nadie más que al bicho y a Sánchez.

Está en bucle el bicho, que se da una segunda vuelta gratis en el tiovivo de nuestras narices. Están en bucle los indepes, que regresan a sus monedas e historias de pecio con cada marea. Está en bucle la política, que vuelve no ya al Frankenstein sanchista, sino a los ropones con carné del felipismo, a las autonomías preautonómicas de Manuel Clavero, a renombrar las calles como navíos capturados, a Franco como al Tío Camuñas, a las repúblicas con moño pasionario y el puñito de clase como con el arroz justo para el plato. Sólo sabemos repetirnos, en la historia, en la política, en el arte y en el fútbol.

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