El reciente positivo por Covid-19 de Donald Trump junto al de su sufrida esposa, Melania, termina por evidenciar en toda su crudeza la absoluta desnudez -como en la fábula de Andersen- de todos cuantos “emperadores” siguen, a lo largo y ancho del globo, practicando esa “antipolítica” que ni siquiera en las peores catástrofes, y esta lo es, son capaces de dejar a un lado sus egoísmos particulares y partidistas en pro del bien común y del interés de los ciudadanos.
El impacto de la noticia ha sido brutal. Donald Trump se convierte, de hecho, en el paciente con mayor perfil a nivel mundial de una pandemia que se ha llevado por delante ya la vida de más de un millón de personas en todo el mundo. El momento además no ha podido ser peor para el… ¿”mandatario”? norteamericano; falta apenas un mes para el emblemático “primer martes después del primer lunes de noviembre” en el que los estadounidenses están llamados a elegir entre más de lo mismo (Trump) o una ruptura total (Biden) con los controvertidos modos y maneras de un dirigente que pasará a la historia de la humanidad como uno de los más excéntricos, tal vez -no exagero- solo superado por algunos emperadores romanos, que hacían ley de sus locuras y caprichos.
Nadie sabe muy bien aún, en estos primeros compases tras el anuncio de la infección de Trump cómo afectará a la campaña electoral. Sí es evidente que deberá pasar unos días, no menos de diez, aislado.
Habrá que estar atentos; un hombre con un sobrepeso evidente (más de 110 kilogramos a pesar de sus 190 centímetros de estatura) y una edad que supera los 70 años se encuentra, sin duda, entre uno de los perfiles de mayor riesgo en lo que a esta infección se refiere.
Trump, el último “Napo", pero hay más
Nuestro “antilíder” de hoy, “Napos” los he denominado en los últimos meses en mis intervenciones en distintos medios, no es más que el último en probar de su propia “medicina”. Recuérdese que Trump es un tipo que llegó a recomendar inyectarse lejía para combatir el virus… y que más de un norteamericano, desgraciadamente, llegó a hacerle caso y murió. El brasileño Jair Bolsonaro, que recomendaba encarecidamente combatir el Covid con hidroxicloroquina en contra de la opinión de toda la comunidad médica mundial, y que negaba una y mil veces el peligro calificando este virus letal como de "gripecita", terminó también por caer infectado.
En su caso, tuvo mucho que ver su irresponsabilidad y chulería, compareciendo decenas de veces en público sin mascarilla y presentándose en actos oficiales sin respetar las distancias de seguridad y sin tomar una sola de las precauciones que todos los ciudadanos del mundo hemos aprendido ya a incorporar a nuestras vidas.
Lo mismo le ocurrió al premier británico Boris Johnson, al que durante los primeros compases del pasado mes de marzo le dolía la boca de hablar de la famosa “inmunidad de rebaño” y de invitar a los británicos a hacer vida normal y a seguir yendo a los pubs como si tal cosa… hasta que dio con sus huesos en la UCI de un hospital. Al menos, Johnson parece haber aprendido la lección y en las últimas semanas ha podido apreciarse un cambio más que evidente en su actitud y en sus medidas políticas.
“Antilíderes” de manual
Los líderes lo son, sobre todo, por situarse con todas las consecuencias al frente de su pueblo. Dirigentes que están a las maduras, pero también a las duras. Tanto Boris Johnson como Jair Bolsonaro y ahora Donald Trump reúnen todas las características que ejemplifican lo que yo, desde mi experiencia y mi praxis profesional, catalogo como propias de “antilíderes”.
Para ser un auténtico líder, con mayúsculas, se necesita imprimir una convicción rotunda y firme sobre las ideas que se transmiten… siempre y cuando estas sean correctas o al menos verosímiles, no enloquecidas estupideces propias de un arrogante Nacional-Populista (“NAPO”) ebrio de soberbia de poder casi absoluto. En los casos que nos ocupan estamos ante tiranos que, por muy elegidos que hayan sido por las urnas, no admiten negociación alguna porque, como buenos “NAPOs”, están conduciendo a sus respectivos pueblos al desastre.
¿Y España? La falta de unidad política que mata
La situación en nuestro país es particularmente sonrojante. En ningún país como en España se ha escenificado de forma tan torpe y vergonzosa la instrumentalización partidista de la pandemia. En los casi siete meses que llevamos de crisis, en ningún momento hemos visto a todos los partidos y a todas las autoridades unidas en la batalla contra el virus.
Mientras en Italia, en Portugal, en Francia y en otros países ha habido unión dentro de las diferencias ideológicas, en España ha habido guerra y un intento incomprensible de sacar ventajas de este tsunami sanitario y económico.
Convertiría en eterna esta pieza si tuviera que detallar todas las torpezas e irresponsabilidades de nuestros representantes públicos, tanto al nivel del gobierno central como al de los diferentes ejecutivos autonómicos. Baste denunciar como increíble e indignante el sainete entre Moncloa y Sol, sedes respectivas donde moran y administran nuestras vidas y haciendas Pedro Sánchez e Isabel Díaz-Ayuso, respectivamente. Al ¿acuerdo? del “bosque de banderas”, al que se llegó hace menos de un mes, han seguido, de nuevo, crecientes desencuentros rayanos en lo cómico, si no fuera todo tan trágico.
De un lado, un ministro de Sanidad, Salvador Illa, que ha recomendado medidas muy estrictas ante la cada vez más preocupante situación de unos contagios en la Comunidad de Madrid que no dejaban de aumentar. Del otro, la discusión de estas medidas por parte de los responsables de la Sanidad madrileña, que querían a toda costa evitar un nuevo confinamiento y el eventual cierre de esta comunidad. Al final, la presidenta Ayuso acata, como no podía ser de otra manera, las directrices del gobierno de España… ¡faltaría más!... pero ya ha presentado recurso ante los Tribunales de Justicia.
¡Qué espectáculo tan bochornoso de ineficacia y acusaciones cruzadas!
La “línea Aguado”: la prudencia y la mesura necesarias
Tal vez uno de los representantes públicos que mejor haya entendido cuál debe ser la forma correcta de encarar una catástrofe como la que estamos viviendo, tanto desde el punto de vista sanitario como social, económico, y por supuesto político, haya sido -esté siendo- el vicepresidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio Aguado.
Sostiene Aguado con razón que, en circunstancias como las actuales, la búsqueda de consensos no es una opción sino una obligación moral. Y va más allá: “La división cuesta vidas y empleos. La unidad, los acuerdos y el respeto a la Ley son el único camino para salir de esta crisis”. ¿Hace falta añadir algo más?
El problema es que el señor Aguado ha escenificado su punto de vista y sus discrepancias con la la presidenta de la Comunidad de Madrid, una vez más, en los medios de comunicación.
Es evidente que las diferencias entre los dos líderes de la coalición del gobierno madrileño son cada vez más importantes, porque lo más adecuado hubiera sido sentarse con su presidenta y alinearse. Esta diferencia de criterios entre los dos inquieta y confunde, todavía más.
Solo en un día, entre el 30 de septiembre y el 1 de octubre, perdieron la vida 182 compatriotas. Por tomar un segmento cualquiera de 24 horas en estas últimas semanas. Como bien señalaba el vicepresidente de todos los madrileños, no se trata solo de cifras sino de personas, con historias, con proyectos de vida familiares, laborales, personales… si nuestros “líderes” no son capaces de sentarse en una mesa, TODOS JUNTOS, y no levantarse de la misma hasta no hallar una solución, creo sinceramente que no deberían ser considerados ni un minuto más como “líderes” (vuelvo a entrecomillar intencionadamente la expresión).
España, sus ciudadanos, no tienen ni un solo minuto más que perder en absurdos rifirrafes políticos y cansinas e interminables batallas en los tribunales. Nuestros políticos no pueden renunciar a seguir sentándose, reuniéndose, dejando toda su energía y sus fuerzas en la consecución de un gran acuerdo que articule de una vez una salida -o al menos una respuesta única y eficaz- a esta maldita pandemia que se ha llevado ya la vida de miles de españoles…¡¡Yo pongo un número exacto porque incluso en el número de fallecidos hay baile de cifras!!
¿Queda alguien aún a quien no le parezca suficiente?
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