Nicolás Maquiavelo es considerado el padre de la Ciencia Política moderna, al haber inaugurado el estudio de las leyes del poder al margen de cualquier principio moral. La filosofía maquiavélica se basa en una concepción pesimista de la naturaleza humana. Los hombres son “ingratos, volubles, simulan lo que no son y disimulan lo que son, huyen del peligro, están ávidos de ganancia”; inconstantes y superficiales, tienden a  guiarse más por las apariencias que por la realidad. Por eso, “la experiencia muestra que quienes han hecho grandes cosas han sido los príncipes que han tenido pocos miramientos hacia sus promesas”.

El pensador florentino cree que el mundo está gobernado por la fortuna, una fuerza caprichosa que favorece a los audaces: “Vale más ser impetuoso que precavido porque la fortuna es mujer y es necesario, si se quiere tenerla sumisa, castigarla y golpearla”. De manera que hay que reaccionar ágilmente a las circunstancias, actuar con rapidez y descaro, dejando a los adversarios paralizados. Una de las afirmaciones más conocidas de Maquiavelo, auténtica síntesis de su pensamiento, es que para el gobernante “es preferible ser temido que amado”.

¡Qué papel tan patético el de tantos intelectuales y periodistas llamados “progresistas”! Quienes hasta ayer hacían gala de un elevado estándar ético, se muestran hoy rendidos al descarnado utilitarismo del jefe

¿Cómo no reconocer en el protagonista del Manual de Resistencia la encarnación de los principios maquiavélicos? ¡Un personaje que se ha aliado con todos aquellos con los que prometió no hacerlo, que practica un nepotismo descarado, que ha hecho del “divide et impera” la fórmula para seguir en el cargo, que no tolera ningún contrapoder, que tiene a la oposición boquiabierta por la audacia de sus desafíos y chantajes!

¡Y qué papel tan patético el de tantos intelectuales y periodistas llamados “progresistas”! Quienes hasta ayer hacían gala de un elevado estándar ético, se muestran hoy rendidos al descarnado utilitarismo del jefe. El objetivo de una España más igualitaria y el miedo a “las derechas” justifican cualquier tropelía. No faltan tampoco los que, sin aprobar las acciones del príncipe monclovita ni engañarse sobre su naturaleza, se muestran fascinados por su habilidad para obtener y conservar el poder. ¿Es su éxito la demostración de la superioridad técnica del maquiavelismo?

A lo largo de la Historia muchos autores han puesto en duda los principios maquiavélicos, no sólo por su inmoralidad, sino también por su eficacia a largo plazo. Entre ellos destaca Federico II de Prusia, apodado El Grande. El monarca ilustrado, autor de un famoso Antimaquiavelo prologado por Voltaire, nos recuerda que el ambicioso “no vive sino en los tiempos futuros; nada basta en el mundo para satisfacerle, porque la hiel de su ambición mezcla siempre su amargura al placer de sus alegrías”, y que “el que da ejemplos de traición a los demás debe vivir en guardia contra los traidores”. Quien así actúa “siempre vivirá infeliz al considerarse oprobio del género humano, y no podrá jamás ahogar la voz de la conciencia que le acusa”.

La oposición no puede limitarse a prometer una “mejor gestión” cuando el sanchismo se agote. Su primer deber consiste en crear la esperanza de una regeneración y rearme moral

Federico contrapone al modelo maquiavélico el de un príncipe que intenta “no separarse del camino de la virtud”. Reconoce que “los hombres no son en general ni enteramente buenos ni enteramente malos; pero todos ellos, malos y buenos, respetarán siempre a un príncipe poderoso, justo y hábil”. “Mejor quisiera yo declarar la guerra a un tirano que a un buen Rey”, afirma el brillante estratega y creador del poderoso ejército prusiano.  “Concluyo, pues, que un príncipe cruel está más expuesto a ser destronado que un príncipe bondadoso” porque “el que una vez engaña pierde para siempre la confianza y la estimación general”.

La desintegración territorial, la degradación institucional, la polarización social, la asfixia de la economía… no son las peores consecuencias del llamado Gobierno del Insomnio. Lo es la extensión del cinismo y la desconfianza. Por eso la oposición no puede limitarse a prometer una “mejor gestión” cuando el sanchismo se agote. Su primer deber consiste en crear la esperanza de una regeneración y rearme moral.


Juan Arza. Consultor y analista político

Nicolás Maquiavelo es considerado el padre de la Ciencia Política moderna, al haber inaugurado el estudio de las leyes del poder al margen de cualquier principio moral. La filosofía maquiavélica se basa en una concepción pesimista de la naturaleza humana. Los hombres son “ingratos, volubles, simulan lo que no son y disimulan lo que son, huyen del peligro, están ávidos de ganancia”; inconstantes y superficiales, tienden a  guiarse más por las apariencias que por la realidad. Por eso, “la experiencia muestra que quienes han hecho grandes cosas han sido los príncipes que han tenido pocos miramientos hacia sus promesas”.

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