“¿Por qué Madrid no y Casariche sí?”, clamaba Ferreras dramáticamente contra los jueces o contra el destino como contra el viento, así como con un puñadito ideológico de tierra de Tara en la mano. Casariche contra Madrid, esa lucha desparejada, como futbolística, entre el pueblo sevillano y el castillo señorial de Ayuso, que ya va siempre de armadura negra. Casariche cerrado por sus propios tallos, como una laguna palúdica, mientras los de la calle Núñez de Balboa se podrán ir de puente con su cacerola de inducción como bombo o como adarga. Ferreras a contraluz, silueteado como un oso con luna llena, con ira y frustración, con esas preguntas que sólo se le hacen a Dios o al fracaso. “¿Por qué Madrid no y Casariche sí?”. Y se lo explicaban, porque tampoco es tan complicado, no hace falta más que saber leer, o querer leer. Daba igual. El oso con sus patas metidas en miel y bichos, el boxeador contra su sombra y su hígado, el solista con el lento y dulce puñal del violín... Nadie puede parar eso.

Yo no sé si son periodistas de clase, periodistas de dorsal, periodistas de alpiste o periodistas comprometidos como los de la literatura comprometida, ésos que ya se sienten liberados de la obligación de hacer literatura. Un periodista puede tener su ideología, pero debe seguir pareciendo que al menos sabe leer, que no va cada día sólo con sus zarpas a dar zarpazos hasta el punto de negar entender una frase clara como una suma. Al lado de Ferreras, que seguía peleándose como con un madroño o un enjambre, Antonio Maestre, así como con la rodilla y los ojos hincados ante los amigos caídos y pisoteados igual que caballos en una trinchera, parecía tomar esa determinación épica que sólo se puede expresar con ironía: “Agradezco saber que mis derechos fundamentales valen menos que los del barrio de Salamanca”. Sólo faltaba lluvia y tomar un gran espadón o un estandarte de una mano muerta, con un heroísmo de tamborilero. El TSJM no había valorado nada sobre derechos fundamentales de unos o de otros. Pero quién le quitaba ese momento trágico de populismo noir.

Un periodista puede tener su ideología, pero debe seguir pareciendo que al menos sabe leer, que no va cada día sólo con sus zarpas a dar zarpazos

La periodista de la Ser Pilar Velasco también tuiteaba: “No busquéis una razón jurídica por la que el TSJM avaló confinar los barrios del sur y ahora tumba el cierre de Madrid. No la hay”. Pero claro que la hay. Es lo único que hay, razón jurídica, mientras estos periodistas, liberados del periodismo como el poeta comprometido está liberado de la literatura, lo que tienen son razones morales, sentimentales, místicas, ideológicas o quizá económicas, y pretenden que no sólo la justicia, sino la lógica, se guíen por ellas. Encima, niegan esta aspiración. “No hay razón jurídica” en vez de “pretendo que la razón jurídica sea la misma que mi razón moral o ideológica o estética o pucheril”.

Por qué no se puede cerrar Madrid y sí Casariche... Pues porque la ley permite a las autonomías hacerlo, incluso limitando los derechos fundamentales, a través de una ley orgánica. Sin embargo, eso no puede hacerlo un ministerio con una simple orden, invocando una ley ordinaria que expresamente excluye limitar esos derechos. Se acabó. “¿Los derechos fundamentales a partir de qué cifra se pueden vulnerar?”, se preguntaba Ferreras con cara de jaque mate. Pero no se trata de cifras, ni de barrios de marfil contra barrios de moscas, sino de competencias y de leyes habilitantes o no habilitantes para restringir derechos fundamentales. Y él lo sabe porque no hace falta más que leer. La gran lucha de montañés en la montaña que es la de Ferreras, o la de partisano con navajita del abuelo que es la de Maestre, como la de tantos otros, es eso, una lucha suya, pero que no es jurídica ni es periodística.

Se puede renunciar al periodismo, como a los pesados sonetos con acanto de mármol, y ser buen soldado en vez de mal poeta

Al final, toda esa progresía bajo la eterna lluvia de batalla y el mal sentimental de novio de trinchera sólo se estaba quejando de que el TSJM le hubiera dado la razón a Sánchez en eso de que no había plan B, sólo estado de alarma. En realidad sí podría haber un plan B, y lo hace notar el alto tribunal madrileño, al que le resulta “llamativo” que no se haya articulado una alternativa legislativa con la que no habría estos líos ni estos gorgoritos de solistas lamentosos y falsos. Pero tampoco es tan llamativo. Con Sánchez sólo era posible un estado de alarma con él salvándonos en yate, o bien endilgar el marrón a las autonomías. No legisló nada más porque con estas dos opciones todas sus aspiraciones estaban cubiertas. Sólo su hambre por Madrid ha acabado chafando un poco su plan perfecto.

Madrid, Casariche, Núñez de Balboa, Puente de Vallecas... Todo explicado sin batallas, sólo con la ley, fría como un alfiler. “Sigo pensando que hay ciudadanos de categoría A y de categoría B”, insistía Ferreras a pesar de todo (lo mismo que le dijo Isa Serra). Pero eso no era una conclusión que sacara del TSJM, sino un axioma. A partir de ese axioma, Ferreras hace su lucha salvaje y sudorosa de leñador, que como digo no es periodismo desde el momento en que ignora la verdad para seguir haciendo su leña. Su razón no era legal, ni lógica, sino ideológica o moral. Lo honrado hubiera sido confesarlo, en vez de seguir haciendo sombras chinescas contra una justicia no ya incomprensible sino malvada. Claro que entonces tendría que haber explicado si considera que su moral o ideología particulares deben estar por encima de las leyes, de los poderes legítimos del Estado de derecho y hasta de la propia verdad. Lo primero podría ser justificado por un soldado o un político soldado, como Iglesias o Puigdemont. Lo último difícilmente podría serlo por un periodista. Pero se puede renunciar al periodismo, como a los pesados sonetos con acanto de mármol, y ser buen soldado en vez de mal poeta.

“¿Por qué Madrid no y Casariche sí?”, clamaba Ferreras dramáticamente contra los jueces o contra el destino como contra el viento, así como con un puñadito ideológico de tierra de Tara en la mano. Casariche contra Madrid, esa lucha desparejada, como futbolística, entre el pueblo sevillano y el castillo señorial de Ayuso, que ya va siempre de armadura negra. Casariche cerrado por sus propios tallos, como una laguna palúdica, mientras los de la calle Núñez de Balboa se podrán ir de puente con su cacerola de inducción como bombo o como adarga. Ferreras a contraluz, silueteado como un oso con luna llena, con ira y frustración, con esas preguntas que sólo se le hacen a Dios o al fracaso. “¿Por qué Madrid no y Casariche sí?”. Y se lo explicaban, porque tampoco es tan complicado, no hace falta más que saber leer, o querer leer. Daba igual. El oso con sus patas metidas en miel y bichos, el boxeador contra su sombra y su hígado, el solista con el lento y dulce puñal del violín... Nadie puede parar eso.

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