Vamos a tener una Fiesta Nacional o un Día de la Hispanidad sin fiesta, sin nación y sin hispanidad. A unos les duele más una cosa y a otros, otra, pero el caso es que si vemos este 12-O a alguien con ramito de flores o de banderas ya no tenemos forma de saber qué está celebrando o quién se está casando. Lo único que sabemos es que Sánchez sí se celebra continuamente, siempre parece que acaba de ganar la Olimpiada de sí mismo, hablando como un nadador con la medalla, todavía mojado, con charquito de gloria. Pero el resto del país tiene poco que celebrar, entre un día que ya no tiene significado y el bicho que no cesa. Si acaso, pasearemos la camiseta de Nadal, que es como una bandera mojada de tierra de labranza más que de batalla. Aquí sólo se permite la nación deportiva, o la de los socios de Sánchez. Para los demás, ni fiesta, ni nación ni hispanidad.
El 12-O llegó a llamarse Día de la Raza, hasta que la denominación le resultó inapropiada incluso al propio franquismo. Ahora, ese aciago concepto sólo sobrevive, curiosamente, en esos mismos socios de Sánchez. Hispanidad también fue resultando un nombre inconveniente u odioso, sobre todo, también curiosamente, para los que siguen hablando de su pancatalanismo o su Euskal Herria allende fronteras y siglos. Ya sólo queda lo de Fiesta Nacional, que se confunde con los toros o se parece a los toros. La verdad es que ya este día era poco más que su puente fugitivo y su desfile de soldados como los de aquellos ejércitos de bolsa que comprábamos en el quiosco, con su peana caqui y su gota de plástico en el fusil. Casi no hacía falta ni el bicho para acabar con esta celebración, que nos siguen colando que es cosa de civilones, notarios y fachas.
A lo mejor, si no llega a ser por el virus, este 12-O sería ya el día de Sánchez y lo veríamos a él mandando firmes vestido como un embajador de Cantinflas
Esta vez no habrá ese gran desfile bajo un sol coracero, bruñido como una trompeta, y ante el Rey también dorado y casi mecánico, como un gato chino. Tampoco se ahogará en flores a esas Vírgenes españolas cansadas de ejercer de generalas con tahalí. Lo que no podremos saber es qué hubiera pasado sin virus, qué hubiera hecho el Gobierno de coalición con este día, qué hubieran hecho o qué harán con los meros símbolos cuando ya están echando abajo las propias instituciones del Estado. Si el sanchismo quiere a los fiscales y a los jueces a la orden del Gobierno, si el Rey ya no puede representar al Estado ni para dar diplomas y se le guarda en su cajita como un anillo de templario, si están haciendo leyes ad hoc para delincuentes; si están así ya, ¿qué harán con estas fiestas que ven rancias como un Corpus toledano?
Se degradan los símbolos como se degradan las instituciones y la propia democracia, y yo creo que una cosa viene de la otra. Me refiero a que nunca nos educaron bien en la civilidad, en la ciudadanía, mucho menos en que tuviera unos símbolos que reconociéramos como comunes precisamente para hacer pedagogía de lo común. Si acaso había símbolos, eran robados o adaptados de otros contextos, como la simbología militar o religiosa de este día, las dos aplastantes y todavía ligadas muchas veces entre sí y con el propio Estado. Si no hay símbolos de lo común, no hay idea de lo común. Y si los símbolos de lo común están mal escogidos, la idea de lo común se pervierte. Por todo eso hay quien aún no entiende (lo mismo Torra que Iglesias que Abascal que algún que otro clérigo putrefacto) que las opiniones, ideologías y creencias particulares no pueden formar parte de la esfera pública. O que lo común no es lo mismo que lo mayoritario. O que sin imperio de la ley no hay democracia.
Vamos a tener un 12-O sin fiesta, sin nación y sin hispanidad, que a lo mejor es lo que nos estábamos ganando. Están unos de puente y otros de estado de alarma, y yo creo que lo que preocupa ahora más es quedarse sin fiesta. La hispanidad es una cosa sentimental o histórica, apreciable aunque no sustancial, pero lo importante es que nos estamos quedando sin nación, sin Estado. Y no tanto porque el Rey salga menos a hablar a los magistrados o a los cadetes o a acariciar una bandera como una crin. No. Es que nos estamos quedando sin conciencia de lo común, de lo público. Tanto, que desconcierta ver a un funcionariado hereditario, ver a la Corona, ver al Rey, siendo capaz de defender ese espacio común mientras los republicanos de abrebotellas tricolor sólo quieren echarlo abajo. Nos estamos quedando sin conciencia de lo común, del espacio de libertad compartido, pero eso ya ocurría antes de que llegara el bicho a dejar nuestros puentes y nuestras celebraciones sin jarana y sin flecos. Nos estamos quedando sin Estado, subastado, asaltado, malentendido, descuartizado, usurpado. A lo mejor, si no llega a ser por el virus, este 12-O sería ya el día de Sánchez y lo veríamos a él mandando firmes vestido como un embajador de Cantinflas.
Vamos a tener una Fiesta Nacional o un Día de la Hispanidad sin fiesta, sin nación y sin hispanidad. A unos les duele más una cosa y a otros, otra, pero el caso es que si vemos este 12-O a alguien con ramito de flores o de banderas ya no tenemos forma de saber qué está celebrando o quién se está casando. Lo único que sabemos es que Sánchez sí se celebra continuamente, siempre parece que acaba de ganar la Olimpiada de sí mismo, hablando como un nadador con la medalla, todavía mojado, con charquito de gloria. Pero el resto del país tiene poco que celebrar, entre un día que ya no tiene significado y el bicho que no cesa. Si acaso, pasearemos la camiseta de Nadal, que es como una bandera mojada de tierra de labranza más que de batalla. Aquí sólo se permite la nación deportiva, o la de los socios de Sánchez. Para los demás, ni fiesta, ni nación ni hispanidad.
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