En esta última semana, a punto ya de ver su fin, complicadísima al igual que las 28 que la han precedido, cuando al gobierno de Pedro Sánchez no le quedó más remedio que decretar el Estado de Alarma por primera vez, los españoles hemos tenido un balón de oxígeno. Rafael Nadal, el hombre que puede ya, sin discusión alguna, ser calificado como el mejor deportista español de todos los tiempos, se alzaba, nada más y nada menos... ¡que con su decimotercera ensaladera en Roland Garros y su vigésima victoria en un Grand Slam! Increíble, pero cierto.
En estos durísimos tiempos de pandemia que nos ha tocado vivir y sufrir, con una catástrofe sanitaria a cuestas que ha costado ya más de un millón de muertos a nivel global y que carece de precedentes, desde la mal llamada Gripe Española de 1918, el mundo, tal y como lo hemos conocido hasta ahora, parece hundirse bajo nuestros pies. La crisis sanitaria no ha servido más que como antesala de otras, tal vez peores aún: la tremenda debacle económica que nos espera y el tsunami político y social sin precedentes, que amenaza seriamente con fracturar en dos mitades -abiertamente enfrentadas- a España y a los españoles.
Españoles a garrotazos en medio de la tragedia; una vez más
Un cisma que, lamentablemente, como en tantas otras ocasiones en la historia de este país, está siendo instrumentalizado de manera obscena por radicales e interesados aventureros de uno y otro lado del arco ideológico que no paran, desde hace meses, de arrojar contra la trinchera contraria la artillería pesada de su basura: todos sus viejos y enquistados complejos, odios y rencores, con una única divisa: "Cuanto peor, mejor". Mejor para sus miserables intereses, claro está, y peor para el interés general de un gran país, España, y de 47 millones de ciudadanos, azotados hasta el límite por esta desgracia global.
Ello se traduce, como no podía ser de otra manera, en el bochornoso espectáculo de unos anti-líderes políticos, incapaces de escenificar tan siquiera un mínimo amago de unidad que devuelva, mínimamente, la tranquilidad a millones de españoles que, o han perdido ya uno o varios seres queridos por la cruel Covid-19, o sienten gravemente amenazada su prosperidad y sus expectativas de futuro ante el sombrío panorama que se atisba de cara a los próximos meses.
El incalificable enfrentamiento entre gobierno central y Madrid ofrece un panorama desolador acerca de la catadura moral y de la incapacidad política de quienes rigen
El incalificable enfrentamiento entre el gobierno central y los responsables de la Comunidad de Madrid, o la instrumentalización de unas cifras de contagios y de fallecidos, más que dudosas en muchos casos en función de cuál sea la fuente de la que provienen y de contra quién se pretendan arrojar por unos o por otros, ofrece un panorama desolador acerca de la catadura moral y de la incapacidad política de quienes rigen o debieran regir nuestros destinos colectivos.
Con ser esto ya de por sí un escenario nefasto, peor aún es la imagen que proyectamos al exterior. No estamos solos, como es obvio, y en el tablero geopolítico mundial se empiezan a apreciar gestos de desconfianza, cuando no de desprecio abierto -lamentablemente siempre es igual- por parte de aquellos gobiernos de Estados más opulentos que están, dentro de este horrible contexto, salvando mejor que peor sus particulares intereses y que nos miran con un desdén que no se esfuerzan en disimular.
Hemos llegado a leer expresiones como que “España es un Estado fallido” en prestigiosos tabloides internacionales que no vienen más que a arrojar paletadas de cieno en el río revuelto de una desgracia que, no lo olvidemos, hasta hace menos de un año nadie podía prever. Cieno que hunde, semana sí, semana también, la tan apreciada Marca España que tanto esfuerzo nos costó elevar. “Líos”, como el último en forma de polémica sobre la renovación del órgano de gobierno de los jueces y del que se dice que podría entorpecer nuestro acceso a los ansiados fondos europeos de reconstrucción, dan una idea cabal del pozo en el que estamos hundidos.
Nadal: la esperanza que nos hace olvidar nuestra tragedia
Entre este desolador escenario, de repente, surge un líder. No es un político, gracias a Dios, ni tampoco un empresario de éxito global como nuestro ensalzado Amancio Ortega… es nada más, pero nada menos, que un “humilde deportista”: el tenista y campeonísimo Rafael Nadal. Quienes me siguen ya desde hace años saben que siento un especial aprecio y una admiración singular por el personaje; he dedicado decenas de artículos y otras tantas intervenciones en medios de comunicación a analizar su figura, seguramente irrepetible, y sus cualidades de liderazgo.
En nuestro actual contexto, me atrevería a decir que por encima de otras muchas cualidades que hacen de él un personaje único -su resiliencia, su tesón y su voluntad de hierro, su inmensa capacidad de trabajo y su humanidad, que le convierten en todo un SEÑOR dentro y fuera de la cancha, tanto cuando gana como cuando pierde- si hay una que hoy me interesa destacar es ese estilo de “hacer patria” que hace al campeón manacorí un caso particular y diferente que se estudiará, durante décadas, en las escuelas internacionales de liderazgo.
Nadal, el patriotismo más auténtico frente a los “patrioteros de hojalata”
El patriotismo de Rafa Nadal no es una simple pose de hojalata, que se limite a pasear a lo largo y ancho del mundo, con pose más o menos impostada, la bandera roja y gualda y a llenarse la boca con el orgullo que le procura el ser y sentirse español. Se trata de una actitud mucho más amplia, enormemente compleja por sus matices y que conforme pasan los años es más admirable si cabe: ¡Cómo no quitarse el sombrero cuando nuestro ya eterno “Rafa”, a los pocos minutos de haber cosechado su decimotercera ensaladera, afirma con total humildad y sinceridad que la importancia de tal triunfo es muy relativa y que lo realmente relevante es el sufrimiento de todos sus compatriotas que, al igual que otros millones de ciudadanos del mundo están angustiados por la enfermedad o por la posibilidad más que cierta de una ruina económica!
El patriotismo de Nadal no es una simple pose de hojalata. Se trata de una actitud mucho más amplia, enormemente compleja por sus matices y que conforme pasan los años es más admirable si cabe
Hay que atesorar unas dosis de calidad humana oceánicas para decir esto sin despeinarse… sin darse apenas importancia por la gesta que se acaba de alcanzar y hacerlo además sin un ápice de teatralidad; sintiendo de verdad lo que se dice. Hay que ser, en suma, muy líder, para ofrecer un ejemplo tan fuera de serie a unos españoles huérfanos de referentes y que cuando alzan la vista al frente, lo único que contemplan, entre horrorizados e indignados, es una pléyade de “anti-líderes”, de pigmeos, a los que la voluntad popular ha colocado en el lugar en el que se encuentran y han puesto en disposición de ostentar un cargo público, depositando con ello una enorme responsabilidad sobre sus hombros.
Sin embargo e, en vez de ejercerla, a lo único que se dedican es a tirarse los trastos a la cabeza tratando de ganar tiempo esperando a que escampe y consumiendo buena parte de su jornada en verter acusaciones contra sus “contrarios” en el vano intento de que el grueso de la tropa crea, de buena fe, que son, efectivamente, “los otros” los culpables de la terrible situación en la que nos encontramos. Como si eso fuera a devolver la vida a las decenas de miles de españoles que la han perdido por culpa de esta horrible catástrofe y además sirviera para articular un plan sólido y efectivo que nos saque de este lóbrego callejón en el que el mundo entero lleva sumido ya casi un año.
Me duele la boca de repetirlo, pero me veo obligado a hacerlo una vez más: ¡Señores políticos! ¡Unidad! ¡Responsabilidad! ¡Honradez!... y capacidad para ser consecuentes con el mandato popular, democráticamente expresado en las urnas que fue el que les colocó en sus cómodos asientos, privilegiados escaños o centros de mando, desde los que contemplan inanes como la pandemia sigue cobrándose vidas sin que ustedes parezcan tener la menor idea de como atajarla y mucho menos la menor intención de ponerse de acuerdo para consensuar una solución.
Nadal ha vuelto a conseguir lo que en estos últimos meses parecía imposible: unir a TODOS los españoles en un grito y una unánime ilusión… pero claro, Nadal es un líder con mayúsculas y ustedes, cada día que pasa, se consagran como unos “antilíderes”, cada vez más “pequeñitos” y cada vez más egoístas, a los que el pueblo parece importan mucho menos que sus actuales y cómodas prebendas.
En esta última semana, a punto ya de ver su fin, complicadísima al igual que las 28 que la han precedido, cuando al gobierno de Pedro Sánchez no le quedó más remedio que decretar el Estado de Alarma por primera vez, los españoles hemos tenido un balón de oxígeno. Rafael Nadal, el hombre que puede ya, sin discusión alguna, ser calificado como el mejor deportista español de todos los tiempos, se alzaba, nada más y nada menos... ¡que con su decimotercera ensaladera en Roland Garros y su vigésima victoria en un Grand Slam! Increíble, pero cierto.
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