Si alguna vez se preguntaron por qué la especie humana sobrevive a otras muchas especies, esta pandemia tiene la respuesta: por nuestra capacidad de adaptación. Es un instinto natural que nos hace sobreponernos a situaciones límite y sobrellevarlas gracias especialmente a la intuición y la lógica. No vivimos una nueva normalidad como dicen las autoridades, esto ha ocurrido otras muchas veces en nuestra historia reciente, por eso sabemos que la adaptación es nuestra mejor arma de defensa.
En pocos meses nos hemos adaptado a llevar mascarilla a todas horas, a dejar de abrazarnos, de besarnos o hemos desechado dar la mano a nadie. Consideramos normal guardar cola en la puerta de un hospital, una farmacia, o un supermercado, incluso aplaudimos las cargas policiales contra fiestas y botellones ilegales sin medidas de protección. Y lo que es peor, ese mecanismo de defensa y adaptación que nos ha hecho sobrevivir hasta hoy, no quiere conocer toda la verdad de esta pandemia y olvidar los casi 60.000 muertos que llevamos sobre nuestras espaldas por el Covid-19. En nuestra forma de vida lo que no vemos, no existe.
Los negacionistas seguirán creciendo, los jóvenes seguirán participando en fiestas y el virus seguirá propagándose por España
59 de esos fallecidos por la enfermedad en Madrid no han sido reclamados por ningún familiar, 40 procedían de hospitales y 19 de residencias geriátricas. Murieron solos, y tras permanecer meses en el Instituto de Medicina Legal han sido enterrados de forma individual en el cementerio de Carabanchel, con una placa identificativa con su nombre. Todo a cargo de la Comunidad de Madrid. Esta es la realidad que no quiere ser escuchada por la mayoría de nosotros y por lo tanto no se cuenta. Ataúdes llevados en camiones militares que no grabó ninguna televisión y palacios de hielo convertidos en morgue que no dejaron visitar a la prensa hasta que los féretros ya no estaban. Curiosamente sí vimos en todas las cadenas las columnas de camiones militares del Ejército italiano en Bérgamo, más de 30 vehículos cargados de ataúdes con muertos por la Covid camino de la incineración. Estos sí los podíamos ver porque no eran nuestros muertos.
Las autoridades nacionales y autonómicas consideran que no somos suficientemente adultos para ver con toda crudeza los efectos de esta enfermedad, siguen tutelando la información y entre homenaje y polémica política, la inmensa mayoría de nosotros seguimos sin saber lo doloroso que es poner un respirador, la angustia de los enfermos boca abajo en sus camas porque el oxígeno llega mejor al organismo o la decisión final que deben tomar los sanitarios entre la vida y la muerte en base a los medios de que disponen. Nunca vimos los centenares de ancianos que, encerrados en las habitaciones de las residencias sin ver a sus seres queridos durante semanas, golpeaban la puerta de su habitación pidiendo salir sin que nadie pudiera abrirles. Escenas del horror que se nos negaron en el pasado y seguimos sin tener presentes porque ninguna televisión las ha mostrado, dicen que para no provocar el pánico. Hoy sabemos que teníamos derecho a verlas y así saber adaptarnos a la nueva situación y haber evitado en lo posible esta segunda ola.
Con la llegada del verano nuestro presidente del Gobierno nos invitó a salir, nos aseguró que lo peor había pasado y que de la pandemia salíamos más fuertes. Si él se iba de vacaciones a Lanzarote y Fernando Simón a surfear a Portugal, ¿cómo no íbamos a creer en sus palabras?
No cambiaremos nuestra forma de ser tras la pandemia, ni seremos más fuertes, porque esto no es una guerra como se nos ha dicho, sino un virus. No se trataba de una carrera de velocidad como se nos anunció, sino de una maratón en la que nos volverán a confinar una y otra vez hasta que la ciencia descubra un sistema de protección eficiente para la mayoría. Dependemos de unos sanitarios que huyen de nuestro país hartos de contratos basura y de una ciencia que está a la cola de Europa en inversión.
Seguimos esperando ver la realidad de la pandemia y decidir adaptarnos por nosotros mismos a la nueva realidad, mientras eso no suceda los negacionistas seguirán creciendo, los jóvenes seguirán participando en fiestas y el virus seguirá propagándose por España.
Solo en el sufrimiento debemos forzar nuestra adaptación para dejar de sufrir, la felicidad no necesita adaptación ninguna.
Si alguna vez se preguntaron por qué la especie humana sobrevive a otras muchas especies, esta pandemia tiene la respuesta: por nuestra capacidad de adaptación. Es un instinto natural que nos hace sobreponernos a situaciones límite y sobrellevarlas gracias especialmente a la intuición y la lógica. No vivimos una nueva normalidad como dicen las autoridades, esto ha ocurrido otras muchas veces en nuestra historia reciente, por eso sabemos que la adaptación es nuestra mejor arma de defensa.
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