Solo contra el mundo, Santiago Abascal defiende su moción de censura como si fuera el único baluarte que le queda a la patria.
El líder de Vox se refirió en varias ocasiones al "español corriente", al que desprecian las élites y que él representa, en un Congreso que, fuera de los escaños de su partido, parece salido de las calderas de lucifer. Me recordó a Pablo Iglesias cuando habla de "la gente", definición en la que sólo entran los votantes de Podemos o de la izquierda susceptible de votar a Podemos.
Abascal, que es un tipo inteligente, sabe que muchos "españoles corrientes" probablemente no le votarían nunca, pero su discurso no trata de abarcar a la nación, sino sólo a una parte de ella, la de aquellos que a los que él considera "auténticos españoles".
Iglesias y Abascal son la genuina representación del populismo. Los líderes de Vox no reniegan de esa definición, aunque, puntualizan, son populistas en su acepción anglosajona (populist): los que ponen las aspiraciones de la gente por encima de los intereses de las élites. En esa definición caben perfectamente desde Donald Trump a Juan Carlos Monedero, aunque los dirigentes de Podemos hablarían de "la casta". En el fondo es lo mismo. Sólo ellos representan al pueblo, o a la nación.
Cuando uno tiene eso tan claro, los argumentos salen de corrido. Sólo hay que situar fuera de la "gente corriente", de "la España que madruga", a los demás y culparles de todos los males. El pueblo soy yo. Esa es la deriva peligrosa de Vox y, a la vez, su fortaleza.
El discurso de Abascal excita a sus votantes, pero ignora a la mayoría de españoles que rechaza la polarización y reclama consenso
Pero cuidado. Abascal está sumamente eficaz en el debate. Los que les minusvaloran se equivocan. El líder de Vox levanta entusiasmo entre su público, un público fiel, que comulga con todos y cada uno de los argumentos que, como salvas, lanza contra sus contrincantes.
La moción de censura ha sido planificada -muy bien, por cierto- para proporcionarle a Abascal una plataforma privilegiada que le está sirviendo para situarse como referente frente al resto de los grupos que componen la Cámara. Claro que es una moción contra el PP, más en concreto, contra Pablo Casado, al que los jefes de Vox ven como heredero de esa "derechita cobarde" que tuvo en Mariano Rajoy a su máximo exponente.
La trampa es sibilina. Casado ha utilizado con frecuencia algunos de los clichés que Abascal emplea de forma recurrente para descalificar al Gobierno: "frente popular", "social comunistas", "gente sin escrúpulos que no respeta la Constitución ni la Corona"...
Abascal ha hecho durante sus intervenciones desde la tribuna diversas referencias a Felipe VI, al que, según dijo, los "españoles valoran mucho más que a todos los que se sientan en esta Cámara". En realidad, debería haber utilizado la primera persona del plural. Quizás fuese un lapsus, o tal vez la convicción de que a algunos políticos como él la "gente corriente" les valora tanto como al Rey.
Es una trampa un tanto burda, pero en la que a veces ha caído también Casado. El Rey, señores de Vox, es de todos los españoles, incluidos aquellos que piden una república y que no desaprovechan la ocasión para desprestigiar al Jefe del Estado.
La fortaleza de Abascal reside en su capacidad para poner de los nervios a la izquierda y a la derecha. Como es un populista de derechas de nuevo cuño, despista. En la izquierda le etiquetan de "fascista", sin saber lo que es un fascista. En la derecha le identifican con Le Pen, pero tampoco es como Le Pen.
Los populismos son difíciles de combatir sólo con demagogia, porque ellos son los reyes de la demagogia. Abascal atacó este miércoles a las grandes empresas y a los especuladores como Soros, mientras pedía mejoras en la retribución a los trabajadores.
Con atrevimiento, Abascal le ha birlado al PP algunas de sus señas de identidad: la bandera, la unidad de España, la defensa del Rey, etc.
Abascal es el maestro de la exageración y, tras su estela, se ha llevado en ocasiones a Casado, y ambos han convertido a Sánchez en una especie de Mefistófeles que se limita a ponerle la alfombra roja al verdadero Satanás: Pablo Iglesias.
Casado lo tiene difícil porque para escaparse de la trampa de Vox debe desandar una parte del camino andado. La polarización extrema sólo beneficia a los extremos y el PP tiene que salirse cuanto antes de ese torbellino que le lleva a confundirse con el populismo.
No sólo basta con votar "no" a la moción de censura. Para distinguirse de Vox, Casado tiene que rebajar la tensión, alcanzar un acuerdo para combatir la pandemia con el Gobierno y demostrar que para amar a España no es suficiente con lucir una banderita en la solapa o en la mascarilla.
Solo contra el mundo, Santiago Abascal defiende su moción de censura como si fuera el único baluarte que le queda a la patria.
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