Uno de los dos grandes errores de Santiago Abascal en la moción de censura, planeada concienzudamente para presentar su candidatura a liderar la derecha española, fue despreciar a Europa. Recurrió a Miguel de Unamuno para refutar a Ortega y Gasset: "El problema es Europa; España, la solución".
Trasladar el debate que se produjo entre los intelectuales españoles tras el desastre del 98 y la crisis nacional que alimentó los nacionalismos vasco y catalán a la España del siglo XXI no es sólo tramposo, sino que demuestra una preocupante falta de realismo. Abascal tiene la constante tentación de regresar a los tiempos gloriosos del imperio de Carlos V, con él convertido en capitán de los Tercios de Flandes. Y eso le pierde.
El proyecto de la Transición era Europa y el logro de la integración fue la coronación del éxito de una operación política que tenía como sustento la superación de las dos Españas y el consenso.
España es Europa y la vuelta atrás no sólo significaría un desastre para la economía (ya estamos viendo las nefastas consecuencias del Brexit en el Reino Unido), sino que alimentaría los viejos fantasmas que llevaron a la confrontación civil que terminó con el levantamiento militar de 1936.
El proyecto europeo no sólo ha significado para España fondos estructurales y ahora, en plena pandemia, la posibilidad de acceder a un paquete de ayudas imposible de alcanzar fuera de la Unión Europea, sino que proporciona garantías excepcionales para la protección del Estado de Derecho.
El líder de Vox no puede ignorar que ha sido Europa la que ha abortado la operación para convertir al órgano de gobierno de los jueces (CGPJ) en un instrumento del Gobierno. Y que ha sido el centro derecha europeo el que ha adoptado medidas ante el auge del populismo. Es lógico que eso tampoco le guste a Abascal.
Un acuerdo estratégico PP/Vox, como pretendía Abascal, sólo le beneficiaría a él a medio y largo plazo. Esa es una de las ensoñaciones que quedó destrozada el 22 de octubre. Porque el segundo gran error de Abascal fue precisamente subestimar a Casado.
Es lógico el enfado de Abascal, y no tanto por los dardos que le lanzó el líder del PP, sino porque marcó una separación esencial entre los dos proyectos, hasta hacerlos incompatibles.
Abascal cometió dos graves errores en la moción de censura: despreciar a Europa y subestimar a Pablo Casado
Casado era consciente de que la moción de censura era una trampa para él. En Vox se frotaban las manos porque manejaban encuestas que decían que una mayoría de votantes del PP era partidaria de la moción. Algunas voces, como la de la ex presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, se habían manifestado claramente a favor de apoyar a Abascal. Por si fuera poco, Cayatena Álvarez de Toledo abogaba por la abstención, convirtiendo así la decisión en la amenaza de un cisma interno.
Lo dijimos la semana pasada en estas páginas. El problema de Casado no sólo era qué votar (estaba claro que lo único razonable que podía hacer era votar "no"), sino rectificar una línea de actuación que estaba llevando al PP a asumir casi los mismos argumentos que Vox. La enmienda, por tanto, tenía que ser completa, casi una redefinición estratégica de la línea del partido.
Por decirlo de alguna forma, Casado tenía que marcar su propio camino, atributo fundamental del liderazgo.
Ser duro con Abascal, naturalmente, tenía un riesgo. El 90% de los votantes de Vox proceden del PP. Atizarle duro podía poner en riesgo la táctica para atraerles de nuevo al redil. Y con ese miedo a la ruptura jugaba Moncloa para dar por hecho que la moción supondría la tumba para Casado.
Pedro Sánchez había planificado la moción como el punto de no retorno para el PP, la justificación de su gobierno de coalición con Podemos y con socios tales como ERC o Bildu. Era, según el cálculo de los asesores del presidente, el debate "más importante de la democracia", porque en él se confrontaban dos modelos de España: el bloque PP/Vox representaba para Moncloa la expresión de la desigualdad, los privilegios, el centralismo, el autoritarismo, etc. El gobierno Frankenstein, todo lo contrario.
Si Casado hubiera caído en la tentación de votar "sí" o "abstención" -también en Génova sabían que a una parte importante de sus votantes les hubiera gustado cualquiera de las dos opciones- habría hecho las delicias de Abascal y, por supuesto, de Sánchez. Salir de esa pinza no era fácil, pero, al mismo tiempo, era la oportunidad para consolidar su liderazgo no sólo en el PP, sino en el espectro del centro derecha.
Con su brillante discurso Casado ha iniciado una nueva etapa en el PP, que no va estar exenta de dificultades. Aunque Vox no deje caer los gobiernos autonómicos y de ciudades en los que apoya al PP, les va a complicar mucho la vida. Será más difícil gobernar con la muleta de Vox. Y también tendrá enfrente a los que apostaban por una alianza PP/Vox contra el "frente popular". Casado ya está recibiendo estopa de los medios y periodistas situados más a la derecha, cosa a la que tendrá que acostumbrarse.
Aunque con otro tono, Casado debe ejercer sin mirar a su derecha el liderazgo de la oposición, demostrando cada día que es la alternativa a Sánchez. Puede llegar a pactos de Estado, como la renovación del CGPJ, pero, al mismo tiempo, tendrá que ser el muro infranqueable ante el que se estrellen las políticas más nefastas del gobierno de coalición. Oportunidades va a tener: desde el desastre de la gestión del Covid, a la situación económica, Cataluña, etc.
Por último, Casado haría mal en subestimar a Vox, creer que la derrota de Abascal supone el hundimiento de su partido.
Al contrario. A corto plazo, Vox se ha convertido para los votantes de la derecha más conservadora en el único partido que se ha enfrentado a Sánchez e Iglesias. Quedarse sólo frente al resto tiene sus ventajas.
Pero el liderazgo se demuestra haciendo frente a las dificultades. A presidente de Gobierno no se llega por casualidad (aunque no siempre es así). Por fin, con su giro al centro, Casado ha puesto rumbo a La Moncloa.
Uno de los dos grandes errores de Santiago Abascal en la moción de censura, planeada concienzudamente para presentar su candidatura a liderar la derecha española, fue despreciar a Europa. Recurrió a Miguel de Unamuno para refutar a Ortega y Gasset: "El problema es Europa; España, la solución".
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