Pablo Iglesias se puso corbata ayer. Tenía que presentar el proyecto de Presupuestos Generales del Estado (PGE) y había que vestirse para la ocasión. El vicepresidente segundo calificó la fecha como "un día histórico". "Quedan atrás los recortes"... "Dejamos atrás la senda neoliberal", afirmó solemne.
Unas horas antes de ese momento para la historia, el líder de Podemos había hecho saber que su partido no estaba dispuesto a avalar los PGE por desacuerdos con la rama socialdemócrata del Gobierno en la imposición de un límite al precio de los alquileres y en la eliminación de trabas para cobrar el Ingreso Mínimo Vital. Puro teatro. Había que hacerse notar, dar la sensación de que sin su apoyo no habría Presupuestos. A última hora de la noche del lunes hubo fumata blanca, como era de esperar.
El posado de ayer, junto al presidente del Gobierno, no es más que un episodio más de un reparto de papeles preestablecido en el que Sánchez va de gobernante sensato e Iglesias juega el rol de progre irredento. ¿Cuántas veces no hemos leído ya en la prensa amiga eso de "cierre de filas"?
Pero en las tripas de estos PGE hay más ruido que nueces, si es que los juzgamos por su progresividad. La subida del IRPF afecta sólo a un puñado de contribuyentes y no recaudará ni 500 millones de euros. Sumadas todas las subidas de impuestos (patrimonio, sociedades, transacciones financieras, IVA, etc.) la recaudación prevista para 2021 suma un total de 6.847 millones de euros. Una miseria si se compara con el déficit público, que este año, según la previsión del Gobierno, será del 11,3% sobre el PIB, que en términos absolutos suma nada menos que 124.903 millones de euros. En fin, una hormiga al lado de un elefante.
El gasto público, ese sí que es histórico: casi 240.000 millones de euros, un 10% más que el registrado en el último presupuesto.
En estos momentos, hay en España casi 17 millones de personas que viven del presupuesto: 3,7 millones de parados; 3,3 millones de empleados públicos, y 9,7 millones de pensionistas
Gastar está muy bien y, en una época de recesión como la que vivimos, es lo que hay que hacer. El sector público tiene que suplir con su fortaleza la caída de la actividad por circunstancias extraordinarias. Y, por tanto, la rigidez a la hora de medir el déficit tiene que relajarse en favor del crecimiento económico. Pero todo tiene un límite.
Ayer, coincidiendo con la foto del día histórico, se hizo pública la Encuesta de Población Activa (EPA) que elevaba el número de parados por encima del 16% de la población activa.
Los Presupuestos se basan sobre la fortaleza de la economía real y lo que está haciendo el gobierno es poner una bomba de relojería en la economía real que va a tener consecuencias desastrosas no sólo para el equilibrio presupuestario sino, finalmente, para el crecimiento y el empleo.
Llamo la atención sobre dos datos de esta EPA: el número de parados supone 3.722.900 personas. Y, mientras que cae el empleo en el sector privado, sube el de los empleados públicos, que, según la EPA, suman ya 3,3 millones de personas. Es decir, que sumados los parados y los trabajadores del sector público, hay ya más de 7 millones de personas que viven directamente del presupuesto.
Pero hay más. Ayer también la Seguridad Social dio a conocer el número de pensionistas, que se eleva a 9,7 millones de personas.
En resumen, que ahora mismo en España hay casi 17 millones de personas que viven directamente del sector público. Bien porque son funcionarios, porque están en paro o porque cobran una pensión.
Si miramos el número de ocupados -siempre según la EPA- tenemos un total de 19,1 millones de personas. Pero de ellas, 3,3 millones son empleados públicos y otros 728.909 son trabajadores que están bajo el paraguas del ERTE. Es decir, que nos quedan sólo 16 millones de trabajadores en el sector privados. ¡Y casi 17 millones que viven del sector público! Esto también es un dato histórico.
Si esto es "dejar atrás la senda neoliberal", lo que tenemos por delante no es otra cosa que el precipicio de la irresponsabilidad. Porque la socialdemocracia no está reñida, o no debería estarlo, con la racionalidad y lo que ayer se nos presentó con gran despliegue mediático son unas cuentas públicas realmente insostenibles.
Ya veremos cómo en 2021 el Gobierno se verá obligado a revisar su cuadro macroeconómico y, sobre todo, sus previsiones de déficit. Y no sólo porque la pandemia está siendo más virulenta y larga de lo que se preveía, sino porque los números presentados ayer sencillamente no cuadran. A ver cómo se explica que con unos ingresos por subida de impuestos de sólo 6.847 millones, el déficit se reduce en 2021 en casi cinco puntos (el Gobierno espera bajar del 11,3% sobre el PIB al 7,4%).
Sánchez e Iglesias juegan con la barra libre que Bruselas ha decidido regalar a los países miembros de la UE para que no tengan que ceñirse a la regla de oro de no superar el 3% de déficit sobre el PIB. Pero, este paliativo no durará toda la vida. Veremos cómo en 2022 vuelven a ponerse de moda los hombres de negro. Y no me estoy refiriendo a los Blues Brothers.
Por cierto, hablando de Blues Brothers, un consejo, señor vicepresidente: el traje de ayer no le sentaba nada bien.
Pablo Iglesias se puso corbata ayer. Tenía que presentar el proyecto de Presupuestos Generales del Estado (PGE) y había que vestirse para la ocasión. El vicepresidente segundo calificó la fecha como "un día histórico". "Quedan atrás los recortes"... "Dejamos atrás la senda neoliberal", afirmó solemne.
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