El Gobierno ha creado el Comité Permanente Contra la Desinformación, o sea el CPCD, que ya suena a acojone y a purgante, a búnker de Berlín Este para la policía política o para nadadoras con bigote, y a lo contrario de lo que se pretende. La opresión suele empezar por ahí, por robarte la posibilidad de usar el sentido verdadero de las palabras. Desde esa oficina con mirón gubernamental, como un vigilante de aseos de las mentes sucias, el Gobierno pretende controlar no sólo la “desinformación”, concepto tan sutil y equívoco como la honra, sino hasta “el pluralismo de los medios”. Sí, efectivamente todo va sonando a lo contrario. Y a que te lo dice un tipo con flexo, gafas de aviador, pinzas eléctricas e inyección de caballo.

A la desinformación tenía que ponerle el Gobierno no una oficina, sino un monumento, toda una glorieta con chorritos y cariátides y allí arriba Sánchez y Simón tocando la lira sobre un solo pie anacreóntico y cursi. La verdad es que con el Gobierno y la desinformación podría salir un coleccionable con maquetas, un musical con gondoleros o una serie con dragones, pero de momento a la relación le han puesto pisito, una oficina que ellos no ven lúgubre, sino con mucho recibidor de visitas y mucho macetero de hotel. Creen que les ha quedado muy cortés eso de tratar a la desinformación como a un visitante o una Mata Hari en vez de como a su santa esposa, pero es cuestión de aprovechar el espacio. Este comité no sólo les sirve para vigilar lo que van diciendo por ahí los bocazas y los revoltosos, sino para aparentar que la desinformación tiene que atravesar un murallón de patrullas fronterizas y funcionarios de tamponcillo para penetrar en este Gobierno nuestro.

Sánchez necesitaba un búnker berlinés en la Moncloa, un cuerpo de mirones y chivatos como de carteros, unos hombres de Iván Redondo como de Harrelson

El CPCD tiene una misión que quiere parecer el juramento olímpico pero parece uno del superagente 86, una cosa como “asegurar la coordinación interministerial a nivel operacional en el ámbito de la desinformación para reforzar la resiliencia”. El CPCD quiere ser pedagógico y disuasorio desde el principio, desinformando con su propio lema, con su propia presentación. O es que no estamos llamando desinformación a lo mismo. Quizá el Gobierno no está informando bien sobre qué es la desinformación, o se lo ha encargado a la Primera Dama, doña Begoña Gómez, que habla el más puro sanchistaní. 

Esa declaración de intenciones del CPCD suena a seminario (¿o era cátedra?) de Begoña Gómez, o a su definición dadá o gagá de bicicleta. Sí, ya sabrán que ella, para sus cosas de Empresariales, suele poner un ejemplo brillante, entre la alegoría platónica, el experimento mental de Einstein y el toro de Jesulín, que dice que todo el asunto funciona “como una bicicleta”: “Si la rueda de la izquierda es la empresa, y la de la derecha es la sociedad, las dos ruedas deben ir en la misma dirección para que todo se acelere” (cito tal cual su entrevista en Cinco Días). Después de pensar en semejante bicicleta, uno ya no sabe qué es una rueda, ni una empresa, ni una cátedra en tiempos del sanchismo. ¿Será eso la desinformación? ¿O será la pura resiliencia sanchista pedaleando una bicicleta cubista?

El CPCD acecha, y por eso yo he metido aquí, con toda la intención, a la Primera Dama, por si eso hace saltar las alarmas del Comité y mandan a que me siga alguien disfrazado de chino. O quizá el chino se lo mandan a la doña, por cometer desinformación en grado de corrupción intelectual. En realidad, lo que ocurre es que uno no entiende qué hace el Gobierno mandando chinos falsos ni vigilando “el pluralismo de los medios”. Porque para el negro del whatsapp no creo yo que haga falta montar todo este pelotón secreto de la Moncloa pegado a las mirillas y a las chepas y a los ojos de los cuadros.

El CPCD vigila y escucha. No sé si cascará multas o impondrá sambenitos o endilgará admoniciones a cogotazos, como un cura, pero tranquilo no deja. A Sánchez no le bastaba con que la Guardia Civil, según nos confesó aquel mando que hizo la rueda de prensa como con pentotal sódico, trabaje “para minimizar el clima contrario a la gestión del Gobierno”. Necesitaba un búnker berlinés en la Moncloa, un cuerpo de mirones y chivatos como de carteros, unos hombres de Iván Redondo como de Harrelson midiendo los tuits, las columnas o los pensamientos igual que la falda.

Alguno dirá que estoy exagerando y que eso ya es desinformar, pero yo lo hago por si así siento al chino o a la lagarterana de pega. Sí, es verdad que el CPCD, aunque suene a grillete y a picana, sólo remite a planes de acción del Consejo Europeo sobre el particular. Pero yo dudo que en el Consejo Europeo conozcan cómo funciona aquí la prensa del Movimiento, ni la bodeguilla de Iván Redondo, ni la Fiscalía (de quién depende), ni la cadena de mando de Marlaska, ni las bicicletas del sanchismo, con enchufe y rueda izquierda y derecha. ¿Ven? Ni siquiera he mandado esto y juraría que noto a alguien tras el perchero.

El Gobierno ha creado el Comité Permanente Contra la Desinformación, o sea el CPCD, que ya suena a acojone y a purgante, a búnker de Berlín Este para la policía política o para nadadoras con bigote, y a lo contrario de lo que se pretende. La opresión suele empezar por ahí, por robarte la posibilidad de usar el sentido verdadero de las palabras. Desde esa oficina con mirón gubernamental, como un vigilante de aseos de las mentes sucias, el Gobierno pretende controlar no sólo la “desinformación”, concepto tan sutil y equívoco como la honra, sino hasta “el pluralismo de los medios”. Sí, efectivamente todo va sonando a lo contrario. Y a que te lo dice un tipo con flexo, gafas de aviador, pinzas eléctricas e inyección de caballo.

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