En los momentos en los que escribo estas líneas desde Estados Unidos, hay ciertas variables acerca de las elecciones norteamericanas cuyo resultado aún no conocemos. No sabemos si los distintos recursos y recuentos anunciados por el Presidente Trump finalmente se producirán, y no sabemos -en caso de producirse- qué resultado arrojarían. No sabemos si es verdad o no que ha habido fraude electoral (como sostienen muchos Republicanos) en estados clave como Wisconsin o Michigan, que podrían hacer cambiar de signo la Presidencia del país. En definitiva, no sabemos aún a ciencia cierta quién acabará pronunciando el juramento presidencial en la fachada Oeste del Capitolio el próximo 20 de enero de 2021.
Lo que sí sabemos de estas elecciones son algunas otras cosas. Entre ellas, las siguientes:
- La opinión pública ha abandonado a la opinión publicada. Cuatro años de oposición militante e incesante de prácticamente todo el sistema de mass media, junto con la censura de los operadores de redes sociales y empresas tecnológicas, y los ataques de todos los columnistas, opinadores, politólogos, celebrities e influencers, de la industria cinematográfica y de las plataformas de contenidos, y por supuesto, la manipulación de los encuestadores que predecían un abandono masivo del pueblo americano a Donald Trump… no han servido para gran cosa. Gane quien gane, el resultado electoral de Trump ha sido no sólo muy bueno, sino mejor que hace 4 años. Las élites opinadoras que viven en grandes ciudades costeras, en micro burbujas dentro de las que se retroalimentan entre sí, ignorando cuando no despreciando al americano de clase media, han quedado -una vez más- retratadas. Algo parecido pasa en España, con el desprecio de esas mismas élites por todo lo que no se pliegue a obedecer el consenso socialdemócrata. Los adjetivos que utilizan, la falsa narrativa de la que no se apean, la constante burla desde su falsa superioridad moral, les ha pasado factura en EEUU y se la pasará en España, en forma de desplome de su credibilidad. No aprenden.
- El fracaso de las políticas identitarias. Las políticas de exigencia del voto en función de características identitarias no han funcionado. Los Hispanos no votan de forma uniforme, ni responden bien a la insistencia de la izquierda de tratarles como a un grupo homogéneo y de apropiarse de ellos como tal grupo. Pero tampoco votan de forma uniforme todos los afro-americanos, ni todos los asiáticos, ni todas las mujeres, ni todos los LGTBI. La izquierda se ha empeñado en dividir a la sociedad, generar frustración en todos los que no sean hombres blancos heterosexuales, y en exigir el voto de todos ellos, bajo pena de negarles esa misma identidad en caso de resistencia (“you ain’t black” llegó a decir Biden de los negros que dudaban de a quién votar). Pero la cosa no funciona así. Todos esos supuestos segmentos son diversos, y en cualquier caso votan a Trump mucho más de lo que la izquierda creía. Para sorpresa de las élites citadas más arriba, los votantes tienen criterio propio y de la misma forma que ya no se dejan manipular tan fácilmente por los medios, tampoco se dejan colectivizar por la izquierda en función de una identidad que presuntamente les debe obligar de la forma que se les dice.
- Los demócratas lo tienen complicado en el Poder Legislativo. A diferencia de en España, es muy frecuente que en EEUU el Ejecutivo sea de un color político distinto del Legislativo, siendo especialmente importante la función del Senado (de nuevo, a diferencia de en España, donde no tiene semejante relevancia). El sistema norteamericano está diseñado como un auténtico sistema de equilibrios y contrapesos (“checks and balances”). Los demócratas no han logrado ganar la deseada mayoría en el Senado, y han perdido 5 escaños en el Congreso. En caso de que Biden sea finalmente proclamado Presidente, tendrá un inicio de legislatura muy complicado, pues algunas de las ideas que viene sugiriendo la izquierda más radical dentro del Partido Demócrata sencillamente no se podrán aprobar (desde aumentar el tamaño de la Corte Suprema para llenarla de jueces progresistas hasta una subida masiva de impuestos). Como el sistema está diseñado de forma que haya siempre cambios, las siguientes elecciones de media legislatura podrían llegar a alterar este desequilibrio… pero mientras, un Ejecutivo Demócrata estaría bastante controlado por el Legislativo Republicano.
- Las elecciones se ganan a veces por un puñado de votos. Recordemos las elecciones de Bush v. Gore en 2000, donde no sólo se decidió la Presidencia por sólo 537 votos, sino que Gore (como Hillary Clinton, 16 años más tarde) ganó el voto popular aunque no el voto electoral. Algo parecido ha pasado esta vez, donde varios estados se deciden por fracciones de un punto porcentual. En el Senado de Florida, por ejemplo, una candidata Republicana ha ganado literalmente por 27 votos de ventaja, en un distrito en el que votaron más de 300.000 personas. Las campañas en redes y en medios son importantes, pero hay que seguir pisando el terreno para amarrar los últimos votos.
- América está dividida. En aquella citada noche electoral de 2000, Gore concedió la victoria, luego se retractó y a continuación lanzó una ofensiva legal para intentar recuperar los votos electorales del Estado de Florida. Desde aquella amarga derrota para la izquierda, la política ha envenenado a la sociedad americana, donde se ha disparado el sectarismo y la confrontación, especialmente cuando no gobierna el Partido Demócrata (por eso los ocho años de Obama fueron mucho menos controvertidos). Tampoco es un fenómeno exclusivo de EEUU. España lleva sufriendo algo parecido desde la llegada de Zapatero en 2004, y su convicción de que “nos conviene que haya tensión”. Eso sí, los disturbios y la violencia desaparecen cuando gana o gobierna la izquierda.
- Trump levanta pasiones, Biden no. La estrategia del Partido Demócrata de “esconder” a su candidato ha sido acertada. Biden no destaca por ser un gran orador, carece por completo del carisma de Obama, y ha dado muestras de estar ligeramente senil. Pero tampoco genera un gran rechazo entre los votantes, y su ademán y tono moderado resulta aceptable para mucha gente. Trump, por el contrario, tiene una personalidad abrumadora, para bien y para mal. Levanta pasiones entre los suyos, pero también ha generado mucho rechazo por sus formas en esta campaña, más que por sus políticas en sí. Eso le ha pasado factura con un número sorprendente de personas que quizá le habrían aupado a la presidencia en esos estados clave donde necesitaba un pequeño empujón adicional.
- Las élites votan mayoritariamente al Partido Demócrata; los trabajadores, mayoritariamente a Trump. Desde la revolución de los “Reagan Democrats” no se había visto nada parecido. Frente al desprecio de la izquierda por los trabajadores que votan en su contra, se impone la realidad de que al trabajador le va mejor cuando se genera más empleo, cuando suben los salarios, cuando se activa la economía, cuando se insufla optimismo y tranquilidad a los mercados… es decir, cuando no gobierna la izquierda. Eso sí, el mapa del voto muestra cómo las élites urbanitas siguen prefiriendo a las izquierdas.
- Muchos Republicanos no votan a Trump. Muchos Demócratas sí. Quizá de las cosas más difíciles de entender de estas elecciones es hasta qué punto Trump es el candidato de sí mismo, y no tanto el del Partido Republicano. Muchos Republicanos clásicos le odian, especialmente los que pertenecieron a las Administraciones de Bush padre e hijo (incluso apoyan el Project Lincoln para acabar con Trump). Mientras, muchos votantes independientes, e incluso un número significativo de demócratas, que no apoyan a otros candidatos Republicanos, sí votan por Trump. El Trumpismo no siempre se lleva bien con la (exigua) estructura del Partido Republicano.
- Con Biden, el riesgo de socialismo es real. Biden puede ser moderado, pero Black Lives Matter, Kamala Harris, AOC, Ilhan Omar, o Bernie Sanders son influencias radicales que tendrían peso en una Administración Biden. Si los contrapesos acaban cediendo por cualquier razón, el riesgo de un giro a la izquierda radical es real. Algo impensable incluso en los EEUU de Obama.
- ¡Es el Covid, estúpido! Piense uno como piense, está bastante claro que el Covid ha tenido un enorme peso en estas elecciones. Prácticamente ningún gobernante del mundo sale fortalecido de una situación como esta, pero claramente Trump despreció desde el principio la relevancia que tendría el virus a la hora de votar. Eso le ha podido costar caro.
En definitiva, nos esperan aún días y quizá semanas de batallas jurídicas y de recuentos. La cuestión es cómo queda EEUU el día después. Y sin duda la respuesta es que queda con una elevada tensión interna que dificultará el ejercicio de la acción política en beneficio del ciudadano. Una perjudicial tensión que no es muy distinta de la que vivimos en España, y que no cejará nunca hasta que la izquierda recupere la moderación, abandone las ficticias batallas de corrección política que se ha inventado en estos años, y regrese a solucionar los problemas reales de la gente. Pero ese escenario no es previsible en el futuro cercano.
Iván Espinosa de los Monteros es diputado y vicesecretario de relaciones internacionales del partido político Vox.
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