La victoria electoral de Joe Biden, con la agonía final impuesta como una pataleta impropia de la democracia más antigua del mundo, debe marcar la cuenta atrás del regreso de Estados Unidos a la escena global. America First, el grito de guerra de Donald Trump, se concretó en un exceso de unilateralismo que, a menudo, no beneficiaba siquiera a los estadounidenses y que la nueva Casa Blanca rectificará sin duda.
Las fuerzas nacionalistas, populistas y antiglobalización de todo el mundo sufren un enorme revés, y Europa no puede más que felicitarse por ello y ayudar a que el cambio en Washington normalice las relaciones con su gran aliado político, económico y militar.
La antipatía de Trump hacia la Unión Europea y sus líderes, con la errónea acusación de que su objetivo era perjudicar a la economía estadounidense, la desconfianza hacia los aliados de la OTAN y su insensato apoyo al Brexit han hecho retroceder los vínculos transatlánticos al nivel más débil desde la Segunda Guerra mundial.
El unilateralismo y el desprecio por las normas y los acuerdos internacionales han determinado la política exterior de Washington en los últimos cuatro años
El unilateralismo y el desprecio por las normas y los acuerdos internacionales han determinado la política exterior de Washington en los últimos cuatro años; es comprensible que la distancia entre las dos orillas del Atlántico Norte sea más amplia que nunca, porque la Unión Europea, con sus defectos, es genuinamente un sistema multilateral de cooperación y respeto a las reglas de juego.
En términos personales, que Trump haya sido capaz de mantener una actitud pública tan agresiva con Angela Merkel y, sobre todo, que la prudente canciller no haya disimulado la irritación que le producía el grosero presidente norteamericano, es toda una muestra de hasta donde ha llegado el divorcio entre la Unión Europea y Estados Unidos.
Tiempo de reconciliación, por tanto. Nacional, transatlántica e internacional. Biden, cuya gran –y difícil— misión en los próximos años será la de cicatrizar las heridas que enfrentan a la sociedad norteamericana (previas a Trump, hay que decirlo), es un político tradicional, un centrista con sensibilidad global que quiere recuperar el liderazgo internacional de Estados Unidos, como prometió en un artículo publicado la pasada primavera en Foreign Affairs.
El presidente electo sabe, y así lo escribió, que «los retos globales a los que se enfrenta EE.UU., desde el cambio climático y las migraciones masivas hasta la disrupción tecnológica y las enfermedades infecciosas, se han vuelto más complejos y más urgentes, mientras que el rápido avance del autoritarismo, el nacionalismo y el antiliberalismo ha socavado nuestra capacidad para afrontarlos colectivamente».
Por eso, añadió, desde su primer día, la persona que ocupe la presidencia “tendrá que salvar nuestra reputación, reconstruir la confianza en nuestro liderazgo y movilizar a nuestro país y a nuestros aliados para afrontar rápidamente esos nuevos desafíos”. Pero esta buena voluntad no supone el regreso a un feliz pasado. La alianza transatlántica nunca volverá a ser lo que fue.
Ya Barack Obama ejecutó el llamado “giro a Asia” reconociendo que, para EEUU, esa relación es mucho más importante estratégicamente que la que tiene con Europa. Y también Obama abandonó el libre comercio instintivo del pasado. El triunfo de Trump en el interior del país y entre las clases trabajadoras muestra que hay un número enorme de "perdedores de la globalización" que no están dispuestos a aceptar sin cuestionarlo el paradigma del consenso de Washington de Bush padre, Clinton y Bush hijo, de Thatcher, Major y Blair, de Kohl, Schröder y Merkel.
Con Biden tendremos un presidente de EEUU educado y sensato, pero mucho menos dependiente de Europa que en el pasado
Con Biden tendremos un presidente de Estados Unidos educado y sensato, pero mucho menos dependiente de Europa -y menos generoso con Europa- que en el pasado. En menor medida que con Trump, pero de la misma forma, Europa necesitará construir una política exterior y de defensa común y autónoma que nos permita defender nuestros intereses en el mundo, y no continuar soñando con un “paraguas americano” que ya Obama empezó a retirar, Trump hizo completamente increíble y Biden reconstruirá en forma, pero no en contenido.
Buenas noticias para Europa, sin duda, pero que no obvian la necesidad de construir nuestra autonomía estratégica. Sin ninguna ingenuidad, la Unión Europea debe facilitar el regreso de EEUU al multilateralismo y renovar los viejos vínculos para resolver sin chantajes las disputas económicas; asumir la responsabilidad europea en el mantenimiento de la seguridad, es decir, poner más dinero en la OTAN; hacer frente común ante las amenazas contra la democracia y la libertad, procedan de Rusia, de China o de los países y grupos que promueven y utilizan el terrorismo, y unir esfuerzos para superar la devastadora crisis económica y de salud causada por el Covid-19.
En definitiva, Europa y Estados Unidos deben abordar los retos globales acertadamente señalados por Biden como socios de verdad, como aliados con intereses comunes. Pero Europa debe ser, a la vez, más consciente que nunca de que no puede dejar las decisiones sobre su futuro en manos de un socio cuyos intereses están, por motivos geoestratégicos, cada vez más alejados de los nuestros.
Luis Garicano es jefe de la delegación de Ciudadanos en el Parlamento europeo, es vicepresidente y portavoz económico de Renew Europe.
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