El presidente Sánchez, con una autoridad oronda y apabullante de escalafones e internacionalidades, como un cocinero Michelín, acababa de decir en la tribuna del Congreso que un estudio de la Universidad de Oxford otorgaba a España la puntuación más alta de los países occidentales en cuanto al rigor en la respuesta a la pandemia. Unos minutos después, dos televisiones privadas españolas cortaban la retransmisión. En cada una de ellas, un severo periodista se destacaba entre fondos víricos y ponzoñosos para dar parecidas razones: esa afirmación era objetivamente falsa. Y tampoco habíamos sido los primeros en tomar medidas de confinamiento en ese Occidente que Sánchez citaba una y otra vez con reverberaciones carolingias. Por todo esto, los dos programas habían decidido no prestar su audiencia a la difusión de desinformación y bulos. Una parte de esto es ficción, claro, y ya saben ustedes cuál.
Era 9 de abril, estábamos en la cima de la pandemia, las estadísticas de los muertos eran ya como vegetación que cubría su propia pirámide, y Sánchez dijo todo eso, que era falso. Pero no, aquí nadie cortó a Sánchez, por supuesto. La ficción me la ha inspirado Trump, que sí fue apagado por varias televisiones estadounidenses cuando hablaba de votos “ilegales” sin ningún indicio. No es cuestión de ponerse ahora romántico con la profesión periodística, que está, según quién, entre el samurái con caligrafía de sangre, el detective borrachuzo y noir, el monje buchón y beatífico, y el mercenario de posada.
Aquí nadie apaga al presidente, ni a Simón, ni a Abascal, ni a ningún otro, seguramente porque da más audiencia dejarlos hablar. Pero, si alguien decide apagarlo, tiene que ser el medio. Y esto es lo que nos han recordado con Trump. Sí, han cortado a Trump como si fuera Mocito Feliz, pero lo ha cortado la cadena de televisión, no un burócrata ni un cura ni una dama de orfeón. Que esto nos parezca una americanada, y no una obviedad, es lo sorprendente y lo preocupante.
El Gobierno ha montado ese Comité contra la Desinformación al que ya le he dedicado guasas, y muchos se han puesto a justificarlo o a matizarlo hablando sobre la Verdad y el Periodismo de una forma así como eucarística, que hasta les sale voz de cura, esa voz de acariciar coronillas como nidos de huevos del Espíritu Santo. Son sólo las campañas de potencias extranjeras, son sólo los bulos de beber lejía...
El derecho a recibir información y opinión libres es tan importante que prevalece ante la posibilidad de que sea falsa, por eso no puede haber censura previa
Pero la ministra Arancha González Laya lo ha dejado bastante claro: “Aquí no se trata de limitar la libertad de expresión, pero sí se trata de limitar que se puedan vehicular falsedades a través de los medios de comunicación, que hoy son los periódicos, las radios, las televisiones y también las plataformas digitales que falsean el debate público, que manipulan a nuestra población y que pueden causar un gran quebranto a nuestra democracia”. Sí, está hablando de controlar a los medios de comunicación y de un órgano gubernamental que decide qué es falsedad. Lo mismo encontramos ahí la Verdad del filósofo y del periodista.
La Verdad, siempre virgen, es un concepto que a los santurrones les encanta manosear, es algo así como un sustituto de la lujuria, igual que esos dulces de santo. Pero si fuera sólo la Verdad, lo primero que habría que quitar de los medios sería seguramente el horóscopo y el tiempo. En realidad, no se trata tanto de Verdad como de libertad y responsabilidad. El derecho a recibir información y opinión libres es tan importante que prevalece ante la posibilidad de que sea falsa, por eso no puede haber censura previa. Pero también está la responsabilidad. Un medio puede publicar una mentira, un libelo, pero será responsable ante la ley. Por eso mismo, porque es el responsable, sólo el medio puede decidir sobre la información o la opinión que da.
Los medios, sea porque miren las cuentas o porque se afilien al Sindicato del Crimen o porque se les haya aparecido Cronkite como el maestro Yoda, son los únicos que pueden decidir lo que cubren y lo que publican, y si cortan a un político o levantan un artículo. Y los jueces, según la ley y siempre a posteriori, los únicos que pueden sancionarlos.
Sánchez es un presidente fake, con tesis fake, libro fake, discursos fake y vida fake. Ahora, sin embargo, se afana por buscar la Verdad y librarnos de los bulos
Ni el Gobierno, ni comités, ni sindicatos, ni asociaciones, ni tribunales de honor, ni la plaza del pueblo, ni el código del mandaloriano ni el del buen periodista con sotana e hisopazo. Es así, y lo demás es censura y totalitarismo. Y no hace falta mencionar la Verdad ni otras merengosidades de catequista de redacción.
Sánchez es un presidente fake, con tesis fake, libro fake, discursos fake y vida fake. Ahora, sin embargo, se afana por buscar la Verdad y librarnos de los bulos. Recuerden de qué se trata, según definió la ministra Laya, y recuerden con quién va. Va con Iván Redondo, que lo mismo te explica cómo manipular con tres emociones básicas (a saber: miedo, rechazo y esperanza) que te crea cuentas zombis en Twitter. Y va con Pablo Iglesias, que considera que la mera existencia de medios privados ataca la libertad de expresión, pero regala un panfleto a la desatendida Dina. No sé, yo creo que el periodista con olfato debería sospechar por dónde va la cosa. Aunque lo mismo todo esto le parece una americanada y prefiere la Verdad otorgada como un sacramento por un comité españolísimo y frailuno.
El presidente Sánchez, con una autoridad oronda y apabullante de escalafones e internacionalidades, como un cocinero Michelín, acababa de decir en la tribuna del Congreso que un estudio de la Universidad de Oxford otorgaba a España la puntuación más alta de los países occidentales en cuanto al rigor en la respuesta a la pandemia. Unos minutos después, dos televisiones privadas españolas cortaban la retransmisión. En cada una de ellas, un severo periodista se destacaba entre fondos víricos y ponzoñosos para dar parecidas razones: esa afirmación era objetivamente falsa. Y tampoco habíamos sido los primeros en tomar medidas de confinamiento en ese Occidente que Sánchez citaba una y otra vez con reverberaciones carolingias. Por todo esto, los dos programas habían decidido no prestar su audiencia a la difusión de desinformación y bulos. Una parte de esto es ficción, claro, y ya saben ustedes cuál.
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