“Veo esta lluvia y no te puedes imaginar lo que pienso”. Yo pensaba en el paraguas rojo, que era como un único tulipán rojo en un mundo de barro, en un día de lluvia que había arrastrado todos los colores menos ese rojo perenne, casi volcánico bajo el aguacero. El paraguas rojo está en la portada de Patria por casualidad. Aramburu ha contado que la foto simplemente les gustó y sólo más tarde cayó en que el paraguas que llevaba José Luis López de Lacalle cuando fue asesinado por ETA era rojo. Un rojo más apagado, un rojo con cuadros, un rojo real, con todos sus cuajarones de rojo, no el rojo estilizado o alegórico de la vida o de la sangre. A Bittori, la protagonista de Patria, la lluvia le recuerda el día en que mataron a su marido. Yo pensaba en el paraguas rojo, en cómo se queda ese paraguas en la retina, con rojo de sol, de verano cerrando los ojos. Es el Día de la Memoria en el País Vasco y yo pienso que todavía sigue ahí ese paraguas, que nadie puede quitarlo, como una honda raíz de sangre o una espada maldita.
Termina la serie Patria y se celebra este día que parece hacerle caso siendo silencioso, discreto, vergonzante, con temor aún de salir de sus cementerios. Patria es más pedagógica que literaria y por eso la serie me ha gustado más que la novela (las interpretaciones consiguen la intensidad que no alcanza el lenguaje remolón del libro, que a veces parece la transcripción de una casete). La enseñanza que deja Patria, y que duele como el rojo en los ojos, es que el asesinato aún puede ser agravado por la vergüenza y el estigma de haber sido asesinado. Que el asesinato físico de una persona sólo es una parte, una parte apenas mecánica o herrera, de la muerte civil de muchas más. Y esto es brutal porque no puede hacerlo la ETA sola. La viuda es “la loca ésa”, es la apestada, es la que recibe la ira, el desprecio y la humillación de los vecinos, es la que se tiene que ir. Es la viuda la que parece que hubiera matado a alguien. Es una total inversión moral, y no de una banda terrorista, sino de la gente corriente. Una complicidad que remite a una condición profundamente enferma de la sociedad.
Termina la serie Patria y se celebra este día que parece hacerle caso siendo silencioso, discreto, vergonzante, con temor aún de salir de sus cementerios
Los muertos aún tenían que preocuparse de no molestar después de haber sido asesinados, y sigue siendo así. Ni siquiera este día puede ser otra cosa que otro día de no molestar. Homenajes con sordina en apartados túmulos, discursos muy medidos con un reojo y un temblor históricos que ya no se van, la sensación de seguir haciendo algo prohibido o desafiante, como los niños, y de provocar con la mera existencia, como provoca el rojo en el día gris, en el pueblo gris y en el pensamiento gris. Me pregunto a quién no hay que molestar, a quién no hay que provocar. Si ya no está ETA, si ETA ya no mata, si sólo quedan presos con una gloria patriótica de almorranas, como el Joxe Mari de Patria, a quién se teme molestar. Y aun así, hay lugares a los que no se puede ir, y cosas que no se deben decir, para no provocar, y así seguimos, chistando, aguantando la respiración, aprendiendo a ser buenos muertos en vida.
Eso que queda en el reojo, en la espalda, en las palabras medidas con gravedad y cuidado, eso que no hay que mover mucho, eso que no es ETA pero sin lo que no podría haber existido ETA, eso es lo que no ha acabado. Lo sabemos por la amargura como de ceremonia extranjera que tiene este día. Lo sabemos porque esa gente que se sentía provocada e irritada por los muertos y las viudas todavía se siente provocada por los vivos (esos vivos deberían llamarse supervivientes porque lo son, son los que ellos no pudieron matar, y ahora todavía irritan más porque pretenden pasearse como presumiendo de no estar muertos, por ahí por la tierra sagrada de Euskadi, toda como de piedra de altar de sacrificios). Toda esa gente corriente y cómplice, vecinos, tenderos, sindicalistas, curas, chavales, politiquillos, los mudos y los cobardes, los chivatos y los aprovechados, sabemos que no se han ido porque siguen comportándose igual que cuando estaba ETA, pero sin ETA. Hasta los demás se comportan como cuando estaba ETA, aún sin ETA.
Se trata de que unos asustaviejas, ya sin ETA, sin el miedo a ETA, aún condicionan y limitan en el País Vasco las libertades democráticas
Yo veía el último episodio de Patria y pensaba en el paraguas rojo, tan rojo que era irreal, como una sangre falsa o un beso falso. Y pensaba en el otro paraguas rojo, el de López de Lacalle, con su color más cotidiano y su estampado de carrito de la compra. Al final la muerte es así, acabar tendido no como una estilizada piedad, sino con tu vida como un cesto de manzanas volcado. Y necesita poco, algo de metal o de plástico. La muerte física, al menos. La muerte civil, la expulsión de la condición de ciudadano, la negación de tu libertad y de tu ideología, la normalización del acoso y de la humillación, eso es más complicado, antes y ahora.
Se trata de bastante más que de soportar cencerradas municipales cuando llega un preso etarra con sus almorranas sagradas y maceradas de gudari o de mandril. Se trata de que unos asustaviejas, ya sin ETA, sin el miedo a ETA, aún condicionan y limitan en el País Vasco las libertades democráticas. Y es así porque se permite. Ahí siguen, gente corriente y cómplice, vecinos, tenderos, sindicalistas, curas, chavales, politiquillos, los mudos y los cobardes, los chivatos y los aprovechados. Hoy se recordará lo que se pueda, en la diplomacia obligada y el silencio bien aprendido de los muertos. Yo sigo pensando en ese paraguas rojo que sigue ahí, que nadie puede quitar de la vista, de las aceras ni de las manos, como sangre de Macbeth.
“Veo esta lluvia y no te puedes imaginar lo que pienso”. Yo pensaba en el paraguas rojo, que era como un único tulipán rojo en un mundo de barro, en un día de lluvia que había arrastrado todos los colores menos ese rojo perenne, casi volcánico bajo el aguacero. El paraguas rojo está en la portada de Patria por casualidad. Aramburu ha contado que la foto simplemente les gustó y sólo más tarde cayó en que el paraguas que llevaba José Luis López de Lacalle cuando fue asesinado por ETA era rojo. Un rojo más apagado, un rojo con cuadros, un rojo real, con todos sus cuajarones de rojo, no el rojo estilizado o alegórico de la vida o de la sangre. A Bittori, la protagonista de Patria, la lluvia le recuerda el día en que mataron a su marido. Yo pensaba en el paraguas rojo, en cómo se queda ese paraguas en la retina, con rojo de sol, de verano cerrando los ojos. Es el Día de la Memoria en el País Vasco y yo pienso que todavía sigue ahí ese paraguas, que nadie puede quitarlo, como una honda raíz de sangre o una espada maldita.
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