Dejó escrito don Enrique Tierno Galván, emblemático alcalde de Madrid e histórico fundador del Partido Socialista Popular, además de eminente catedrático, que “la política es el arte de lo posible". Dejó para la historia muchas otras frases de gran calado, con aquella ironía fina y socarrona que le caracterizaba, pero a la vez dotada de una inmensa carga intelectual, como la de que "Dios no abandona nunca a un buen marxista". Y es que don Enrique lo fue, hasta el último de sus días y con mucha honra.
Cierto es que no fue el único que la pronunció porque también se atribuye a Maquiavelo, Bismarck, Churchill e incluso a Aristóteles. Pero me apetecía recordar hoy al Viejo Profesor. Traigo a colación a uno de los colosos políticos más importantes del siglo XX para explicar la que en mi opinión ha sido, en los últimos días, la gran jugada maestra de Pedro Sánchez: salvar el primer escollo parlamentario para la aprobación definitiva de los Presupuestos Generales del Estado tumbando todas las enmiendas a la totalidad que las derechas habían planteado.
Bildu, y su histórico líder, Arnaldo Otegui, han dado un salto político -que bien podría calificarse de histórico- absolutamente trascendental. Tras casi una década de aquel definitivo alto el fuego decretado por la banda terrorista ETA y dos años después de su disolución, el paso dado por quienes algunos siguen empeñándose en calificar como el antiguo brazo político de los terroristas es comparable, directamente, con los acuerdos de paz de Stormont que en 1998 integraron al Sinn Fein irlandés en la vía política de la normalidad y vehiculizaron el abandono de las armas del IRA, el llamado Ejército Republicano Irlandés.
No hay que escatimar tampoco el reconocimiento, en este alambicado encaje de bolillos político, al papel jugado por Unidas-Podemos y por su líder, el vicepresidente segundo del Gobierno Pablo Iglesias, y a su gurú económico, Nacho Álvarez, que ha consumido varias semanas "atornillando" los números que conformarán las cuentas del Estado con la ministra de Hacienda, María Jesús Montero. Es este aspecto, el papel de los hombres de Podemos como "muñidores" del pacto, el que ha sido nuclear para romper el hielo y pasar de una fría cortesía parlamentaria a una completa normalización.
La gobernanza y el arte de lo posible
Arrancaba esta pieza con una frase que vertebra bien el papel que ha tenido que jugar el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, a la sazón presidente del Gobierno; hacer política y convertir en el arte de lo posible su diario ejercicio de gobernanza. Un líder que no es capaz de intuir por dónde camina el nuevo tiempo de un país y de una ciudadanía que ha depositado en él su confianza durante un período de tiempo no merece ser considerado como líder y tampoco ocupar ese espacio durante más tiempo del necesario. Pero no es el caso de Sánchez.
Esa adaptabilidad y su enorme resiliencia, que los más críticos califican como debilidad o mera compra de apoyos a costa de permanecer en el poder un segmento de tiempo más largo, no es más que un puro ejercicio político que cada vez, al menos en mi opinión, alcanza una altura más depurada.
¡Claro que es necesario un proyecto de país! Pero para llevarlo a cabo hay que disponer del ejercicio del poder para ejecutarlo. Y el poder es, entre otras cosas, una permanente negociación de apoyos necesarios de entre todos cuantos sean posibles. Así lo explica Robert Greene en distintos pasajes de su obra 48 Leyes del Poder, todo un clásico ya de la ciencia política. Alcanzar el poder… conservar el poder. El siempre genial e inquietante Lewis Carroll, en su obra Alicia en el País de las Maravillas , que es cualquier cosa menos un cuento para niños, ponía en boca del célebre conejo una frase que lo sintetiza bien: “La clave es quien tiene el poder; eso es todo”.
Más recientemente, aquel viejo zorro de la política italiana llamado Giulio Andreotti repetía constantemente que el poder debilita, claro; sobre todo a quien no lo tiene. Pedro Sánchez no alberga duda alguna de que si quiere poner en práctica su proyecto deberá ostentarlo durante el mayor tiempo posible. Si ello pasa por optimizar aquella “geometría variable” de la que ya hablaba José Luis Rodríguez Zapatero, así será. Por mucho que la derecha le tache de “traidor” o "vendepatrias”. También a Adolfo Suárez la derecha de la época le dedicó los mismos epítetos.
El “ejemplo Suárez”
¿Alguien en su sano juicio puede tildar de comunista o nacionalista a aquel Adolfo Suárez de 1977? No. Pero sin su ejemplo de cintura política JAMÁS se hubieran llevado a cabo ni una completa reconciliación nacional, cuarenta años después del final de una cruenta Guerra Civil, ni unos Pactos de la Moncloa que eran imprescindibles en un contexto en el que el paro alcanzaba a más de un cuarto de la población activa y España tenía un déficit público de dos dígitos, tal como ocurre ahora. No hubiera sido posible en suma una Transición a la democracia plena que hoy, más de cuatro décadas después, se sigue estudiando en todas las escuelas de liderazgo político y Think Tanks a lo largo y ancho del mundo. Suárez aportó algo más que ahora ejemplifica también Sánchez: “Convertir en políticamente normal lo que, a nivel de calle, es ya simplemente normal”.
La cita, extraída de su célebre discurso de noviembre de 1976 en el que defendió ante unas Cortes aún trufadas de franquistas la Ley para la Reforma Política, es una perla más de lo que debe constituir una completa guía para líderes políticos en circunstancias de cambio… en tiempos difíciles.
Las críticas, también desde el interior
Creo, por todo lo expresado, que destacados barones socialistas como Guillermo Fernández Vara se equivocan cuando afirman públicamente -también Emiliano García Page- que estos pactos con Bildu les estomagan. Recuerdo a muchos recalcitrantes decir lo mismo cuando el irlandés Gerry Adams entró en la vía política de la normalización y su figura, desde el punto de vista parlamentario, comenzó a ser considerada en igualdad de condiciones a las del resto de líderes de la época, tras un pasado terrorista. Un país que no es capaz de pasar página y de cerrar sus heridas pasadas está condenado a ser un país que no avanza.
Cualquier socialista con memoria recordará cómo en 1978 Felipe González amagó con dejar la Secretaría General del PSOE para siempre -llegó a dimitir- si no se aceptaba la renuncia al marxismo del corpus ideológico de su partido. Volvió, y lo hizo por aclamación. Ser un líder con mayúsculas implica también esto: jugársela, aun a costa de poder perder la propia y privilegiada posición en pos de un ideal que a la larga puede y debe conducir a la organización o al país a una situación mejor y más evolucionada que aquella de la que se parte. Arriesgar es necesario… se puede perder, pero normalmente se gana. Y eso es lo que distingue a los mejores de los mediocres, que solo aspiran a conservar la poltrona.
En este caso, creo que Pedro Sánchez ha dado un paso que le consolida aún más en su posición como líder de primera categoría. La historia será quien demuestre si esto, finalmente, es así. Yo, personalmente, apuesto por ello.
Dejó escrito don Enrique Tierno Galván, emblemático alcalde de Madrid e histórico fundador del Partido Socialista Popular, además de eminente catedrático, que “la política es el arte de lo posible". Dejó para la historia muchas otras frases de gran calado, con aquella ironía fina y socarrona que le caracterizaba, pero a la vez dotada de una inmensa carga intelectual, como la de que "Dios no abandona nunca a un buen marxista". Y es que don Enrique lo fue, hasta el último de sus días y con mucha honra.
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