Hace un año Albert Rivera presentó su dimisión como líder de Ciudadanos. Los miembros de la dirección del partido recuerdan la reunión de aquella mañana del 11 de noviembre con tristeza. Y también con un punto de decepción.
Rivera no supo encajar el golpe que supuso pasar de 57 a 10 escaños en poco más de seis meses. Su relato, en medio del silencio de sus expectantes compañeros, se ciñó a una descripción sentimental de lo que los resultados electorales habían supuesto para él. Abrumado, derrotado, se echó a llorar. Algunos no sabían donde meterse. Otros aplaudieron.
Era el trágico final de una carrera fulgurante. Rivera levantó un partido de la nada que llegó a ganar las elecciones catalanas de diciembre de 2017 y que se quedó a sólo 9 escaños del PP en abril de 2019. Tocó el cielo con los dedos pero en una noche la carroza se transformó en calabaza y él decidió marcharse como alguien al que la vida no le ha hecho justicia.
El marrón de hacer la travesía del desierto le tocó a Inés Arrimadas, que se había destacado como azote de independentistas en un parlamento catalán donde hablar en castellano era casi una herejía.
Hercúlea tarea. No sólo por lo que suponía defender la posición tras un batacazo tan extraordinario, sino porque el partido se había hecho a imagen y semejanza de su líder. Tanto era así, que pasó de definirse como "socialdemócrata" a bautizarse de "liberal" sin que ello supusiera ningún cisma interno.
Meses después de la derrota, en Ciudadanos todavía no habían hecho la digestión de lo ocurrido. Es imposible construir si no se hace un balance de los hechos. Pero la receta para cerrar la herida era que había que mirar hacia adelante... Hasta que Arrimadas encontró la palabra clave no sólo para explicar la derrota, sino para marcar la línea de actuación del partido: "utilidad". Había que ser "útiles" para los ciudadanos. Y así, se pasó de sublimarlo todo a un proyecto que tenía como principal objetivo arrebatarle al PP la hegemonía en el centro derecha a supeditarlo todo a lograr cosas, a ser "útiles".
Esa concepción instrumental de la política es lo que explica que Arrimadas siga empeñada en lograr concesiones en la negociación de unos presupuestos que no hay por donde cogerlos y a pesar de que el PSOE ya tenga en el bolsillo el apoyo de ERC y de Bildu.
La líder de Ciudadanos se faja en el Congreso contra dos provocadores Rufián (ERC) y Echenique (UP), pero no tira la toalla en su empeño por lograr algunas migajas. El PSOE ni siquiera acepta, a cambio de su apoyo, que se imponga en Cataluña al menos un 25% de castellano en la enseñanza.
Los aturdidos votantes de Ciudadanos no se explican lo que está pasando. Algunos de sus dirigentes, tampoco. Y, desde luego, los que ya se han marchado no dan crédito a lo que están viendo. "Esto no es Ciudadanos", confiesan.
Lleva la política en las venas y le encantaría volver. La cuestión es cómo hacerlo sin enfrentarse directamente a Arrimadas
Así las cosas, las declaraciones de Albert Rivera de esta semana en las que dejaba claro su discrepancia con la actual dirección del partido (su tuit de autorectificación no ha servido de nada) sitúan al partido ante una situación casi terminal.
Si los resultados de las elecciones catalanas a celebrar el próximo mes de febrero son malos o muy malos, como auguran algunas encuestas, Ciudadanos estará en riesgo de extinción. A pesar de su todavía importante poder regional (gobierna en Madrid, Andalucía, Castilla León y Murcia en coalición con el PP) y local (donde es clave para sostener gobiernos de ciudades importantes como Madrid).
En Génova se observa el derrumbe del proyecto Ciudadanos con cierto deleite. El giro al centro de Pablo Casado, explicitado en su discurso durante el debate de la moción de censura presentada por Vox, facilita la aproximación a los dirigentes naranja. Hay dos movimientos que a nadie le han pasado desapercibidos: en primer lugar, el fichaje por el PP de Rivera (en realidad del despacho Martínez-Echevarría) para recurrir la ley catalana de alquileres ante el Tribunal Constitucional; y, no menos importante, el fichaje del antiguo número dos de Cs, José Manuel Villegas, para la Fundación Propósito, próxima al PP.
Casado no quiere machacar a Arrimadas, con la que mantiene una buena relación personal, por su incomprensible posición ante los presupuestos. Pero en Génova ya se ha tomado la decisión de no acudir en las mismas listas que Ciudadanos a las elecciones catalanas, para hacer bien visible que la alianza en Galicia y el País Vasco fue sólo un movimiento táctico.
Que en los próximos meses el PP va a incorporar a sus filas a ex dirigentes de Ciudadanos es algo que se da por hecho en el entorno de Casado. Ahora bien: ¿qué hará Rivera? Esa es la gran pregunta.
Que Rivera (que hoy cumple 41 años) no va a terminar sus días preparando recursos en un despacho, por muy importante que sea el bufete, es algo que todos los que le conocen bien tienen claro. Sería como poner a un pura sangre a tirar de un arado.
Rivera lleva la política en las venas. De hecho, tras unas semanas de desenganche, ha seguido el día a día de los acontecimientos casi como cuando era el líder de su partido. No disimula su disgusto con la deriva de Ciudadanos. Con Arrimadas apenas habla. Su agenda es cada vez más mediática: la próxima semana participará en un acto netamente político.
Ahora bien, ¿cómo encajar esta pieza en el puzzle político hispano? Dicen sus amigos que no hará ningún movimiento definitivo mientras persista la marca Ciudadanos. Es difícil que vuelva a su partido o que intente crear uno nuevo. En realidad, su ideología tendría fácil acomodo en un PP moderado y centrista. Ahora bien, ¿en calidad de qué?
Con la misma certeza que sus próximos vaticinan su vuelta -no muy lejana- a la arena política, aseguran que nunca lo haría como número dos. Él sólo se ve a a sí mismo como líder. Es el problema de los que piensan -algunas veces con razón- que han nacido para cambiar el mundo.
Rivera, que a algunos nos devolvió la ilusión en la política, tiene aún muchos activos a su favor. Pero, para volver, primero tiene que hacer examen de conciencia y reconocer sus errores. Y luego, asumir que uno no siempre es el más listo de la clase.
Un exceso de ambición, creer que todo lo podía, le hizo perder la carrera tras los comicios de abril de 2019. Este pura sangre necesita volver a la competición, pero la cuestión es que aún no ha encontrado su sitio.
Hace un año Albert Rivera presentó su dimisión como líder de Ciudadanos. Los miembros de la dirección del partido recuerdan la reunión de aquella mañana del 11 de noviembre con tristeza. Y también con un punto de decepción.
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