A Sánchez le está saliendo ahora una oposición de cadera de grifería, como una vieja bicicleta de Bahamontes, y otra de santoral provincial. O sea, glorias ferruginosas como Alfonso Guerra y glorias pastorales como algún barón regional que remite más al cura que al político. Yo sólo me creo a los primeros, que ya no tienen que pelear por ningún sillón porque ellos van como en ese palanquín de la edad o de la reputación, entre cama del Seguro, cátedra emérita y silla de barbero. Alfonso Guerra y otros “históricos” de cuadro de Santa Cena del socialismo (los políticos que ya están en la historia sólo vuelven como Evangelio) han promovido un manifiesto contra esa Ley Celaá que pretende que el español sea poco más que una jerga de quinquis en la escuela catalana. Parece que sólo desde una caballerosidad, una mala uva y un aburrimiento antiguos se atreven contra las niñatadas de Sánchez.
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