Pablo Iglesias es mucho de meme y de zasca, como si fuera un colaborador de Alfonso Arús, al que veo que han vuelto naranja unas vitaminas malas o el sol de bingo de la televisión que hace. Iglesias siempre fue televisivo, como una doña Rogelia de su generación y de su ideología. Doña Rogelia tenía tres minutos para levantarse la bajera y para soltar su leñe, y eso es lo que hacía Iglesias, levantarse un refajo de fiesta del pueblo, escandalizado y satisfecho. Entonces tenía todo el sistema, todo lo corrupto de la política y todo lo injusto de la vida para hacer rezongos de vieja. Pero ahora él es el sistema, así que sólo puede parodiarse a sí mismo. La gente cree que es grandeza y sentido del humor, pero sólo es agotamiento. Cuando uno ya se ha embarullado en todo, sólo queda intentar que pase por ironía lo que es indecorosa verdad o vergonzosa incoherencia. Si Iglesias tuitea un meme burlándose de eso de convertir España en Venezuela es porque no es capaz de decir nada serio sobre el tema que no sea una derrotada confesión, en un sentido o en otro.
Iglesias, y también Echenique, suelen usar mucho ese tuit autoparódico que, como digo, en el fondo es una confesión por la pata abajo y un salir por peteneras. Suelen ser del tipo “ay, sí, que los comunistas bolivarianos y etarras vamos a romper España y a convertir esto en Venezuela, ya ves tú, jajaja”. Y siguen emojis revolcados de la risa. Pero, a ver, ¿son ustedes comunistas o no? ¿Y bolivarianos? ¿Han defendido y siguen defendiendo a Chávez y a Maduro y a Castro y al Che y a Lenin? ¿Y a Otegi? ¿Y a Puigdemont? ¿Los han puesto como modelo de democracia y de justicia y de valentía y de lucha? Si contestaran a esto sin emojis reventones como piñatas, lo mismo lo tendríamos más claro. Es más, podrían rebatir la leyenda en un solo tuit. Pero prefieren que el humor les haga inabarcables. Y ambiguos. No tienen otra opción, una vez que son antisistemas en el sistema y revolucionarios de váter con chorrito.
Pero, a ver, ¿son ustedes comunistas o no? ¿Y bolivarianos? ¿Han defendido y siguen defendiendo a Chávez y a Maduro y a Castro y al Che y a Lenin? ¿Y a Otegi? ¿Y a Puigdemont?
En vez de tuitear por los Simpson o por la Khaleesi, Iglesias podría aclararnos otros equívocos. Por ejemplo: si hay que poner la política por encima de la ley, ¿qué ocurre entonces con los delitos? ¿Pasan a ser también una decisión política? ¿Protesta usted por los presos políticos a la vez que aboga por que los delitos sean decisiones políticas? ¿Qué es eso de que los medios de comunicación privados atacan la libertad de expresión? ¿Qué significa democratizar los medios? ¿Y la justicia? ¿El pueblo puede perder unas elecciones? ¿Puede ganarlas? ¿Las gana sólo si gana usted? ¿La democracia es hacer lo que diga el pueblo, igual para la gente, la policía, los jueces y los periódicos? ¿En qué se diferencia el pueblo de usted? ¿El Estado debe tener ideología? ¿Cree que se acerca usted más con sus respuestas a Francia o a Venezuela? ¿A la democracia o al totalitarismo? Algo así.
En internet, claro, no cabe esto. El internet de ahora es la tele de antes, un lugar horrible donde casi todos son como un Bigote Arrocet de los 80 o como un Arús de los 90. Sin embargo, los que andan allí todo el día se creen que están inventando el humor y la política y hasta la poesía. Pablo Iglesias no es un adolescente con pulgares machacados, sino alguien que mide muy bien su imagen y su mensaje. Si Iglesias se pone moño de tita Matilde o de samurái, o un traje sin centrifugar, es porque quiere trasladar un mensaje. Si un día va a visitar al Rey en mangas de camisa y otro día jura bandera por delante de él con un himno de campeonato de waterpolo, es porque quiere trasladar un mensaje. Iglesias no habla igual en el Congreso que en Twitter, donde la peña no suele leer las crónicas parlamentarias ni ve el telediario que suena como un reloj de péndulo. Iglesias pone memes porque habla en tuités, para una burbuja sociológica que aplaude memes y para una burbuja ideológica que ya el algoritmo te escoge. Habla en tuités exactamente como hablan en tuités Trump o Abascal. Y habla en tuités como otras veces habla en currantés vistiéndose de mensaca. O como habla en moderadés cuando se levanta en el Congreso, lento y vicepresidencial como una limusina, o se va con el Rey a secar banderas como mazorcas. El caso es alcanzar siempre un target.
Iglesias ya no puede sostener nada, no puede defender nada, ni sobre Vallecas ni sobre Galapagar, ni sobre Venezuela ni sobre España, ni sobre ricos ni sobre pobres, ni sobre la gobernanza ni sobre el Gobierno, sin apoyarse en cabezas rodantes que lloran de risa o se ríen por no llorar. El vicepresidente no hace chistes de sí mismo con magnánimo sentido del humor, sino que no puede expresarse ya sino con el chiste, o sea con el absurdo, la ambigüedad y la contradicción. Nada novedoso, excepto en internet, donde se creen que todo es nuevo aunque en realidad estén esperando al Dúo Sacapuntas, a Cárdenas o al perro Mistetas. O a Chávez vestido otra vez de papagayo del pueblo. O a una doña Rogelia vallecana convertida en Sissi.
Pablo Iglesias es mucho de meme y de zasca, como si fuera un colaborador de Alfonso Arús, al que veo que han vuelto naranja unas vitaminas malas o el sol de bingo de la televisión que hace. Iglesias siempre fue televisivo, como una doña Rogelia de su generación y de su ideología. Doña Rogelia tenía tres minutos para levantarse la bajera y para soltar su leñe, y eso es lo que hacía Iglesias, levantarse un refajo de fiesta del pueblo, escandalizado y satisfecho. Entonces tenía todo el sistema, todo lo corrupto de la política y todo lo injusto de la vida para hacer rezongos de vieja. Pero ahora él es el sistema, así que sólo puede parodiarse a sí mismo. La gente cree que es grandeza y sentido del humor, pero sólo es agotamiento. Cuando uno ya se ha embarullado en todo, sólo queda intentar que pase por ironía lo que es indecorosa verdad o vergonzosa incoherencia. Si Iglesias tuitea un meme burlándose de eso de convertir España en Venezuela es porque no es capaz de decir nada serio sobre el tema que no sea una derrotada confesión, en un sentido o en otro.
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