No fueron palabras grandilocuentes, como pretendió ayer descalificar la ministra Nadia Calviño a la diputada de Coalición Canaria. Ana Oramas acababa de describir la situación angustiosa y de todo punto insostenible que se está dando ahora mismo en las islas por la presión migratoria y le salía la razón por cada poro de su cuerpo.
Hay 17.000 personas hacinadas en las islas, más de dos mil de ellas en el muelle de Arguineguín, en la pequeña población costera de Mogán, en Gran Canaria. Y de esas 2.000 más de 200 fueron sacadas ayer por la Policía con el argumento de que no se las puede retener más de las 72 horas que marca la ley.
Pero lo grandioso, por no decir lo intolerable, del asunto es que las sacaron del muelle y las echaron literalmente a la calle, sin documentación alguna, sin comida, sin agua y sin un lugar en el que cobijarse para poder al menos dormir. Ana Oramas acusó ayer al ministerio del Interior de haber dado esa orden y reclamó la inmediata dimisión de los ministros Marlaska y Escrivá. Y tenía razón.
El problema requiere cuidar con mimo las relaciones y garantizar que España está dispuesta a aportar su capacidad y su experiencia para el desarrollo de estos países. Y su dinero
Pero la realidad es que este problema excede con mucho las competencias del departamento de Interior y del de Seguridad Social y Migraciones. Lo que sucede aquí –cabe imaginar lo que habría dicho la oposición si esto le pasa a un gobierno de la derecha- es que no se ha puesto en marcha ninguna estrategia del gobierno en su conjunto, lo que significa que implique a mucho más que a un solo ministerio.
Se ve que el presidente y sus asesores dieron por cumplida su política inmigratoria con el recibimiento con vítores, palmas, cámaras y presencia oficial para dar la bienvenida a los rescatados por el Aquarius en junio de 2018. Incluso RTVE había destacado al barco a una enviada especial que nos daba cuenta diariamente de lo que sucedía a bordo. Según cuentan las crónicas de ese día, los efectivos de Cruz Roja de la Policía, de la Guardia Civil, de los servicios de traductores y de Sanidad Exterior recibieron entre aplausos la llegada de los rescatados y de la tripulación.
Y ahí se acabó, según parece, la política del Gobierno respecto a la crisis de la inmigración, y la prueba la tenemos en lo que está sucediendo ahora mismo en Canarias.
Pero este no es un problema de imagen ni de ser los más solidarios por un día. Es un problema que exige pico y pala continuados y sin final. Un trabajo que requiere una extraordinaria planificación, un esfuerzo constante y denodado para poder tener las mejores relaciones diplomáticas posibles con los países de los que parten las pateras hacia el territorio español, da igual que sea al archipiélago canario que a las costas andaluzas o alicantinas.
Requiere grandes inversiones en esos países y aportaciones en infraestructuras o en otros servicios que los países emisores de emigrantes puedan necesitar y que España les pueda ayudar a cubrir. Es decir, cuidar con mimo las relaciones y garantizar que España está dispuesta a aportar su capacidad y su experiencia para el desarrollo de estos países. Y su dinero. Pero esto no se logra en un mes ni en un año sino que es un plan sostenido y con la vista puesta a muy largo plazo.
Requiere, por supuesto, no tener en el Gobierno a un vicepresidente que se entrometa con inmensa torpeza en las responsabilidad y las competencias del ministerio de Asuntos Exteriores y, en plena crisis migratoria, se descuelgue provocando al gobierno de Marruecos con su reclamación de un referéndum inmediato de autodeterminación del Sáhara occidental, un asunto de altísima sensibilidad para Rabat. Porque esto es lo que acaba de hacer el ubicuo Pablo Iglesias, que tiene la necesidad de ser el perejil de todas las salsas y que mete la pata como la ha metido en esta ocasión en que ha tenido que ir la señora González Laya a apagar el incendio desatado por el incontinente vicetododetodo.
Requiere también estar mínimamente preparado para dar respuesta a situaciones como la que estamos viendo hoy, una avalancha que viene produciéndose desde el mes de agosto, ¡y estamos a 19 de noviembre! y estar en condiciones de poner a disposición de las autoridades canarias una mínima infraestructura que permita administrar con cierta solvencia una crisis humana de dimensiones colosales.
El equipo de Sánchez ha fallado estrepitosamente y ya no puede hacer más que intentar poner parches a una crisis que se le ha venido encima por su absoluta falta de previsión
Porque, como decía ayer en la radio la alcaldesa y declaraba a El Independiente el teniente de alcalde de Mogán, la localidad donde se encuentra el muelle de Arguineguín, el Gobierno sabía desde hace meses que esta avalancha se iba a producir porque la ruta del Mediterráneo se había cerrado y “no ha hecho nada” en todo este tiempo. Ahora es cuando se han puesto a acondicionar las primeras instalaciones militares capaces de acoger a los inmigrantes, pero el problema ya le ha estallado en la cara al Gobierno y hace meses que está golpeando a la población canaria.
Esta es la consecuencia de la dejadez, del abandono y de la negligencia de un Gobierno que no se ha ocupado ni a tiempo ni con una mínima eficacia de una cuestión que debería estar permanentemente en el horizonte más inmediato de cualquier partido que ocupe el poder en España y a la que no se puede perder de vista en ningún momento. Pero el equipo de Pedro Sánchez ha fallado estrepitosamente y ya no puede hacer más que intentar poner parches a una crisis que se le ha venido encima por su absoluta falta de previsión y de estrategia de largo recorrido.
El problema migratorio incluye también la obligación del Gobierno de plantear crudamente a Europa el asunto de modo que los países que no son frontera con África -todos menos los ribereños del Mediterráneo- se impliquen de una manera continua en el problema y no lo ignoren en cuanto tienen la menor oportunidad para mirar para otro lado.
Nada de esto ha hecho el equipo gubernamental de Pedro Sánchez que parece que se da cuenta ahora de lo que se le viene encima. Pero ya llega muy tarde. Ana Oramas no usó ayer palabras grandilocuentes. Describía la realidad de hoy en su tierra. Y tenía toda la razón.
No fueron palabras grandilocuentes, como pretendió ayer descalificar la ministra Nadia Calviño a la diputada de Coalición Canaria. Ana Oramas acababa de describir la situación angustiosa y de todo punto insostenible que se está dando ahora mismo en las islas por la presión migratoria y le salía la razón por cada poro de su cuerpo.
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