Sánchez estrenaba presidencia, redentorismo y un Mediterráneo como una piscina hinchable donde él tenía que hacer su primer milagro como Ana Obregón hacía su primera mojada ritual, no tanto para que existiera el verano sino para que siguiera existiendo ella. El milagro de Sánchez, milagro de temporada, inaugural y personalista, como un milagro de San Valentín, fue el Aquarius, que iba a la deriva homéricamente por el Mediterráneo azotado por dioses y monstruos. Esperando al Aquarius, en Valencia prepararon como una media maratón con pancartas, pérgolas, periodistas, camilleros, discursos y autobuses con versículo motivador. Hasta estaba el padre Ángel con cayado milagrero y cara de día del Domund de contar duros y negritos. Y Carmen Calvo, como una azafata de maillot de la montaña para el primero que llegara. Cómo ha cambiado la cosa. Ahora, en Canarias, cuando ya no caben más inmigrantes, simplemente los sueltan como si fueran gallinas.
El Gobierno lo que hace es acumular inmigrantes hasta que puede irlos soltando entre la burocracia, la suerte, la picardía y el menudeo. Es un manejo repugnante
Aquel presidente/niño Sánchez recogió el Aquarius como una caracola para posar con ella, angelical, adánico, sentimental, como esos pósteres con angelote de cachetes manzaneros y poema ñoño. En aquellos días ya llegaban muchos más inmigrantes a Tarifa que los que traía el Aquarius, pero allí llegaban sin épica, sin simbolismo, sin interés para ese sanchismo que ya empezaba a escoger sus perfiles y sus filtros como si fuera Sara Montiel. Los del Aquarius parecían llegar dentro de una ballena o dentro de un signo del zodiaco ya hippie y New Age, y además venían de ser rechazados por los países fachas como ricos avarientos de Los campanilleros. El Aquarius le llegaba a Sánchez como una cesta de mimbre con niño y villancico, por entre un Nilo de paganismo y moscones. Aquello parecía un milagro de la Nochebuena o de la Lotería, mientras en Tarifa sólo había gente que se desalaba en polideportivos igual que lonjas.
Sánchez sólo salva símbolos porque sólo maneja símbolos. Y sólo pesca en la sentimentalidad en ebullición, como un oso que pesca en la ebullición de los salmones. Después del Aquarius, aquel villancico con belén viviente, la inmigración pronto volvió a ser lo que era, no un día con mendigo a la mesa, como en Plácido, sino el lento conteo de gente viva o muerta en mantas frías e indistinguibles, como muchas noches del Titanic sin leyenda y sin sitio. La inmigración se parece menos al Aquarius, donde Sánchez creyó que venía algún Cousteau con delfines humanos que cabían a uno por dama o por niño o por ministerio, que a Arguineguín, campamento o inhumano gallinero donde la gente espera su milagro sin que llegue, hasta que rebosa.
Aquí la política de inmigración se deja a Marruecos, que es la que controla los flujos según el interés y los pagos. Lo que llamamos “crisis migratorias” es en realidad lo que ocurre cuando un Gobierno que no tiene plan debe responder a movimientos que no controla. El Gobierno, cuando ya no está atendiendo a milagros de campanillas ni a fotos de señorita de la beneficencia, lo que hace es acumular inmigrantes hasta que puede irlos soltando entre la burocracia, la suerte, la picardía y el menudeo. Es un manejo repugnante, como granjero. Por eso la reacción en Arguineguín cuando ya no cabía más gente fue abrir los portones como si fuera un establo en llamas o un palomar lleno, y dejar que los pobres vagaran por ahí, entre el hambre y el desconcierto, como si en vez de seres humanos fueran conejos soltados en una autopista. Al jefezuelo que dio la orden lo mandaría Marlaska o sólo respondería a una lógica de almacenaje, pero en cualquiera de los dos casos resulta igual de repulsivo.
Se supone que el inmigrante tiene aquí medio ministerio dedicado a él (Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, titularon largamente con letra de estampita, como si fuera una de esas hermandades de cristo renegro, popular y milagroso). En realidad, es una especie de ministerio ambulante que sólo se planta en los puertos como un bote con carroza cuando Sánchez va a presumir de milagro y de perfil con contraluces misioneros de pescador de hombres. Luego, el ministerio se desarma, se lo lleva Sánchez como un feriante y se guarda por alguna trasera de la Castellana, como una carpa de circo, hasta el próximo belén. Sánchez sólo puede manejar un milagro a la vez y, según las prioridades de su redentorismo, parece que de los inmigrantes en éxodo bíblico pasó pronto a salvar indepes o etarras o su propio naufragio egipcio. Sánchez hizo su milagro novicio, con la vicepresidenta como una pastorcita marimorena y el Aquarius de pandereta, y ahí se quedó la cosa. Ahora sólo quedan sitios como Arguineguín, un gallinero humano con Marlaska de guarda. El ministro indimitible ha declarado que ya se tomarán las “medidas necesarias”. Todavía no hay que descartar que Sánchez nos quiera colar con esto otro villancico, aunque sea ése de los ratones.
Sánchez estrenaba presidencia, redentorismo y un Mediterráneo como una piscina hinchable donde él tenía que hacer su primer milagro como Ana Obregón hacía su primera mojada ritual, no tanto para que existiera el verano sino para que siguiera existiendo ella. El milagro de Sánchez, milagro de temporada, inaugural y personalista, como un milagro de San Valentín, fue el Aquarius, que iba a la deriva homéricamente por el Mediterráneo azotado por dioses y monstruos. Esperando al Aquarius, en Valencia prepararon como una media maratón con pancartas, pérgolas, periodistas, camilleros, discursos y autobuses con versículo motivador. Hasta estaba el padre Ángel con cayado milagrero y cara de día del Domund de contar duros y negritos. Y Carmen Calvo, como una azafata de maillot de la montaña para el primero que llegara. Cómo ha cambiado la cosa. Ahora, en Canarias, cuando ya no caben más inmigrantes, simplemente los sueltan como si fueran gallinas.
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