Reconozcamos de una vez que tenemos al presidente del gobierno más imprevisible de la historia reciente, no obedece a consignas de partido, ni de la opinión pública, tampoco actúa según las necesidades más urgentes de su población, solo lo hace con un único objetivo: permanecer en el poder.
Pedro Sánchez no ha cambiado su forma de ser por estar en la Moncloa, cuando jugaba al baloncesto en el Estudiantes y en equipos posteriores, el problema siempre fue el mismo: no asumía sus limitaciones como jugador y deseaba lo que otros disfrutaban por su esfuerzo. Muchos entrenadores no le soportaban porque enredaba en el equipo si no salía a jugar a la cancha, no le gustaba esperar en el banquillo, ni aceptaba que otros compañeros jugaban mejor que él. La competencia la entendía como rivalidad de un enemigo hacia su persona, incluso con los de su propio equipo. En el básquet solo sale a jugar el mejor, en política puede jugar cualquiera.
Sánchez es conocedor de su debilidad en número de votos y de sus peligrosos aliados en el gobierno, pero sabe que el peor enemigo lo tiene en casa
La convivencia con Pedro Sánchez en los equipos donde jugaba era difícil. Ha declarado ya siendo presidente del gobierno, que dejó el baloncesto cuando tenía 21 años por su altura. Dijo: “Con mi metro noventa era demasiado bajo para seguir jugando”. Quienes jugaron con él saben que no es cierto, no jugó más porque no era tan bueno para seguir siendo profesional.
La frase “el fin justifica los medios” debería estar enmarcada en su despacho y es el lema de su vida. Antes de ganar la secretaría general de su partido, sus contrincantes habían pactado con él abrir una corriente de pensamiento interno en el PSOE, ganase quien ganase. Una vez consiguió la victoria les dijo que de eso nada y la mayoría han abandonado hasta la militancia. Ha laminado a todos los que se opusieron a él y apoyaron a Susana Díaz, incluso a sus más allegados como César Luena o Tomás Gómez. Al primero le sustituye Ábalos y al segundo Simancas, dos políticos que han demostrado que comparten su máxima: “El fin justifica los medios”.
Ante las críticas en redes sociales de barones del partido, Ábalos en el comité ejecutivo del PSOE dijo en voz alta: “Tranquilos, que no tenéis elecciones hasta dentro de tres años”. Que es como pedirles fe ciega y silencio, hasta que de nuevo les dejen pensar por sí mismos para conseguir ganar elecciones.
Mantiene en el puesto, sin fiarse de ellos, a los que gobiernan, como Ximo Puig, Lambán o Fernández Vara. Ninguno de ellos se fía de Sánchez y les gustaría otro secretario general en su partido, pero más allá de firmar un manifiesto o poner un mensaje critico en redes sociales, callan, porque saben que Sánchez sueña con cortarles la cabeza.
Algo que gusta mucho a Sánchez es humillar a sus contrarios. Lo hizo con Arrimadas cuando le visitó en Moncloa tras la derrota de Ciudadanos en las últimas generales, y lo hizo con Fernández Vara en la ejecutiva del partido y frente a sus compañeros por hacer comentarios en redes. Se lo pidió él expresamente antes de la reunión y Vara se disculpó públicamente por escribir en twitter lo que pensaba. En el PSOE ya solo hay un pensamiento único, el de Pedro Sánchez. El sanchismo se ha comido al PSOE. Es conocedor de su debilidad en número de votos y de sus peligrosos aliados en el gobierno, pero sabe que el peor enemigo lo tiene en casa, entre los suyos. La lista de socialistas con carnet y cargo público que quieren derrocar a Sánchez aumenta día tras día.
Dice el presidente Sánchez que admira a Pau Gasol por su liderazgo en la cancha, olvida sin embargo cómo se consigue ese liderazgo, con humildad, mucho trabajo y gran capacidad para formar equipos. Pau Gasol nunca habría plagiado un doctorado, ni habría laminado a sus compañeros de equipo si eran buenos jugadores, ni se hubiese ido de vacaciones mientras su equipo perdía la peor de sus batallas. Qué bien le iría a España si alguien como Pau Gasol fuese presidente del gobierno o secretario general del PSOE.
Reconozcamos de una vez que tenemos al presidente del gobierno más imprevisible de la historia reciente, no obedece a consignas de partido, ni de la opinión pública, tampoco actúa según las necesidades más urgentes de su población, solo lo hace con un único objetivo: permanecer en el poder.
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