Aquí cada gobierno ha llegado con su ley de educación, de su educación, dando por hecho que el de antes había dejado también la suya, como si fuera un apostolado del partido, y que eso no podía quedarse ahí después, haciendo una guerra como luterana desde la escuela. El resultado es que el alumno está siendo siempre como indigenado continuamente por nuevos misioneros y catequistas que en realidad no están preocupados por su buena educación, sino por impartir doctrina, por salvar almas prevotantes y por agrandar el rebaño del señor, sea el señor el que sea. La Ley Celaá es otra ley ideologizante que no es de educación sino de pastoreo. Y esta vez los que pastorean son el sanchismo, el podemismo y el independentismo.
La Ley Celaá ha sido aprobada por los pelos, cosa que según la propia ley tampoco tiene mucha importancia. De todas formas, los promotores aplaudían con entusiasmo y pompa en el Congreso, como si fueran doctorados de paraninfo. Por supuesto, nuestros políticos no aplauden los futuros latines o pitagorines que su ley propiciará. Aplauden que el cacique local pueda enseñar sus cacicadas locales como si fueran ciencia, sus fantasías como si fueran historia, y su lengua de silbos y vacadas como si fuera griego clásico. Saber el idioma regional no es más importante (ni siquiera igual de importante) que saber español, inglés o latín, salvo que andes usando la lengua como pendón o como cachiporra, y todo tu comercio se base en la identidad. Y quien dice la lengua, dice la historia o el arte.
A los del otro lado tampoco les enfurece que la filosofía se muera de humedades como las estatuas de estanque que parecen los filósofos. No, les enfurece sobre todo que los niños anden con las niñas o que el Estado no les subvencione la educación carmelita o cuáquera que exigen. Imaginen a alguien diciendo que quiere que sus hijos se eduquen en el pitagorismo, o en el fenomenismo, o en el romanticismo, o en el comunismo, o en la religión druídica, y exigiendo que el Estado les proporcione toda la infraestructura anacreóntica o goticista o cosmonáutica que ello requiera. Y no es cuestión de demanda (como si una educación atea tuviera menos demanda que la católica...), es cuestión del ámbito de lo público: el Estado sólo debería proporcionar formación científica y cívica porque lo demás son opiniones y gustos privados, lo mismo si eres católico que si eres bético, y los gustos privados se los paga uno privadamente.
Nuestros políticos aplauden que el cacique local pueda enseñar sus cacicadas locales como si fueran ciencia y sus fantasías como si fueran historia
Sí, la mayoría de las broncas son aquí por si volvemos a echar o a llamar al cura con el catecismo del padre Ripalda, o por si el Gobierno te quiere poner un payasete que hace mariquitas a los niños. Pero la verdad es que nadie se ha hecho más católico sólo por ponerle un cura con hostión y mano de hogaza, ni nadie se ha vuelto mariquita por explicarle qué es un mariquita. Eso sí, que alguien se haya vuelto nacionalista o simplemente idiota cuando ya convergen en la misma ortodoxia la escuela, la televisión, la prensa, los poetastros y académicos eglogástricos y hasta los humoristas y los futbolistas, ya es otra cosa. Nada de esto, ni el cura acogotador subvencionado ni las escuelas con alcaide indepe, debería pasar en un país que supiera distinguir el ámbito público del privado. Pero aquí, ni por la derecha ni por la izquierda, ni con los santos padres constituyentes ni con los revolucionarios deconstructores del Régimen, lo hemos conseguido aún.
La Ley Celaá vuelve a ser otra ley hereje o salvadora de la anterior ley hereje o salvadora en su tiempo. Pero esta ley, como estos tiempos, es especialmente preocupante. Y lo es porque sus señores patrocinadores no sólo no saben qué es lo público, y no sólo lo conciben como botín, sino que además ese botín es total, sin nada que escape a su control, su arbitrariedad y su dominio. Con su patria adánica, con su pueblo verdadero, con su líder olímpico, con la verdad y las leyes abolidas por el manotazo o por el tumulto, nos lo han demostrado en las calles y en las instituciones. Así está la cosa, y algunos preocupándose por si sus hijos podrán ir de rosario y charol.
No hacemos más que acumular leyes educativas y cada vez somos más ignorantes y más necios. Está claro que a los políticos no les beneficia el conocimiento ni el espíritu crítico, sino la ignorancia y el aborregamiento. Y los pedagogos, por su parte, no tienen otra forma de hacer carrera que negar todo lo que se sabía y se hacía antes, incluso la lógica, algo que santo Tomás decía que no podía hacer ni Dios. Con respecto a los demás, no sé cuántos de los supuestos abajofirmantes de la libertad sabrían distinguir la educación del adoctrinamiento si no les ponen un logo del partido o de la secta correspondiente al lado.
Yo me he acordado de esos profesores que no necesitaban tanto sistema ni tanta burocracia, sólo una tiza que manchaba como todo un día en la cantera. Me he acordado del alumno que fui yo, y de lo que despertaba mi inteligencia o mi rechazo. Tampoco parece tan complicado enseñar lo importante ni lo bueno. Es más complicado convertir una mente curiosa en un mero cliente, votante o manifestante. Debe de ser por eso que se aplauden tanto cuando lo consiguen. Sí, ésta será otra ley que no dará ni mejores peritos ni mejores ciudadanos. Pero seguro que para la siguiente ley, su ley, todo irá mejor.
Aquí cada gobierno ha llegado con su ley de educación, de su educación, dando por hecho que el de antes había dejado también la suya, como si fuera un apostolado del partido, y que eso no podía quedarse ahí después, haciendo una guerra como luterana desde la escuela. El resultado es que el alumno está siendo siempre como indigenado continuamente por nuevos misioneros y catequistas que en realidad no están preocupados por su buena educación, sino por impartir doctrina, por salvar almas prevotantes y por agrandar el rebaño del señor, sea el señor el que sea. La Ley Celaá es otra ley ideologizante que no es de educación sino de pastoreo. Y esta vez los que pastorean son el sanchismo, el podemismo y el independentismo.