Ni Dios, ni Santo. Solo un hombre. Solo un futbolista extraordinario, único, inimitable. Uno de los números uno, junto a Pelé, Cruyff, Messi, Di Stefano y otros ‘Dioses’ del Olimpo de la esfera mágica del fútbol. Diego Maradona fue el mayor artista del balón de todos los tiempos. El mundo entero llora -y seguirá haciéndolo por mucho tiempo- la pérdida del astro argentino. Los medios de comunicación, tanto prensa como radio y televisiones, desde todos los puntos del orbe, nos recuerdan durante estos días la vida y 'milagros', pero también el descenso a los infiernos, de quien ya ha pasado a formar parte del Olimpo de los mitos. Mito porque Maradona superó los límites del talento y de los éxitos. Viniendo del fango y de la pobreza más extrema proyectó esperanza y sueños a generaciones enteras de apasionados del deporte, pero también a todos los que, a nivel universal, buscan esa luz, esa mecha, esa esperanza que solo pocos elegidos pueden dar.
Escucho decir al presidente argentino Alberto Fernández que no hay que juzgar a Diego, porque “vivió como pudo”. Parece una frase de compromiso... pero es una gran verdad que encierra mayor contenido del que pudiera parecer. Pasó, a lo largo de los 60 años que ha durado su vida, del infierno de la pobreza al cielo del estrellato correspondiente a una rutilante y multimillonaria estrella del deporte mundial… y de ahí de nuevo al infierno de la droga y a sus coqueteos con la marginalidad y los hampones del narcotráfico, todo ello adobado con las malas compañías de la criminalidad organizada. Una vida plena, intensa, cargada de altos y bajos, de picos y valles, como corresponde al líder que fue y que despertó ilusiones y pasiones entre miles de millones de seguidores en todo el mundo.
Todo en Diego tenía un componente divino, al menos durante los años en los que su estrella brilló con fuerza plena. Hasta su gol más famoso -y a la vez más controvertido- fue bautizado con el sugerente epíteto de ‘la mano de Dios’. Fue el nombre que se dio al tanto que marcó con la mano en un memorable partido de cuartos de final entre Argentina e Inglaterra en el Mundial de 1986 y que se disputó en el Estadio Azteca de la Ciudad de México. Ganó Argentina, claro, por dos goles a uno. El otro gol también fue marcado por el propio Maradona y pasó a la historia como ‘el Gol del Siglo’. Tuvieron que pasar… ¡19 años! para que en 2005 Diego al fin reconociera, en un programa de televisión, que lo anotó, efectivamente, con la mano. Como si el mundo entero no lo supiera. ¡Pero qué mas daba! Solo los más grandes pueden permitirse el lujo de convertir errores o incluso transgresiones en perdurables leyendas.
Napoli: gloria e infierno
Pero si hay un lugar, un universo que marca y vertebra la vida de Diego, ese es sin duda Nápoles. Allí pasó los ocho mejores años de su vida futbolística, tocó la gloria con sus dedos, forjó su leyenda… y cayó al abismo. Ocho años a veces valen por casi toda una vida y algo así le ocurrió a Diego durante su estancia en aquella ciudad tan mágica, fascinante y controvertida a la vez y tan querida para mí. Para quienes no tengan tanta memoria futbolística baste recordar que el Nápoles era un equipo que, a la llegada de Maradona, malvivía en la segunda división y que gracias a su empuje llegó a lo más alto del Calcio, nombre con el que se conoce a la liga de mi país.
Diego se echó a la espalda -otra cualidad que solo se pueden permitir los más grandes- a un equipo entero, a una ciudad entera… y a todo un país; les dio ilusión, les hizo soñar, les hizo vibrar… y les regaló sus goles y su plasticidad en el campo. Aquella cintura prodigiosa, que años después deformarían la droga y la obesidad y aquellas piernas que hacían lo que querían con el balón hasta enviarlo una vez y otra hasta el fondo de la red hicieron vibrar a una ciudad perdida siempre en su laberinto de pobreza y conflictos derivados de sus tremendas diferencias sociales.
En Nápoles tocó la gloria con sus dedos, forjó su leyenda… y cayó al abismo
Diego consiguió que todos los napolitanos y buena parte de los italianos olvidaran sus contradicciones y su compleja realidad y se entregaran, casi como si él fuera para ellos una adormidera -en nada comparable a la droga que ha acabado por conducirle a un prematuro final- que les convertía en adictos a su futbol, aunque también ya a sus excesos y a sus excentricidades. Aquel Dios del balompié, a quien el F.C. Barcelona se había quitado de encima cuando sus dirigentes olieron que se convertía en un ser incontrolable y conflictivo, entregó lo mejor y lo peor de sí mismo a aquella ciudad y a sus moradores. Una de las declaraciones más destacadas de estos días ha sido la de Luigi de Magistris, alcalde de Nápoles, que propuso en sus redes sociales el cambio del nombre del estadio del Nápoles, San Paolo, nombrado así desde su construcción a mediados de los años 40.
Entre lágrimas, De Magistris ha dicho que Maradona es Nápoles y viceversa. En Nápoles, perdonar la pequeña nota blasfema, hay dos santos patronos de la ciudad: San Gennaro y 'San Maradona'. Fue usado, manipulado y destrozado por la camorra pero la generosidad con la que se movía, entre lujo y orgias, por los barrios más pobres de la ciudad hicieron de él a la vez un héroe y un antihéroe.
Las adicciones que le hundieron… y acabaron por matarle
En algún sitio escuché una explicación que -lo confieso- me pareció aterradora acerca de la predisposición de Diego Armando Maradona por las adicciones. Ya de muy chico, su magia y letal eficacia con el balón en el área contraria le hacía acreedor de patadas y durísimas entradas de los defensas rivales que en muchas ocasiones le provocaban dolorosas lesiones y le enviaban al dique seco durante semanas.
La generosidad con la que se movía, entre lujo y orgias, por los barrios más pobres de la ciudad hicieron de él a la vez un héroe y un antihéroe
Como ya con 17 años era un fuera de serie, sus entrenadores no querían prescindir de él más días de los necesarios lo que le llevaba, antes de estar plenamente recuperado, de nuevo a la cancha. Para superar el dolor, debía jugar infiltrado o medicado… y eso acabó por convertirle en un adicto a todo tipo de sustancias, siendo la más terrible y cruel la cocaína.
Él mismo, en un rasgo de nobleza y humanidad, confesó su adicción y llegó a preguntarse públicamente en varias entrevistas qué habría sido de su vida como futbolista si no se hubiera convertido en un adicto al maldito polvo blanco. Las ucronías, como se sabe, conducen siempre a la melancolía porque además no tienen respuesta… o tienen miles de ellas, aunque ninguna real y todas incomprobables. Y es que la vida nos va llevando a menudo por donde quiere, que no siempre es por el mismo sendero que habíamos previsto. Diego se hundió… y jamás se levantó del todo.
El Diego político, el Diego rebelde… el Diego comunista
En los últimos años llegaron ya, para terminar de adobar su mito, sus excesos verbales, sus encontronazos – a veces brutales – con la prensa y su admiración, con un punto de ingenua nobleza que me fascinaba, lo confieso, por el comunismo y sus líderes contemporáneos como Castro, Chávez o Maduro.
En el fondo no se trataba más que la evolución lógica de un chico que había nacido en los barrios más humildes y desarraigados y que, gracias a su natural talento para el balón y su esfuerzo, había conquistado el estrellato y ganado una fortuna que, aquel niño pobre que fue, dudo que hubiera podido jamás soñar ni imaginar. Un adulto rico pero que jamás olvidaba sus orígenes y su inclinación por los pobres, por los que menos tenían. Por eso era comunista, solo por eso. Por eso y porque, aún desde su privilegiada posición, conservaba esa rabia innata que le hacía rebelarse ante la injusticia y las desigualdades.
Que fuera comunista no se trataba más que de la evolución lógica de un chico que había nacido en los barrios más humildes y desarraigados
En el día de su muerte, millones de personas corrientes, pero también los líderes del mundo entero se han rendido ante su mito y su recuerdo. Hasta el Papa Francisco, argentino como él, sentía una enorme debilidad por Maradona porque en su infinita bondad reconocía en el astro del balón todas las debilidades del hombre que era y también de su país, Argentina: esa eterna promesa nunca realizada.
Nunca conocí a Diego Armando personalmente pero cuántas veces, en sus momentos más terribles, me hubiera gustado estar con el, llevármelo a mi casa, a mi despacho, trabajar con él sus inquietudes, su generosidad extrema pero también esa incapacidad letal de poner freno a sus vicios y aficiones. Cuántas veces me hubiera gustado estar a su lado para que su generosidad no le destrozara y para que su complejo de Peter Pan fuera un acelerador de éxito y no la puerta hacia los infiernos.
No, Diego no puede ser un ejemplo para nadie, pero sí nos enseña que el talento, de por sí, no es garantía de éxito. El mundo está lleno de juguetes rotos y de inmensos artistas y deportistas que nunca encontraron paz, a pesar de su talento tan único, tan inmenso, que podía volverse devastador.
Descansa en paz, ‘viejito’, descansa en paz, Diego. Ojalá que lo último que hayan visto tus ojos, aunque fuera ya entre brumas, haya sido el recuerdo de tus goles, de tus mejores instantes; aquellos que te hicieron feliz a ti, que te dieron fama y gloria y que regalaron ilusión a raudales a todos cuantos te admiramos y conservaremos para siempre tu recuerdo.
Ni Dios, ni Santo. Solo un hombre. Solo un futbolista extraordinario, único, inimitable. Uno de los números uno, junto a Pelé, Cruyff, Messi, Di Stefano y otros ‘Dioses’ del Olimpo de la esfera mágica del fútbol. Diego Maradona fue el mayor artista del balón de todos los tiempos. El mundo entero llora -y seguirá haciéndolo por mucho tiempo- la pérdida del astro argentino. Los medios de comunicación, tanto prensa como radio y televisiones, desde todos los puntos del orbe, nos recuerdan durante estos días la vida y 'milagros', pero también el descenso a los infiernos, de quien ya ha pasado a formar parte del Olimpo de los mitos. Mito porque Maradona superó los límites del talento y de los éxitos. Viniendo del fango y de la pobreza más extrema proyectó esperanza y sueños a generaciones enteras de apasionados del deporte, pero también a todos los que, a nivel universal, buscan esa luz, esa mecha, esa esperanza que solo pocos elegidos pueden dar.
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