Iglesias quiere cargarse a Calviño. Es la madre de todas las batallas de este Gobierno de coalición en el que es cada día más evidente que el líder de Podemos ha impuesto, de facto, una presidencia bicéfala.
Presumía ayer el vicepresidente segundo en La Sexta del gran logro, que se atribuyó, que ha supuesto el apoyo de ERC y Bildu a los Presupuestos. Iglesias exhibe su poder sin disimulo: ha conseguido imponer, frente a una parte del Consejo de Ministros, que la llamada mayoría de legislatura, la que apoyó la investidura de Sánchez, sea, al mismo tiempo, la que garantice la estabilidad al gobierno de coalición durante toda la legislatura.
La próxima ofensiva de Iglesias tiene como objetivo a la ministra de Economía, que ha mostrado su oposición a los planteamientos de Podemos y ha intentado hasta el último minuto que Ciudadanos votara a favor de los Presupuestos pese a las andanadas que los líderes de la formación morada le lanzaban a Arrimadas tanto en los medios como en las comparecencias públicas de sus dirigentes, destacando por su virulencia las tarascadas del portavoz Pablo Echenique.
Calviño es para el presidente un salvoconducto ante Bruselas. La vicepresidenta, tanto por convicción como por su conocimiento de las instituciones comunitarias, sabe bien que la demagogia y el populismo no son las mejores recetas para enderezar la economía. Ayer estaba en la capital europea para negociar dos cuestiones de vital importancia: la reforma laboral y la de las pensiones.
La Comisión ha hecho saber que no le gusta que se garantice la revalorización de las pensiones alineándolas con el IPC. No es que quiera que los jubilados vivan peor, sino que el sistema, tal y como está diseñado ahora, es insostenible. El déficit de la Seguridad Social rondará este año los 50.000 millones y la proporción de activos sobre pasivos disminuye de forma alarmante; eso, en un contexto de aumento del desempleo y de incremento sin precedentes del déficit público.
La Comisión tampoco quiere oír hablar de la derogación de la reforma laboral de 2012 porque entiende que ayudó a crear empleo y a la recuperación económica que se produjo en España en los años posteriores. Pero, para Podemos, la abolición de la reforma Rajoy es una cuestión nuclear e Iglesias piensa dar esa batalla con todas sus fuerzas en las próximas semanas.
La batalla por la derogación de la reforma laboral determinará hacia dónde se encamina la política económica del gobierno. Los fondos europeos están en riesgo
La ministra de Economía está dispuesta a modificar algunos de sus aspectos de la reforma, aunque no a ceder en un aspecto sustancial, como es el de priorizar los convenios de empresa sobre los sectoriales. Este asunto no sólo es importante porque puede suponer un aumento de los costes empresariales, si se imponen las tesis de Podemos, sino porque daría mucho más poder a los sindicatos.
El choque está servido. La fuerza de Calviño no sólo viene dada por su proximidad al presidente y por su capacidad de interlocución ante Bruselas, sino porque los 140.000 millones del Fondo de Recuperación dependen de que la Comisión acepte las políticas de España respecto a las pensiones y a la legislación laboral.
La recepción de los fondos, contrariamente a lo que mantuvo el Gobierno en un principio, sí está condicionada: Europa no dará un cheque en blanco a España, y sólo liberará el dinero acordado si la política económica no dispara el déficit y ayuda al crecimiento.
El gobierno ha incluido en el Presupuesto de 2021, al que el Congreso dará luz verde el próximo jueves, una partida de 27.000 millones del Fondo de Recuperación.
El presidente sabe que no puede poner en peligro esa fuente de ingresos. Sería una frivolidad. Por tanto, tratará por todos los medios sostener a la ministra de Economía, a riesgo de que eso signifique tener un nuevo encontronazo con su vicepresidente segundo.
Iglesias, por su parte, no puede permitirse el lujo de perder la batalla de la derogación de la reforma laboral de Rajoy. No sólo porque es una de las banderas de Podemos y figura en los pactos de gobierno con el PSOE, sino porque sus amigos de ERC y Bildu se lo van a exigir, que para eso van a dar su apoyo a los Presupuestos.
Este es el cuadro de situación en el que se enmarca el pulso más importante que se va a librar en el seno del gobierno de coalición. Una derrota de Calviño no sólo sería una derrota del presidente, sino una victoria del radicalismo que pondría en serio peligro la recuperación económica durante los próximos años.
Iglesias quiere cargarse a Calviño. Es la madre de todas las batallas de este Gobierno de coalición en el que es cada día más evidente que el líder de Podemos ha impuesto, de facto, una presidencia bicéfala.
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