Los allegados, Illa nos hablaba de los allegados, pero quiénes serán o quiénes podrán ser los allegados, tíos solterones, consuegras ingratas, vecinas adoptadas ya como un loro de la familia, una prima residente con la tristeza de su cajón prestado y su plato prestado, el novio eterno de la niña opositando al matrimonio como a notarías, aquella amistad de Toledo, aquel colega descolgado, resobrinos y trascuñados de genealogía confusa y pajarera, la familia con sus hilachos y los conocidos con su compromiso... El Gobierno ha creado el allegado como nueva figura de belén de la Navidad, igual que creó el experto para su belén del virus. Son formas de inventarse Navidad y ciencia de la nada, aprovechando la imaginación de la gente. En realidad no hay nadie con el carné gubernamental de allegado ni de experto, sino que el Gobierno, simplemente, va a dejar que nos repartamos nosotros la familia igual que ha dejado que nos repartamos el virus.
El Gobierno se limita a inventar el cargo y las posibilidades. Las croquetas y el virus de verdad ya nos los repartimos nosotros solos
Al no poder hacer ciencia ni milagro, el Gobierno opta por estas figuras ambiguas, inexistentes o rellenables, que le permiten trasladar toda la responsabilidad a unos gafotas con tubitos o a otros gafotas con tarjetones de invitación (en la familia siempre hay alguien encantado de encargarse de las invitaciones y de adornar el árbol igual que peinar a una novia). Con un allegado navideño, así como un abuelo de Heidi, nosotros podemos justificar un viaje a la sierra ocioso e irresponsable. Y con un experto pandémico, todo el día agitando su frasco y su cabeza, el Gobierno puede justificar una decisión política interesada e igual de irresponsable. Ni siquiera tienen por qué existir el allegado ni el experto, basta con que nosotros se lo contemos al guardia con cara de tamborilero de Raphael y con que Illa se lo cuente a la prensa como leyendo unos análisis de ácido úrico. El caso es que el Gobierno, en ambos casos, parece que pone empatía y remedios cuando sólo pone excusas.
Los allegados y los expertos, seres de moda, entre la mitología y el videojuego, como cuando la gente cazaba pokémones, pueden compartir esta Navidad, a pesar de todos los disimulos y dilaciones, el mismo inquietante destino: ser revelados. El Consejo de Transparencia ha ordenado a Sanidad que haga público ese comité de expertos que se escondía tras los vahos de timidez de sus dioptrías o de su incompetencia. Eran tan tímidos que el Gobierno ya reconoció que ni siquiera existían, que es el colmo de la timidez. Puede parecer una contradicción tener que revelar algo que nunca existió, pero yo creo que la clave es la modestia del sanchismo.
No es que el comité no existiera, sino que era tan modesto que daba apuro. Sí, aquel comité era simplemente Simón más la gente que él tiene en el ministerio para calentarle el café y barrer esos rizos como virutas de lápiz que se le caen de la cabeza al intentar convertir en ciencia los deseos de Sánchez. Sí, Simón, Illa y Sánchez lo llamaban comité para animarlos y motivarlos. Y sí, ya ven que hasta para estos altos menesteres el sanchismo elige a gente humilde. Yo creo que cuando se digan sus nombres y sus cargos la gente aplaudirá como cuando se aplaude a un batallón de mineros rescatadores. De todas formas, no es seguro que al final se desvelen. El Gobierno ya ha ignorado otras veces al Consejo de Transparencia, y si la modestia y la prudencia lo requieren, este comité de expertos tan oscuro, esforzado y popular, como si estuviera formado por luchadores mexicanos, permanecerá en el orgulloso entresuelo del héroe sin nombre.
Los allegados, quiénes serán los allegados. Saber eso sí que será imperioso y trágico. A un bedel o a un encargado de las fotocopias de Sanidad le dices que es un experto, que lo han nombrado experto como si lo armaran caballero de escoba, y le das una alegría. Pero decirle a la suegra que no la consideras allegada puede ser mortal. A los allegados y a los expertos andan igual buscándolos que inventándolos que negándolos. Se ponen, se quitan, se exhiben, se esconden. Habrá quien los quiera en estas fechas como quien quiere un vagabundo para su cuadro de Santa Cena, y habrá quien los use para escapar de la capital o de la culpa. El experto puede ser un ordenanza o un esqueleto con bata de médico, como los que tienen los estudiantes, y el allegado puede ser el vecino pero igual no tu primo el legionario. Nadie está ahora seguro de serlo ni de no serlo. Usted podría ser un experto o un allegado, quién sabe. El Gobierno se limita a inventar el cargo y las posibilidades. Las croquetas y el virus de verdad ya nos los repartimos nosotros solos.
Los allegados, Illa nos hablaba de los allegados, pero quiénes serán o quiénes podrán ser los allegados, tíos solterones, consuegras ingratas, vecinas adoptadas ya como un loro de la familia, una prima residente con la tristeza de su cajón prestado y su plato prestado, el novio eterno de la niña opositando al matrimonio como a notarías, aquella amistad de Toledo, aquel colega descolgado, resobrinos y trascuñados de genealogía confusa y pajarera, la familia con sus hilachos y los conocidos con su compromiso... El Gobierno ha creado el allegado como nueva figura de belén de la Navidad, igual que creó el experto para su belén del virus. Son formas de inventarse Navidad y ciencia de la nada, aprovechando la imaginación de la gente. En realidad no hay nadie con el carné gubernamental de allegado ni de experto, sino que el Gobierno, simplemente, va a dejar que nos repartamos nosotros la familia igual que ha dejado que nos repartamos el virus.
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