La conmemoración del 42 aniversario de la Carta Magna está condenada, casi irremediablemente, a convertirse un año más en un carajal de voces disonantes acerca de la conveniencia y la necesidad o la oportunidad de reformarla. Se aduce, por parte de los partidarios de su actualización, que nuestra actual Constitución de 1978 tal vez fuera buena para aquellos convulsos tiempos de la Transición, recién muerto el dictador, en los que los españoles tuvieron que hacer un ciclópeo esfuerzo en aras del consenso... pero que, a día de hoy, está claramente desactualizada.
Los no partidarios de su reforma sostienen en cambio que, en las actuales circunstancias políticas, en medio de una crispación creciente y con unos socios parlamentarios del gobierno de Sánchez e Iglesias como Bildu o ERC, no parece conveniente abordar cirugía alguna que abra en canal la Constitución y nos aboque a un sendero de incierto destino.
Puedo entender que muchos dudan que sea el mejor momento para hacerlo, sin embargo, llevo muchos años en España y ¡siempre es lo mismo!, nunca es el momento. Mientras en otros países de nuestro entorno se va adaptando las Constituciones a los cambios de los tiempos y de la sociedad, en España...¡todo sigue igual!
Vaya por delante que, desde este momento, me declaro abierto partidario de abordar una reforma, seria y sin precipitaciones, pero a la vez profunda y de calado de la Constitución. Soy consciente de que el mecanismo legalmente establecido es complejo. Se hizo así en su día para evitar frivolidades políticas o contaminaciones partidistas a la hora de abordar esta espinosa cuestión, pero ello no quiere decir que no haya que renunciar a hacerlo si es necesario. Procuraré no ponerme en exceso técnico, pero creo necesaria una mínima explicación. La reforma constitucional necesita sustentarse en el artículo 168 de la misma; hay que disolver las Cortes Generales vigentes y convocar unas elecciones generales de las que nazca una nueva composición parlamentaria. A continuación, esas nuevas Cámaras deben ser las encargadas de ratificar la reforma y convocar un referéndum. Parece endiablado, pero es lo que hay. A nadie se le oculta por lo demás que los padres constituyentes de la época lo establecieron así para evitar que ningún gobierno o mayoría parlamentaria tuviera la tentación de ensayar reformas continuas cada dos o tres legislaturas.
Disposiciones constitucionales propias del siglo XIX o de la Edad Media
Lo cierto es que, sin darnos cuenta, ya han transcurrido más de cuatro décadas. El mundo se ha transformado radicalmente, España ha cambiado y los españoles también. De que la Constitución necesita retoques urgentes dio buena muestra, por ejemplo, el debate que se suscitó a raíz del segundo embarazo de la Reina doña Letizia. Como quiera que la Carta Magna establece la rancia y retrógrada disposición de la "prelación del varón sobre la mujer" en lo que a la línea sucesoria se refiere, si la Reina hubiera dado a luz un niño se habría suscitado un problema monumental porque se hubiera colocado por delante de su hermana mayor, Leonor, lo que en pleno siglo XXI parecía un completo disparate. La naturaleza, en este caso, se encargó de disipar el problema, con el alumbramiento de la Infanta Sofía.
Más recientemente, en 2010, hubo que retocar el famoso artículo 135 que establecía el llamado techo de gasto a raíz de las draconianas restricciones impuestas por Bruselas con motivo de la terrible crisis económica que había comenzado en 2008.
Aquella reforma se cocinó, casi con nocturnidad y alevosía, entre los dos principales partidos de la época, socialistas y populares. Una acción política muy poco elegante, por no decir que muy poco democrática, que fue denunciada por el resto de las formaciones de la Cámara e incluso fue motivo de graves fisuras en el seno del PSOE de la época, ya que el entonces presidente, Mariano Rajoy, y su vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, habían abordado aquel proceso de una forma casi secreta, más que discreta.
Por qué es obvio que España necesita una Constitución renovada
Nuestro país necesita ya, con urgencia, abrir una nueva etapa política encaminada a actualizar y a mejorar todo nuestro andamiaje político, jurídico y constitucional. Entiendo la prudencia y las reservas de quienes son más conservadores a este respecto, pero no puedo evitar alzar la voz y denunciar, como algo completamente erróneo porque supone un ejercicio de fariseísmo político, el hecho de atribuir a quienes abogan por la actualización de la Carta Magna unas intenciones "perversas", de "romper el Sistema", que en mi opinión no son tales. La Ley de leyes necesita una adaptación, pero no porque los populismos de la extrema izquierda y de la extrema derecha lo exijan -con unas notables dosis de oportunismo- o porque los particularismos locales de Gabriel Rufián o de Aitor Esteban o de la señora Aizpurúa entiendan que pueden sacar tajada de ello… ¡No! La Constitución tiene que ser renovada porque España y los españoles así lo necesitan. Una Constitución que no esté alineada a los tiempos deja de ser efectiva, de ser referencia, pilar de nuestra vida y sociedad.
¡Fuera miedos! ¡Más cintura! ¡Más ‘finezza’!
La Constitución fue un gigantesco ejercicio de equilibrios políticos -de los que tanto sabemos los italianos- de consenso y de voluntad de concordia. Pero ha dado ya claras muestras de agotamiento. Quien no lo sepa o quiera verlo así, desde mi punto de vista, tiene un problema. Cuanto antes se abra este melón será mejor para todos. Sé que la situación no es precisamente la más estable, pero algunos de los asuntos que más preocupan a nuestra clase política y a la ciudadanía pueden, lejos de solucionarse por sí solos, endiablarse todavía más. La gravísima crisis sanitaria, social y económica que vivimos a raíz de esta cruel pandemia no tiene aún una solución clara ni cierta. Tampoco el órdago secesionista catalán, o la desafección política general motivada por una corrupción que durante décadas ha campado a sus anchas y por una crispación creciente que ha pasado de Parlamento al tejido social.
No son menores tampoco cuestiones como por ejemplo la forma en que se aborde el reparto de la riqueza y de los ingresos del Estado a nivel interterritorial; dicho en otras palabras, la redefinición del modelo fiscal, que tanta polémica ha suscitado durante estos días entre Madrid y Cataluña. La propia redefinición del concepto de plurinacionalidad y del modelo territorial, no solo desde el punto de vista fiscal sino político, debería ser otro de los objetivos principales de estos hipotéticos cambios constitucionales.
Todas estas cuestiones son el mejor argumento, precisamente, no para echar tierra o postergar el debate sobre la reforma constitucional… ¡sino para acelerarla! Eso sí; con seriedad, por favor. Sin amateurismos ni argumentarios baratos por parte de unos u otros. Pondré solo dos ejemplos: los de quienes sostienen que hay que modificarla, "sí o sí", porque casi ya tres de cada cuatro españoles no la han votado (por edad), y quienes aducen como mantra para no hacerlo el hecho de que la Constitución de los Estados Unidos tiene ya casi dos siglos y medio por lo que, hasta donde se sabe, ningún americano vivo ha podido votarla. Disculpen la ironía, pero creo que estamos ante una cuestión muy seria como para dejarla al albur del regate corto de la bronca política del día a día.
No más miedos, ni más recelos, ni más excusas, señores políticos: ¡España y los españoles necesitamos, no una nueva Constitución, pero sí una retocada y modernizada, acorde con los nuevos tiempos que nos está tocando vivir… y los que vendrán!
La conmemoración del 42 aniversario de la Carta Magna está condenada, casi irremediablemente, a convertirse un año más en un carajal de voces disonantes acerca de la conveniencia y la necesidad o la oportunidad de reformarla. Se aduce, por parte de los partidarios de su actualización, que nuestra actual Constitución de 1978 tal vez fuera buena para aquellos convulsos tiempos de la Transición, recién muerto el dictador, en los que los españoles tuvieron que hacer un ciclópeo esfuerzo en aras del consenso... pero que, a día de hoy, está claramente desactualizada.
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