Aunque es un lugar común que la democracia procede de la Grecia antigua, su despliegue real en el mundo tardó muchos siglos en conseguirse. Para Joaquín Abellán en su Democracia, conceptos políticos fundamentales (2011), el término comenzó a utilizarse en Atenas tras haber sido descubierto a mediados del siglo V a.C. para generalizarse en un contexto de enfrentamiento con la oligarquía.
Es contemporáneo de democracia el término isonomía equivalente a la igualdad ante la ley. Para Aristóteles el fundamento de la democracia es la libertad de los ciudadanos, por lo que cabe concluir que democracia, libertad y respeto de la ley forman una inseparable unidad conceptual.
Aunque hasta los tiempos de la Ilustración, el concepto democracia no salió de los círculos académicos, según ha investigado el profesor Abellán, en el Medievo ya aparecieron algunos signos que permitían entrever su recuperación, que terminó madurando en el Siglo de las Luces.
Apenas ha disfrutado España, en su larga historia, de experiencias democráticas, a pesar de haber sido la escolástica española del siglo XVII la primera escuela de filósofos políticos que formuló sus bases conceptuales modernas –luego replicadas y continuadas en el Reino Unido– y las Cortes de León de 1188 el primer antecedente de la monarquía parlamentaria que se vino atribuyendo –erróneamente– a la Magna Carta Libertatum de Juan I de Inglaterra de 1215.
Los progresistas españoles usan y abusan de la palabra democracia, cual panacea universal para dar curso a todas sus ensoñaciones por disparatadas que sean
Los escolásticos de la Universidad de Salamanca reivindicaron el espíritu de aquellas Cortes sobre el respeto a la libertad amén de ser pioneros en la defensa de la limitación de poder y la soberanía del pueblo.
Recientemente, Ángel Fernández Álvarez, en su La Escuela Española de Economía (2017), ha evidenciado documentalmente que John Locke –para Abellán, el primer gran teórico de los principios del liberalismo político -, conocía las obras de nuestro escolástico Juan de Mariana (1536-1624) y utilizó sus principales ideas al escribir su obra Two Treaties on Civil Government. Además de Mariana, toda una referencia intelectual para los padres de la Constitución de los EEUU, otro escolástico español, Francisco de Suárez, influyó directamente en la crítica de Locke contra el absolutismo.
Sin embargo y no obstante estas pioneras y cruciales contribuciones españolas al gran edificio de la democracia liberal, esta no entra en escena en España hasta la Constitución 1812, todo un ejemplo para la Europa de aquel tiempo y que, aparte poner de moda en el mundo –según Hayek– el concepto liberalismo, solo duró dos años.
Posteriormente la democracia liberal regresa con la Restauración (1874-1923), vuelve a recuperarse –aunque muy imperfectamente– con la 2ª República (1931-1936) y sólo muy recientemente (1978 hasta hoy) la estamos disfrutando plenamente, aunque sus declarados enemigos nacionalistas y progresistas la estén poniendo en cuestión.
Llegados a este punto es obligado preguntarse qué entendemos por democracia en España, para llegar enseguida a la conclusión de dos concepciones adjetivas enfrentadas: la liberal y la totalitaria.
Los progresistas españoles usan y abusan de la palabra democracia, cual panacea universal para dar curso a todas sus ensoñaciones por disparatadas que sean, y descalifican como antidemócratas a quienes no aceptan sus designios políticos.
Sin embargo, los padres de la emblemática democracia americana, posiblemente la más importante generación de sabios filósofos políticos de la historia después de la Grecia de Pericles, apenas utilizaban la palabra democracia en sus escritos políticos que, sin embargo, trataban con reiteración y profundidad de la libertad y de la ley.
Nuestros progresistas, como es bien sabido, profesan admiración por las democracias populares del reciente pasado y aún más por la Revolución Francesa, mítico origen de su concepción democrática de la política. Esta disparatada visión de la Historia dominó el pensamiento político de muchos españoles en tiempos de Franco, hasta el punto de que aún hoy demasiados ciudadanos asocian la democracia a la citada revolución, lo que es cierto si le añadimos la palabra totalitaria. Efectivamente, los revolucionarios franceses con su racionalismo constructivista –Voltaire, Rousseau, Condocet– concibieron los poderes ilimitados de la mayoría para imponerse contra los derechos de las minorías, la libertad individual e incluso la ley, pues según Rousseau “no existen otras leyes que las que se dan los vivos”.
Nuestros demócratas progresistas están por tanto en las antípodas de la democracia griega, siempre sometida a la ley –obviamente preexistente-, y de la limitación del poder que puso en pie nuestra escolástica.
Frente a dicha democracia totalitaria de carácter asambleario, de la que solo se han derivado desgracias, la democracia liberal representativa concebida y ensayada con éxito en Inglaterra y que alcanzó su zénit paradigmático con la Constitución de 1787 de EEUU, se caracteriza por su defensa a ultranza de la libertad individual, el sagrado respeto de la ley y la división de poderes para evitar el totalitarismo político. Este modelo constitucional, con sus variantes “presidencialista” o “parlamentario”, es el que ha dominado hasta hoy la política de los países mas civilizados y prósperos del mundo, incluida Francia, cuyo sistema político nada tiene que ver con el derivado de su Revolución y casi todo con la democracia norteamericana.
La democracia totalitaria no deja de ser hoy sino una prolongación de los sistemas asamblearios que los partidos progresistas y nacionalistas han adoptado internamente
Nuestra Constitución, aun con imperfecciones, contiene los elementos básicos de un Estado de Derecho liberal y por tanto no encaja en la visión socialcomunista de la política. De ahí que los usos y mutaciones de la política en España hayan venido girando hacia un sistema cada vez más totalitario y menos liberal cuando han gobernado los progresistas, que no conformes con confundir -en vez de separar– los poderes legislativo y ejecutivo, están deseando adueñarse totalitariamente del poder judicial, y además, suspender la alternancia política.
Es hora de desenmascarar al progresismo totalitario y ponerlo en su sitio: su democracia, nada que ver con sus orígenes griegos, ni con su formulación liberal, las únicas que merecen dicha denominación y que han civilizado nuestro mundo. La democracia totalitaria no deja de ser hoy sino una prolongación de los sistemas asamblearios que los partidos progresistas y nacionalistas han adoptado internamente, con la finalidad de horadar hasta derribar nuestro sistema constitucional –previo sometimiento de la Justicia– y con él la Monarquía y la unidad de España.
España necesita, con urgencia, abrir un debate cultural sobre el significado de la democracia para huir a toda prisa de su encarnación totalitaria y acogernos irrevocablemente al Estado de Derecho democrático-liberal que vertebra políticamente los países mas civilizados y prósperos del mundo.
Aunque es un lugar común que la democracia procede de la Grecia antigua, su despliegue real en el mundo tardó muchos siglos en conseguirse. Para Joaquín Abellán en su Democracia, conceptos políticos fundamentales (2011), el término comenzó a utilizarse en Atenas tras haber sido descubierto a mediados del siglo V a.C. para generalizarse en un contexto de enfrentamiento con la oligarquía.
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