Zapatero ha terminado en Venezuela como podría haber terminado en cualquier otro sitio donde fueran apreciados su misionerismo sandalio, su pacifismo de apache con nubarrón, su faquirismo reptante y su soberbia de redentor con arpillera. Yo creo que Zapatero es un pobre hombre abrumado por la necesidad desesperada de ser reconocido como santo, como santo absoluto e incluso como único santo del mundo. Conocemos santos conquistadores, santos encamados, santos futboleros como el papa, santos de la papilla y santos del bibliazo, pero solo Zapatero aspira a ser algo así como la Virgen María de los santos, más allá de la santidad, del pecado, de la sospecha, del rencor; sólo comprensión, caritas y un regazo igual para los pajarillos que para la coronilla de los tiranos. Maduro, claro, lo que ha visto ahí es un tonto de tocomocho, un tonto de trompetilla, un tonto de carricoche.
Zapatero necesita sentir que practica una paciencia y una concordia sobrehumanas y Maduro necesita que lo legitime alguien que no lleve poncho de llama ni chándal de guacamayo. O sea, el santo necesita al pecador para la santidad y el pecador necesita al santo para el perdón o para la sopa, así que se establece ese comercio del cielo con el infierno que lleva toda la historia pasándose lamparillas de mariposa y monedas de barquero. Ni siquiera Zapatero puede negar lo que está sucediendo en Venezuela, esa tiranía entre la santería vudú y el saqueo neobananero que mata de hambre o de tiro en la barriga según lo que llegue antes. Simplemente, su corazón de cofrecito y su infinita ternura, propios de madonna que practica con tutú la postura de ballet de las piedades escultóricas, creen que el apaciguamiento es más responsable que la justicia. Así que no es exactamente un “cómplice” como dice Guaidó, sino que él se ve como un mitigador del sufrimiento.
Zapatero necesita sentir que practica una paciencia y una concordia sobrehumanas y Maduro necesita que lo legitime alguien que no lleve poncho de llama ni chándal de guacamayo
Esta gente que está siempre salvando almas y salvando el día, que hace balance de su bondad como del cepillo parroquial, no se da cuenta, claro, de que la injusticia no se para con eso, que sólo se perpetúa en más injusticia y más sufrimiento que seguro que de nuevo será un sufrimiento mitigable, pero también un sufrimiento sin fin. Es una visión de dama de caridad, cuya caridad es difícil de distinguir de la injusticia o incluso institucionaliza la misma injusticia, ahí alrededor de su sopera y de su Navidad con pollo asado para el pobre. Se podría pensar que Zapatero, hombre de izquierdas, debería reconocer y asumir este argumento. Pero él, como digo, cree que está acumulando milagros de cojo, vidas salvadas en el precipicio, santa paciencia de santo Job, o sea puntos para su hornacina como para una estancia en un parador.
Zapatero se acerca a Venezuela como a poner su paraguas de bambú bajo el trío cadavérico que hacen Maduro, Evo Morales y Rafael Correa, y estoy seguro de que en el fondo siente que va allí a soltar un severo sermón, aunque sea durante una chocolatada. A Maduro, por supuesto, le da igual ese sermón íntimo de solterona mientras sigue en el poder a sangre, fuego y telarañas, y tiene a Zapatero para reconvenir a las democracias sobre su postura con Venezuela. Zapatero no sé si cree realmente que la diplomacia, el diálogo, la paciencia y el té verde en cuclillas van a conseguir algo con un dictador gorilesco e insaciable. Pero Maduro, por su parte, sí está seguro de tener a un tonto de piruleta entretenido con una gran piruleta, barato y llamativo, haciéndole propaganda como el tío del bombón helado.
Zapatero nunca ha hecho política (todo en política lo ha dejado destrozado), sólo hacía revolución hippie, esa revolución que se hace con el dedo gordo en la arena, y buscaba el amor y el cariño como el que toca la guitarra en las fiestas de la playa. Zapatero nunca ha hecho política, ni diplomacia, porque hasta la diplomacia tiene un fin, no es nada si se queda en el mero minué de la diplomacia. En realidad Zapatero sólo se estaba trabajando la santidad, sólo acumulaba paja para el pesebre de la santidad. Es un pobre hombre que ha perdido el sentido de la justicia, que es fatal para alguien que se dice de izquierdas (recuerden cuando la izquierda pensaba en la justicia y en la razón, antes de pasar a defender los privilegios racistas y la posmodernidad de las pitonisas de la TDT). Zapatero ha perdido el sentido de la justicia, si lo tuvo, y sólo le queda el brío de un beatón de tómbola parroquial contando sus papeletas.
Zapatero nunca ha hecho política, ni diplomacia, porque hasta la diplomacia tiene un fin
Maduro no tiene nada aparte de su brutalidad y de su eje bolivariano de miseria y mitología de pavos reales, salvo Zapatero. Zapatero lo representa ante las democracias, ante la civilización, Zapatero lo civiliza como esas damas de La colmenaque civilizaban chinitos con un duro. No es tanto que su alma de cántaro o de cuenco tibetano aún crea que se puede convencer a un dictador reconociendo sus paripés y relativizando sus crímenes. Es que Zapatero sabe que sólo puede ser santo, o sea ser alguien, mientras lo intenta. Si no, sólo quedaría para entrevistas mortecinas en El País o para presentarle un libro sacristanejo a Bono. Zapatero ha terminado en Venezuela como podría haber terminado en cualquier otro sitio. Maduro, sencillamente, ha reconocido el valor que tiene alguien cuyo único consuelo, o necesidad, es ser bueno infinitamente, estúpidamente y a toda costa. A costa incluso del daño o de la ridiculez, como la tonta del bote.
Zapatero ha terminado en Venezuela como podría haber terminado en cualquier otro sitio donde fueran apreciados su misionerismo sandalio, su pacifismo de apache con nubarrón, su faquirismo reptante y su soberbia de redentor con arpillera. Yo creo que Zapatero es un pobre hombre abrumado por la necesidad desesperada de ser reconocido como santo, como santo absoluto e incluso como único santo del mundo. Conocemos santos conquistadores, santos encamados, santos futboleros como el papa, santos de la papilla y santos del bibliazo, pero solo Zapatero aspira a ser algo así como la Virgen María de los santos, más allá de la santidad, del pecado, de la sospecha, del rencor; sólo comprensión, caritas y un regazo igual para los pajarillos que para la coronilla de los tiranos. Maduro, claro, lo que ha visto ahí es un tonto de tocomocho, un tonto de trompetilla, un tonto de carricoche.
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