No tiene un pase lo que está haciendo el ministro del Interior en comandita con el ministro de Seguridad Social y Migraciones. En primer lugar porque es de todo punto inadmisible que el Gobierno ande haciendo trampas intentando engañar a distintos alcaldes y presidentes de comunidad a los que les encaloma varios centenares de migrantes con nocturnidad y alevosía. Es evidente que los dos ministros querían eludir su responsabilidad e intentaban —cosa imposible— que este engaño no fuera descubierto.

Y eso es ya de por sí suficientemente escandaloso. ¿Cómo es posible que dos ministros del Gobierno de España anden trapicheando con los migrantes procedentes de Marruecos y los suelten así, a pelo, en mitad de la noche en un buen puñado de ciudades, sin que nadie dé cuenta de su número, su destino, la organización o institución que los acoge y el modo de vida que se les haya proporcionado, si es que se les ha proporcionado alguno?

Esto es pura clandestinidad, quizá incluso delictiva, pero con la característica de que ha sido cometida desde el Gobierno, lo cual eleva geométricamente la gravedad de lo sucedido. Y en este caso estamos ante una evidente dejación de funciones por parte de los dos ministros.

Pero hay otro elemento que, en las actuales circunstancias, no puede ser de ninguna manera ignorado: ¿en qué estado de salud llegan estos hombres —son todo hombres— a sus destinos ocultos y ocultados? ¿Llevan consigo sus respectivos certificados de que se les han hecho las correspondientes PCR? Porque una de las cosas más irresponsables que los dos ministros implicados en este engaño a las demás administraciones que se tendrán que hacer cargo de estas personas cuando consigan localizarlas —si es que no se han marchado ya con destino a otras ciudades— es que no les han proporcionado la menor información, ni sanitaria ni de ningún otro tipo, de los trasladados.

Estamos ante una evidente dejación de funciones por parte de Marlaska y Escrivá"

El ministro José Luis Escrivá tenía ayer el descaro de acusar al Sindicato Unificado de Policía, SUP, de promover la xenofobia al levantar "sospechas infundadas sobre inmigrantes cuando es conocido que los protocolos existentes garantizan que cualquier inmigrante llegado a costa es sometido por las autoridades sanitarias autonómicas a un PCR".

Y los representantes del SUP le han contestado, con mucha razón, que "demandar la aplicación de la legalidad y de medidas sanitarias en España no solo no es xenófobo, se llama responsabilidad". Que es exactamente lo que él y el señor Fernando Grande Marlaska han demostrado no tener.

Pero hay más. Ayer miércoles por la mañana, el alcalde de Granada, una ciudad en dificilísimas condiciones sanitarias a causa de la pandemia, con sus hospitales en el límite de su capacidad y con muy estrictas restricciones a la movilidad, contaba en Onda Cero que hace varias noches aparecieron en la plaza del Ayuntamiento de la ciudad unas decenas de inmigrantes allí dejados de la mano de dios, de los cuales dos dieron positivo en la prueba que se les practicó.

De modo que el señor Escrivá debería no esconderse detrás de la acusación de xenofobia lanzada contra quienes reclaman las debidas explicaciones porque, con esa torpe y malintencionada maniobra de corte bajuno, lo que pretende es desmontar el argumento por el procedimiento de descalificar moralmente y políticamente a su autor o autores. Es una vieja táctica demasiado tramposa como para resultar en este caso efectiva.

Eso por un lado. Y otro, hay que preguntar a los señores ministros por qué hemos de creerles a pies juntillas cuando aseguran que a todos los inmigrantes llegados a Canarias se les ha hecho una PCR, cuando se ha demostrado que nos están mintiendo en toda la cara al soltar cada noche en distintas ciudades de la península a cientos de estas personas con la necia y cándida pretensión de que no se enterara nadie.

Si nos han mentido tantas veces como vuelos clandestinos han llegado cada noche a distintos aeropuertos peninsulares ¿por qué nos van a haber dicho la verdad en lo relativo a las pruebas anti-covid practicadas en los muelles del archipiélago? Hay muchos motivos para desconfiar de esa versión y no es precisamente el embustero el más cualificado para reprochar a nadie la falta de confianza. Lo han explicado muy bien los portavoces del SUP: "Eso se llama responsabilidad".

Pero hay otra cuestión sin respuesta y que es igualmente grave. En Andalucía, lo mismo que en Valencia o en otras comunidades autónomas, hay cierre perimetral de municipios y de provincias. La pregunta inmediata es ¿a dónde han ido estos cientos de personas? Porque lo único que se sabe es que llegan en avión y que cuando se bajan a veces les está esperando la Cruz Roja pero otras veces no les está esperando nadie, como ocurrió en el caso de Granada.

Pero si los demás no podemos movernos libremente por España, no tendría justificación ninguna que los migrantes soltados por las noches por el Gobierno circulen libremente y sin control por todo el país. De ese posible desmadre es también responsable el ministro del Interior.

Y como, cuando falta información contrastada crecen los rumores, algún representante político andaluz ha asegurado que cuando se ha preguntado a algunos de ellos —los de Granada—  si se habían hecho la prueba PCR, han respondido que no. No lo sabemos porque no lo hemos podido comprobar. Lo que sí es evidente es que todos llevan dinero porque sin él no podrían salir de los aeropuertos. Y tampoco sabemos quien se lo da aunque podemos suponerlo.

Un gobierno mínimamente merecedor de ese nombre no puede comportarse como una panda de delincuentes que aprovechan la noche para perpetrar sus fechorías"

El caso es que la Policía Nacional, que tiene asignadas las competencias exclusivas en materia de extranjería y fronteras, ha estado completamente marginada de esta operación nocturna y clandestina, lo cual exige que el ministro competente, el señor Grande-Marlaska, dé las explicaciones pertinentes. Porque, si no es por unos vídeos que se han hecho virales lanzados por un ciudadano, un particular, a través de las redes, no habría saltado este escándalo a la opinión pública.

Por eso procede la pregunta de la secretaria general del SUP sobre "qué tipo de autorización se ha concedido, qué órgano de la Administración lo ha expedido y bajo qué amparo normativo en materia de extranjería se ha emitido al tratarse de migrantes indocumentados y sometidos al procedimiento administrativo correspondiente".

Ahora me explico por qué el señor ministro se estuvo escurriendo como una anguila ante las insistentes y muy concretas preguntas de Carlos Alsina sobre si se estaban trasladando o no migrantes marroquíes a la península. No podía decir que no con toda la cara —hubiera sido demasiado arriesgado— pero no estuvo dispuesto en ningún momento a reconocer que sí. Esperaba, quizá, haberse librado con éxito de la cuestión que ayer acabó estallándole en la cara.

Y le ha estallado con mucho motivo porque un gobierno mínimamente merecedor de ese nombre y de esa función no puede comportarse como una panda de delincuentes que aprovechan la protección de la noche para perpetrar sus fechorías.

El fracaso de sus gestiones ante el reino de Marruecos para que deje de permitir la salida masiva de migrantes desde sus costas hasta el archipiélago canario no les permite, señores ministros, actuar de modo que nos recuerden las viejas "hazañas" de los Golfos Apandadores, aquellos personajes de la factoría Disney que todavía perviven en los videojuegos de hoy.

Es urgente una explicación de lo sucedido y de los motivos de su actuación injustificable. Y la seguridad y el compromiso firme de que lo sucedido no se vuelve a repetir.

No tiene un pase lo que está haciendo el ministro del Interior en comandita con el ministro de Seguridad Social y Migraciones. En primer lugar porque es de todo punto inadmisible que el Gobierno ande haciendo trampas intentando engañar a distintos alcaldes y presidentes de comunidad a los que les encaloma varios centenares de migrantes con nocturnidad y alevosía. Es evidente que los dos ministros querían eludir su responsabilidad e intentaban —cosa imposible— que este engaño no fuera descubierto.

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