Don Juan Carlos hace un buen pavo de Navidad, con su apalomada pechuga borbónica, sus entorchados de fideo gordo y su cubertería de anclas. Hay que reconocer que el rey emérito es alguien que invita a la ceremonia del trinchado republicano, como una novia invita a la ceremonia de desnudarla. Los republicanos se han encontrado con un rey codicioso, vanidoso y golfales, ahí sobre un lecho de uvas y brandi, con la corona del reino como esos gorritos que se ponen en las patas de las aves asadas. A ver qué va a hacer el republicano sino trincharlo sobre sus propias panoplias de plata. Pero el caso es que no se trata de don Juan Carlos, bamboleante de doblones y colgajos como un cofre pirata. Tampoco se trata de la monarquía, institución entre decorativa, excesiva y académica, como un ballet ruso. Ni siquiera se trata de Ayuso, que últimamente me sirve para rematar los párrafos como con revolera de bata de cola. Lo principal es que no se trata de republicanismo, así que la ceremonia trinchante se convierte en otra cosa.

Parece que el plan es irnos conduciendo a elegir entre una monarquía decadente, desangrada sobre sus cojines de lis y sus cebollitas francesas, y una república de ilustración, ciudadanía y enciclopedia, con lo que la decisión parece inmediata y hasta tonta. Pero no se trata de monarquía o república. Ahora mismo, se trata de Estado de derecho o bananismo. Cuando no hay republicanos de verdad las repúblicas son plataneras o cocoteras o corruptas o estalinistas o todo a la vez. Y aquí apenas somos cuatro republicanos de verdad y los demás están entre una RDA de bailarinas con mostacho, una Cuba vallecana de porros como palmeras, o una Venezuela de predicadores de la basura. Con suerte, te encuentras a un fetichista que te mezcla Azaña con el pajar sentimental de Miguel Hernández o el gorrito hundido de Machado, y hace de eso una tricolor entre la trenza destrenzada y la sábana bajera.

Estamos atrapados entre republicanos que no saben qué es la res pública y monárquicos que aún se comportan como panaderos del emperador

Aquí sólo tenemos republicanismo estalinista, estatista, totalitarista, frentista, hipernacionalista y hasta terrorista, así que esa república que nos ponen frente a los Borbones como si pusieran a Delacroix ante Goya no es la de Francia ni la de los masones americanos con ojo y dólar egipciacos, sino esa pesadilla colectivista, mecanicista y art déco, esa miseria de ladrillo rojo y peyote popular que consumió más de la mitad de un siglo y del mundo, y que todavía algunos añoran. Aquí no hay republicanismo de derechas, o liberal, porque apenas ha dado tiempo a que la derecha se haga democrática, menos a que se deshagan de sus supersticiones espirituales o estéticas. Además, conociendo el republicanismo patrio, el que crea en la nación cívica tenderá más a apoyar a un rey constitucional que a un jacobino de puñito segador. En cuanto al republicanismo socialdemócrata, aquí ya no podemos hablar de eso. Ya no existe socialdemocracia, sólo está Sánchez como un Napoleón sin grandeza, todo pose y gorro, rendido al poder puro del ambicioso como a la envidia pura del bajito.

La república, quién no iba a querer una república de ateneos literarios y antorchas humanistas y capiteles de acanto y lechuzas alegóricas, en vez de una monarquía de palacios obispales, palanganeras lánguidas, orgías con elefantes y regatas en leche de burra... Pero no es eso. De lo que se trata es de una monarquía con un rey gramofónico que sólo te recita la Constitución con voz cerúlea, como una institutriz, o una república de fanáticos que no creen en el imperio de la ley ni en la separación de poderes, sólo en su liderazgo sobre montoneras de gente como montoneras de tubérculos y en su venganza histórica ante fetiches del abuelo como exvotos de bragueros.

Estamos atrapados entre republicanos que no saben qué es la res pública y asaltan el Estado como la Bastilla o el Palacio de Invierno, y monárquicos que aún se comportan como panaderos del emperador. “No todos somos iguales ante la ley”, ha dicho Ayuso con su bocaza de campanazo o alpargatazo. Pero sí, somos iguales. Salvo el rey, que es inviolable a pesar de que nadie, ciertamente, debería ser inviolable. Don Juan Carlos nos ha salido calavera o pulpo, pero habría que ver cómo saldrían Iglesias o Sánchez si fueran inviolables. De todas formas, don Juan Carlos ya no es rey, así que Ayuso ha quedado también como con una palangana entre sus manos de misal. Eso sí, el argumento no es muy diferente a decir que todos somos iguales ante la ley o ante Hacienda salvo Lola Flores, o Messi, o el muy honorable Pujol, o incluso el ciudadano Wyoming o el ciudadano Monedero. Por no hablar de Junqueras y los demás.

Don Juan Carlos hace un buen pavo de Navidad, pero no lo van a trinchar unos republicanos en ceremonia republicana, desvendándolo de superstición como una momia glaseada, sino sólo los viejos trinchadores de la democracia y la libertad. Verán que ahora no salen diciendo que esto del rey emérito tiene que solucionarse con diálogo y política, que hay que buscar un encaje para el rey juerguista y para los millones de juancarlistas y monárquicos que no van a desaparecer sin más, que está visto que la represión no soluciona nada... La república no admite ningún señor belfón o buchón o balconero o picaflor por encima de la ley. Sea un Borbón castizorro, un Jordi burguesón o un Iglesias levantisco. Por eso sabemos que no se trata de la república. Por eso sabemos que no se trata de trinchar al rey pichón, sino de trinchar el Estado.

Don Juan Carlos hace un buen pavo de Navidad, con su apalomada pechuga borbónica, sus entorchados de fideo gordo y su cubertería de anclas. Hay que reconocer que el rey emérito es alguien que invita a la ceremonia del trinchado republicano, como una novia invita a la ceremonia de desnudarla. Los republicanos se han encontrado con un rey codicioso, vanidoso y golfales, ahí sobre un lecho de uvas y brandi, con la corona del reino como esos gorritos que se ponen en las patas de las aves asadas. A ver qué va a hacer el republicano sino trincharlo sobre sus propias panoplias de plata. Pero el caso es que no se trata de don Juan Carlos, bamboleante de doblones y colgajos como un cofre pirata. Tampoco se trata de la monarquía, institución entre decorativa, excesiva y académica, como un ballet ruso. Ni siquiera se trata de Ayuso, que últimamente me sirve para rematar los párrafos como con revolera de bata de cola. Lo principal es que no se trata de republicanismo, así que la ceremonia trinchante se convierte en otra cosa.

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