Lo de Olentzero es como si los regalos de Navidad te los trajera el Macario de José Luis Moreno, pero quiénes somos nosotros para juzgar a las razas superiores. De Oriente llegan magos con barbas de cometa, del norte llega un Santa Claus hecho de bizcocho de nieve y del País Vasco llega un montuno precristiano, carbonífero, borrachuzo pero civilizador que les enseña a los niños, a la vez, qué es la Navidad y qué es la democracia: o escriben en euskera o se quedan sin regalos. Suena a chantaje, a impuesto revolucionario, pero debe ser la Navidad democrática. Por las maneras y por el razonar, uno diría que ese Olentzero alpargatoso, tiñoso, raposo, rastrojero y extorsionador podría ser Otegi. Es una pena que justo cuando Otegi/Olentzero iba a bajar de los montes para regalarnos la democracia de verdad, llegue el Tribunal Supremo y le regale a él un nuevo juicio igual que unas Navidades españolísimas de Raphael, con su tamborilero, su Doña Manolita y su Guardia Civil.
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