Hemos visto a Pedro Sánchez usar el Falcon como guantera para las gafas y pasear por Times Square con diez tipos vestidos a lo Pulp Fiction, así que imagínenselo pidiendo langostinos. Langostinos en Sanlúcar, además, donde hasta el más tonto pide langostinos, según me dijeron tal cual los de Casa Balbino. En Sanlúcar conocemos bien el langostino del tieso, comulgado más que comido, previo santo ayuno; el langostino del gorrón, que parece sólo un mondadientes de la conversación; el langostino del señorito, lánguido y familiar como un churro; y el langostino del hortera, que forma como una bola de discoteca con los demás langostinos de la fuente. Pero sobre todo conocemos el langostino público, el langostino del concejal, que viene en carroza municipal con banda de cornetas y pelotas, o el del alto cargo, que viene incluso con Canal Sur. Imagínense a Sánchez pidiendo langostinos desde Doñana, para impresionar a una feria de convidados y palmeros.

En Doñana han estado todos los presidentes pescando nubes y pillando sirocos de rey loco y silvano, pero lo de Sánchez, según me cuentan, es feroz"

Cuando está Sánchez en Doñana, en Bajo de Guía hay como desembarcos de hombres de negro y de submarinos alemanes para cargar marisco como si fuera oro de un búnker o de una montaña. Cuando está Sánchez en Doñana, suenan los helicópteros como si aquello fuera la serie MASH. Allí han estado todos los presidentes pescando nubes y pillando sirocos de rey loco y silvano, pero lo de Sánchez, según me cuentan, es feroz. Ni el dios González ni el estirado Aznar tenían el servicio del Palacio de las Marismillas como si estuvieran haciendo la mili en Manderley, como los tiene Sánchez. Ni el dios González ni el estirado Aznar parecían celebrar allí bodas de Farruquito o al menos pedir como para bodas de Farruquito, como hace Sánchez.

Sánchez es algo así como el primer presidente disco, el primer presidente Miami Vice, el primer presidente que, antes que cualquier otra cosa (hemos tenido presidentes teológicos, presidentes resecos o presidentes margaritos), es sobre todo hortera. El langostino del hortera y el langostino público, más el langostino del gorrón que se le arrima y el del señorito que quiere parecerlo a su lado, se unen pues todos en él y le condecoran la pechera igual que se condecora de percebes una ballena jorobada. De todas formas, una cosa es que Sánchez y su señora se paseen como con fusta por las cocinas, enderezando cofias y chasqueando los dedos; o que traigan elefantes cargados de langostinos y dátiles para colegas y trascuñados que llegan en aeróstato pero llegan, igual que Sánchez, como muertos de hambre; una cosa es eso, decía, y otra que no podamos saber cuánto nos gastamos los ciudadanos en estas majestades de salsa rosa del sultán de los morritos calientes.

La oposición ha querido saber cuánta gente ha ido allí de gorrón, a dejarse las huellas digitales chupando cabezas, a mirar por los catavinos igual que por catalejos; cuánto dinero público se ha gastado en ese alicatado de marisco, en esos desembarcos de amigotes como de feroces samuráis, en esos saraos entre sanluqueños, rusos y fellinianos que requerían zapadores, desatascadores, tragafuegos, barcazas y no sé si enanos... El Gobierno ha contestado a este requerimiento diciendo que eso forma parte de la "esfera privada y familiar" de Sánchez. Eso no es ninguna información ni ninguna excusa, porque Juan Guerra también formaba parte de la esfera familiar y privada de su hermano Alfonso, y Corinna de la de don Juan Carlos. Hasta el enchufado del concejal de urbanismo forma parte de su esfera privada y familiar.

Lo que interesa no es la esfera privada y familiar del presidente, sino la pública. No importa que Sánchez convide a bogavantes como almirantes de marina o a helicóptero del papa; ni importa a quién convide con la convidada del hortera o la del señorito, sino cuánto dinero público nos cuesta que Sánchez diga ante sus invitados "aquí que no falte de " con un langostino trepándole por el hombro como una iguana. Una cifra no es información personal, pero claro, no conocemos qué expertos nos están salvando o matando con el virus, vamos a conocer a quién invita el presidente a tener piedra de riñón de cubatas y marisco.

Anda que no conocemos en Sanlúcar al tonto del langostino, que es como el tonto del clavel o el tonto de la bufanda, con el langostino como clavel o como bufanda. El langostino público, recibido con pregón e hisopazo como a la patrona; el langostino del hortera, agitado como un peluco, sobado como una titi paquete, comido como sus propios dedos curvos, rosados y enjoyados de sal y lujuria... Sánchez coge el avión sólo para tomar el sol inalcanzable de los astronautas, Sánchez pasea igual por Nueva York que por el Congreso como haciendo una película de Batman que en realidad parece de David Hasselhoff, Sánchez enseña sus manos como si fueran culos de Bernini, Sánchez se coloca al lado del Rey para robarle la majestad como un reloj de bolsillo... Sí, imaginen a Sánchez pidiendo langostinos.

Hemos visto a Pedro Sánchez usar el Falcon como guantera para las gafas y pasear por Times Square con diez tipos vestidos a lo Pulp Fiction, así que imagínenselo pidiendo langostinos. Langostinos en Sanlúcar, además, donde hasta el más tonto pide langostinos, según me dijeron tal cual los de Casa Balbino. En Sanlúcar conocemos bien el langostino del tieso, comulgado más que comido, previo santo ayuno; el langostino del gorrón, que parece sólo un mondadientes de la conversación; el langostino del señorito, lánguido y familiar como un churro; y el langostino del hortera, que forma como una bola de discoteca con los demás langostinos de la fuente. Pero sobre todo conocemos el langostino público, el langostino del concejal, que viene en carroza municipal con banda de cornetas y pelotas, o el del alto cargo, que viene incluso con Canal Sur. Imagínense a Sánchez pidiendo langostinos desde Doñana, para impresionar a una feria de convidados y palmeros.

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