Una de las tareas de los secretarios generales o secretarios de Organización de los partidos es la de mantener a la organización unida, aplacar las disidencias y controlar los picos de ambición y autoestima de los barones regionales que en un determinado momento pudieran tener la tentación de confrontar con el líder con el riesgo consecuente de dividir al partido.
Teodoro García Egea lleva en esa tarea desde que fue designado para ese puesto en 2018, cuando Pablo Casado ganó el Congreso del PP tras la marcha de Mariano Rajoy. Y de momento, está consiguiendo su objetivo en este punto concreto porque no se vislumbra en el horizonte partidario ningún movimiento de rebeldía, ningún atisbo de conspiración, contra el presidente del partido.
Tampoco en Madrid, lo cual no impide que desde Génova se observe con atención la subida en valoración popular de Isabel Díaz Ayuso, que se ha encontrado con el caramelo de ser objeto de atención y de cierto acoso desde el Gobierno central y, por supuesto, desde todas las terminales mediáticas de la izquierda. Ese papel es siempre muy agradecido.
Pero este protagonismo indudable adquirido últimamente por la presidenta, también internacionalmente, está ligado a determinados éxitos que aún están por acreditarse. Es el caso de la evolución de los contagios por el coronavirus. Es un hecho que la estrategia de control llevada a cabo por la Comunidad de Madrid tuvo un éxito rotundo e indiscutible cuando consiguió bajar los índices de contagios de una manera drástica en los meses de octubre y noviembre.
La admiración es muy volátil, aunque esté ayudada por la torpeza de los que atacan a quien puede presentarse como víctima
Pero ahora sucede que esos índices se están incrementando de nuevo y no se sabe por el momento hasta qué punto van a subir y cuánto tiempo van a tardar las autoridades en doblegar de nuevo la curva. Madrid estuvo a la cola de las comunidades autónomas en los índices de contagios pero ahora mismo vuelve a estar cerca de la cabeza, sólo por detrás de Baleares.
Si la presidenta no logra ganar claramente esta batalla, su recién conquistado prestigio en relación con este asunto, volverá a caer. La admiración es muy volátil, aunque esté ayudada por la torpeza de los que atacan a quien puede presentarse como víctima y cosechar así el apoyo masivo del público.
Otra cosa son los demás enfrentamientos que ha tenido y sigue teniendo con el Gobierno de Pedro Sánchez, que serán más duraderos y en los que el reto está menos relacionado con las circunstancias difíciles de controlar de un virus rebelde. Hablamos de la pretensión del Ejecutivo de atender las reclamaciones de los independentistas de ERC de forzar a la Comunidad de Madrid a someterse a una llamada "armonización fiscal" para obligar a su gobierno a subir los impuestos de su competencia, que son los autonómicos.
En este punto Pablo Casado respalda plenamente a la presidenta madrileña -que está ahí por su personalísima decisión- y no es esperable que, basada en un hipotético éxito de su gestión, cosa que no sabemos si logrará, la señora Díaz Ayuso esté o se sienta en condiciones de actuar por su cuenta dentro del partido hasta llegar a hacerle sombra al líder.
Lo mismo sucede con la batalla de la educación. La líder madrileña está en línea con Casado y con todo su partido, aunque ella se ha destacado del resto de presidentes autonómicos del PP a la hora de adelantar varios meses el calendario para la matriculación en el curso 2021-2022. Pero las demás comunidades regidas por gobiernos populares están en la misma posición de rechazo absoluto a la ley Celáa que se aprobará en el Congreso antes de que acabe el año.
Si a Ayuso se le ocurriera la pésima idea suicida de dar esa batalla, ya podemos decir desde hoy mismo que la perdería estrepitosamente
Estas dos son batallas ideológicas, no sólo de gestión, y es en ese terreno en el que las posibilidades de la presidenta Díaz Ayuso de crecer como líder dentro y fuera del partido parecen más sólidas. Pero todavía es muy pronto para saber si ese prestigio adquirido como “jefa de la oposición autonómica” al Gobierno se consolida en los próximos dos años y medio, que son los que faltan para las próximas elecciones regionales.
Mientras tanto, temer que la señora Díaz Ayuso puede convertirse en una segunda Esperanza Aguirre, no en el sentido de líder territorial sino en el de adversaria interna que estuviera dispuesta a desafiar a Casado ante los suyos como Aguirre desafió a Mariano Rajoy en el famoso Congreso de Valencia del año 2008 es mucho temer porque la presidenta de Madrid no ha hecho más que empezar su carrera y carece, por lo menos de momento, de los apoyos internos que le serían imprescindibles para asumir un papel de esa naturaleza.
Si a Ayuso se le ocurriera la pésima idea suicida de dar esa batalla, ya podemos decir desde hoy mismo que la perdería estrepitosamente porque a día de hoy no estaría en condiciones ni siquiera de iniciarla y es muy improbable que consiguiera apoyos en el futuro para embarcarse en esa apuesta.
Lo que tienen en el PP es el miedo a que se repita una situación como la que se vivió en Valencia hace más de 12 años -en la que Aguirre estuvo a punto de disputarle a Rajoy el liderazgo del partido y en la que hizo una enmienda a la totalidad de la línea política y al abandono de una línea ideológica mantenida por él-. Eso es lo que mueve a la cúpula directiva del PP en Génova a la prevención.
Pero Casado no tiene en estos momentos ese problema sino el contrario, que es en lo que está trabajando: el de intentar consolidar para su partido un perfil ideológico de centro liberal que le separe netamente del mantenido por Vox. Y en eso Ayuso no le podría disputar la posición porque, en esas condiciones, ella no podría moverse más que hacia su derecha, con el pequeño detalle de que ese nicho ya está ocupado por el partido de Santiago Abascal. De modo que no es probable que esa hipótesis se tradujera en hechos.
Casado se va a apoyar en Ayuso porque necesita que tenga éxito en esta legislatura y la necesita más aún de lo que necesita al gallego Feijóo o al andaluz Moreno. Y eso es así porque Madrid, que es eterno objeto de deseo del Partido Socialista por los mismos motivos, es la demostración más visible y más notoria de lo que podría ser un gobierno del PP a nivel nacional.
Ayuso podrá salir reforzada en su pulso contra el Gobierno y eso le daría una vitola de solidez de la que carecía cuando accedió a la presidencia de la Comunidad. Pero nada más.
Una de las tareas de los secretarios generales o secretarios de Organización de los partidos es la de mantener a la organización unida, aplacar las disidencias y controlar los picos de ambición y autoestima de los barones regionales que en un determinado momento pudieran tener la tentación de confrontar con el líder con el riesgo consecuente de dividir al partido.
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