Iglesias se ha aparecido en un vídeo de Twitter, ya sólo como cabeza o cabezón flotante, como la cabeza del Gran Hermano, como aquella cabeza propagandística y aterradora de Mussolini que colocaron en la sede del partido emergiendo como un coco sobre un negro fondo de síes (el totalitarismo siempre es plebiscitario, monosilábico, advenedizo y cabezón). Iglesias ya se reconoce cabezón y se ha reducido a su cabezón, que se nos presenta como un globo alumbrado, como un zepelín atracado, como un Mickey Mouse de mascota hinchable, gigantesco y desproporcionado. Con su cabeza bamboleante, con su cabeza como la de un repartidor en la mirilla, con su cabeza asomadiza de burladero o de púlpito, Iglesias lanza ahora unos sermones pascuales morrocotudos y cantabiles que también nos hinchan la cabeza. Flotando en su bruma y en su superstición de cabeza separada del cuerpo, nos decía Iglesias que las familias españolas, esta Nochebuena, hablarán sobre la monarquía y la república. Yo creo que es más probable que hablen sobre su cabezón sentencioso, teológico y submarino.
Iglesias, que se graba en Twitter como con la cabeza en una pecera, se cree que la preocupación de España es precisamente echarle de comer a su cabeza tuitera igual que a un pez payaso. Con lo que tenemos encima, Iglesias, todo un vicepresidente del Gobierno, siente la necesidad de ponerse delante del ordenata en pijama o en rulos y, con la cámara mala, abombada o expresionista de las fotopollas, pedirnos entre la admonición, la lascivia y el frikismo que nos pongamos a hablar de las monarquías. Se le notaba urgencia, hambre, desazón de madrugada, como por una pizza, un pis o un chat guarro y desesperado.
Iglesias tiene que intentar seducirnos o marearnos ahora con su cabezón de funko, como un Fary o un San Cristobalón de salpicadero, porque puede que no tenga otra oportunidad
Iglesias, que es vicepresidente y pico, seguro que sólo piensa en su alta posición y en sus altas posibilidades, en sus repúblicas en las que él podría ser un pacificador o un sello rampante o una gran foto mussoliniana en la Gran Vía, al lado del Rey León. Pero es que aquí estamos entre la ruina, la muerte y la tristeza. Tenemos una tercera ola con un bicho que ha mutado, al que le han crecido los dientes entre la ropa de invierno como en los miedos de los niños, y que es más contagioso que nunca. Tenemos a las madres doblando embozos sin saber si vendrá el hijo o sólo el cartero con un décimo con los números nevados como almenas. Tenemos el frigorífico como una trinchera rusa y el queso como si fuera el Niño Jesús de la casa. Tenemos las lágrimas pegadas en los dedos como piñones y las estrellas del árbol melladas y olvidadas en las cajas como peines viejos. Así estamos, y quiere Iglesias que nos pongamos a debatir sobre las monarquías divinas y mundanas.
Se ha aparecido Iglesias en Twitter, con la urgencia tuitera, con el desaliño tuitero, con la aberración esférica tuitera, que son también urgencias, desaliños y aberraciones vicepresidenciales. Se ha aparecido y ha vaticinado que el tema de la Nochebuena será la monarquía de pesebrín, y que será buena noche para que empecemos a tirarle al Rey bolas de nieve y castañas podridas hasta echarlo. No tendremos otra cosa de la que hablar, ni por la que enfadarnos, ni que recordar, sino las fantasías de Iglesias, ya ven. Ya, en cualquier otra circunstancia, le diríamos que es menos importante un rey pichabrava que alguien que pretende poner a los jueces a su gusto o que dice que el cumplimiento de la ley es algo que hay que negociar políticamente en sus cafetines o su sauna. Que sea ahora, en medio de este tiempo pelado y triste, sólo nos habla de su ansiedad y de sus prioridades. Iglesias tiene que intentar seducirnos o marearnos ahora con su cabezón de funko, como un Fary o un San Cristobalón de salpicadero, porque puede que no tenga otra oportunidad. Poco le importan las necesidades del país y, mucho menos, que el tono, el momento y Twitter le hagan ese gran cabezón de hisopo, salpicante, sospechoso y coñazo.
Esta Nochebuena doblaremos las pocas servilletas con cariño y con pena, con un cariño y una pena que nos parecerán inexplicables hasta que nos demos cuenta de que están demasiado bien dobladas para que no las use nadie, como los embozos de madre. A lo mejor lloramos simplemente pensando en eso, ni siquiera en la ruina, ni siquiera en la soledad, ni siquiera en los muertos. Pensando en eso o en los cubiertos con una disposición demasiado perfecta o quizá descuidada, y que de repente nos parecen un insulto o un olvido. O en una mancha en el mantel, una mancha como de uva que no se quitó de la última vez y que sigue ahí, como en un sudario milagroso; una mancha que dejamos, felices, incomprensiblemente felices. O en el eco diferente en el cristal que choca, en el líquido que se vierte, en el timbre que no suena; en lo grande que se vuelven los espacios deshabitados, grandes como las casas cuando éramos niños. A lo mejor lloramos simplemente pensando en eso, nos vamos a poner a pensar en la monarquía. Ni siquiera en el cabezón invasivo y totalitario de Iglesias.
Iglesias se ha aparecido en un vídeo de Twitter, ya sólo como cabeza o cabezón flotante, como la cabeza del Gran Hermano, como aquella cabeza propagandística y aterradora de Mussolini que colocaron en la sede del partido emergiendo como un coco sobre un negro fondo de síes (el totalitarismo siempre es plebiscitario, monosilábico, advenedizo y cabezón). Iglesias ya se reconoce cabezón y se ha reducido a su cabezón, que se nos presenta como un globo alumbrado, como un zepelín atracado, como un Mickey Mouse de mascota hinchable, gigantesco y desproporcionado. Con su cabeza bamboleante, con su cabeza como la de un repartidor en la mirilla, con su cabeza asomadiza de burladero o de púlpito, Iglesias lanza ahora unos sermones pascuales morrocotudos y cantabiles que también nos hinchan la cabeza. Flotando en su bruma y en su superstición de cabeza separada del cuerpo, nos decía Iglesias que las familias españolas, esta Nochebuena, hablarán sobre la monarquía y la república. Yo creo que es más probable que hablen sobre su cabezón sentencioso, teológico y submarino.
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