Sánchez no puede, no sabe, no quiere tomar ni una decisión sobre el bicho. Tiene que ser la Ciencia, que viene a visitarlo de vez en cuando como el practicante; tienen que ser las autonomías, por ese dogma sobrevenido de la cogobernanza; tiene que ser Europa, por lo de que haya una respuesta coordinada o casi tectónica. Incluso Portugal sirve. Portugal restringe los vuelos desde el Reino Unido y es cuando Sánchez se une diciendo que ha sido una estrategia ibérica, un hermanamiento colombino y un alarde de sincronización naval. Desde que nuestras minervas descubrieron que Portugal iba mejor porque estaba más al oeste, creo que han estado mirando hacia allí, por si estornudaba su nariz de los mapas. O sea, que el bicho mutante de Inglaterra puede llegar y nuestro Gobierno aún estaba pensando si está bien que prohibamos vuelos sin hacer antes en las Azores una cumbre o un partidillo benéfico.
Sánchez solo quiere no quemarse con el virus, no mancharse con el virus. Hasta cuando tomaba decisiones políticas tenía que decir que se lo habían dicho unos científicos u hombres rana quizá a la vuelta de diseccionar a E.T. o de sacar basura alienígena, que es lo que parecía que hacían en la película. Sánchez se ha dado cuenta de que del virus no puede sacar nada salvo echárselo a la oposición, o echárselo a Ayuso concretamente, hasta que parezca una señora de pensión con mucha perla pero mucha chinche. Si eso no es posible, se pierde, se queda paralizado hasta el punto de remitir a celestes burocracias europeas, como si se tratara de lanzar un cohete a Marte en vez de bloquear los aviones que llegan a tu suelo.
El bicho mutante de Inglaterra puede llegar y nuestro Gobierno aún estaba pensando si está bien que prohibamos vuelos sin hacer antes en las Azores una cumbre o un partidillo benéfico
Sánchez está acostumbrado a que siempre salga algún franquista de lápida de café de La colmena a arreglarle la agenda, o un rico calvinista a solucionarle la convidada, o Fernando Simón a ligarse a las damas de la Cruz Roja, y ya es incapaz incluso de decidir si aterrizan o no aterrizan esos aviones con la nueva amenaza mutante. Han tenido que pasar varios días de mirar al cielo como un cabañuelista, mientras los países europeos hacían lo que tenían que hacer sin esperar ninguna alianza carolingia, ni siquiera una alianza de escalera; han tenido que pasar varios días, decía, hasta que Sánchez se ha dado cuenta del ridículo. Y entonces lo ha rescatado Portugal, el amigo de siempre, que tomó la decisión un día antes pero nos hemos arrimado a ellos como en un bonito vals ibérico.
Siempre hemos ido por detrás del virus, haciéndole como la ola fiestera o escéptica o incompetente. Ha sido así desde el primer desconcierto, ese ver que el virus no se podía manejar con politiquilla ni se echaba para atrás ante la fermosura finojosa de Sánchez. Cuando el desconocimiento aún podía ser una excusa, Sánchez confiaba en parecer un héroe contra la naturaleza o un bombero impotente contra la muerte como contra la tizne. Luego, fue más útil la estrategia de la abdicación, o sea la cogobernanza, el lavarse las manos salvo para asar palomas ceremoniales en pebeteros de Olimpia o de guía Michelín, o para venir con otro estado de alarma como el salvavidas musical de un marinero de musical, o para anunciarse trayendo vacunas y fondos europeos como la lechera del cuento con sus cántaros. La tercera ola ya estaba aquí, incluso sin la mutación inglesa, que parece como si al virus le hubiera salido sombrero hongo. Y Sánchez seguía sin hacer nada, seguía estando ahí sólo como el que saca los números de bingo del bicho, un bingo para viejas autonómicas, como viejas de Beatriz Carvajal.
Nuestros vecinos decidían cerrar sus aeropuertos al tráfico británico y aquí a nuestros próceres les parecía que con las PCR íbamos bien
Volvemos a estar por detrás, hasta para parar los aviones. Tenía que ir primero Portugal, porque Francia, Alemania y eso ya eran algo lejano, ajeno al iberismo de balsa de piedra y a esa hermandad peñista de la tonadilla y el fado. Nuestros vecinos decidían cerrar sus aeropuertos al tráfico británico y aquí a nuestros próceres les parecía que con las PCR íbamos bien. Esas PCR que, recuerden, al principio aseguraban que no hacían falta. Volvemos a estar por detrás, y cuando se le pregunta a Illa, que parece un inglés ya vacunado o ya indiferente, vuelve a decir “no hay constancia” o “por el momento no hay pruebas”. Por el momento, otra vez por el momento... Sí, esto parece el principio porque nunca ha dejado de serlo.
Sánchez no puede, no sabe, no quiere tomar ni una decisión sobre el bicho. Tiene que ser la Ciencia, que viene a visitarlo de vez en cuando como el practicante; tienen que ser las autonomías, por ese dogma sobrevenido de la cogobernanza; tiene que ser Europa, por lo de que haya una respuesta coordinada o casi tectónica. Incluso Portugal sirve. Portugal restringe los vuelos desde el Reino Unido y es cuando Sánchez se une diciendo que ha sido una estrategia ibérica, un hermanamiento colombino y un alarde de sincronización naval. Desde que nuestras minervas descubrieron que Portugal iba mejor porque estaba más al oeste, creo que han estado mirando hacia allí, por si estornudaba su nariz de los mapas. O sea, que el bicho mutante de Inglaterra puede llegar y nuestro Gobierno aún estaba pensando si está bien que prohibamos vuelos sin hacer antes en las Azores una cumbre o un partidillo benéfico.
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