La capacidad que tiene el presidente del Gobierno para marcar la agenda política quedó este martes demostrada en su última rueda de prensa de 2020, en la que, teóricamente, iba a presentar un balance del cumplimiento de los compromisos adquiridos por su gabinete.
Finalmente, el tema central de su comparecencia ha sido la propuesta para elaborar una ley de la Corona, cuya iniciativa compartirían Felipe VI y el propio Pedro Sánchez.
El pobre balance de este primer año de legislatura, en el que, según el documento Cumpliendo, entregado por Moncloa a los medios de comunicación, sólo se han cumplido un 23% de los 1.238 compromisos adquiridos, queda así relegado a un segundo plano, desplazado por la noticia del cambio de estatus de la Corona. De los errores cometidos en la gestión del coronavirus ni se habla.
La táctica no es nueva. Es lo que los expertos en imagen y comunicación llaman "poner un gato muerto sobre la mesa". Cuando hay un debate que no interesa, la mejor forma de desviar la atención es sacar otro asunto que por su trascendencia desplaza inmediatamente al anterior.
Pues bien, entremos al trapo. Que la Monarquía necesita mejoras legislativas es evidente. La abdicación, que propició la subida al trono de Felipe VI, no estaba regulada y se tuvo que aprobar una ley orgánica para llevarla a cabo, que se pactó entre Mariano Rajoy, que en 2014 era presidente del Gobierno, y Alfredo Pérez Rubalcaba, líder del PSOE en esas mismas fechas. El establecimiento de unas normas claras sobre la transparencia en el empleo de los fondos públicos asignados a la Casa Real vía presupuestos; la inviolabilidad, etc. sería deseable que estuviesen recogidas en una ley. Incluso la sucesión, que discrimina a la mujer, dando prevalencia al varón, tendría que ser revisada. Aunque para cambiar estos dos asuntos clave sería necesario modificar el Título Segundo de la Constitución, que establece en su artículo 56 que "la persona del Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad"; y en el 57, en el que la prioridad en la sucesión la tiene el varón.
No es la primera vez que estos temas están sobre la mesa. Cuando Felipe VI asumió el trono, desde diversos ámbitos se planteó la posibilidad de una reforma constitucional pactada por los dos grandes partidos. Incluso Alberto Ruiz-Gallardón, siendo ministro de Justicia, llegó a pedir informes jurídicos sobre esas cuestiones. Pero el debate se aplazó porque existía el riesgo de que esas reformas necesarias abrieran el debate sobre el modelo de Estado, justo cuando aún no se habían apagado los ecos de los escándalos que obligaron a Juan Carlos I a abdicar en favor de su hijo.
Con un PSOE débil, un socio de Gobierno que quiere la república, una relación prácticamente inexistente con el principal partido de la oposición,... ¿De verdad es el mejor momento para reformar la Monarquía?
En 2014, cuando Felipe VI asumió el trono, el PP tenía 186 escaños; el PSOE, 110, y UPyD (el partido fundado por Rosa Díez) tenía 5 escaños. Es decir, los partidos netamente constitucionalistas y defensores de la Monarquía parlamentaria sumaban 301 diputados de un total de 350. Y la prudencia (quizás excesiva) llevó entonces a enterrar el debate sobre la modernización de la Casa Real.
Ahora, el panorama es muy distinto. El PSOE sólo tiene 120 escaños y su socio de Gobierno, Unidas Podemos, 35. Con el muy relevante matiz de que el partido liderado por Pablo Iglesias no quiere perpetuar la Monarquía y pretende que en España se instale una Tercera República. No hablemos del resto de los socios del Gobierno, ERC, Bildu, etc. que, además de republicanos, quieren que España desaparezca tal y como ha existido en los últimos 500 años.
Por otro lado, el clima, la relación entre el PSOE, el PP, Ciudadanos y no digamos Vox, no es precisamente el ideal para que sus líderes se sienten a negociar sobre cómo modernizar la institución monárquica y plasmarlo luego en una ley orgánica o en una reforma constitucional.
Plantear ahora una ley de la Corona es, cuando mínimo, inoportuno. Y, desde luego, como puso de manifiesto el último sondeo del CIS, innecesario, porque no forma parte de las preocupaciones del 99% de los españoles.
Seguramente, a Pedro Sánchez le gustaría pasar a la historia como el presidente que modernizó la Monarquía. Pero, en las actuales circunstancias, mover el tablero es tan peligroso como jugar con nitroglicerina.
Aceptemos el debate como un ejercicio intelectual, como una jugada maestra de Iván Redondo, para tenernos entretenidos con fuegos de artificio mientras nos recluimos en casa porque el coronavirus sigue ahí, amenazante, y no nos permite celebrar estas fiestas como lo hemos hecho siempre. Manosear a la Monarquía, justo cuando se encuentra en su momento más débil, no hará olvidar a los cientos de miles de personas que siguen en ERTE qué va a ser de sus vidas a partir del 31 de enero. Ni a los parados las escasas posibilidades de encontrar un empleo con la economía en plena recesión. Ni a los jóvenes, que ahora tienen incluso vedada la posibilidad de irse al extranjero, cuál va a ser su futuro...
Me temo que este gato muerto tan sólo sirva para entretenernos durante unos días. Pero no olviden una cosa: con unas elecciones catalanas en puertas y con la posibilidad real de que ERC gane y que se pueda plantear la posibilidad de un tripartito en Cataluña, el debate sobre Monarquía o República ya no será sólo una monomanía de Pablo Iglesias, sino una reivindicación abierta y clara de la Generalitat, integrada por el PSC.
Piensen en ello por un momento.
La capacidad que tiene el presidente del Gobierno para marcar la agenda política quedó este martes demostrada en su última rueda de prensa de 2020, en la que, teóricamente, iba a presentar un balance del cumplimiento de los compromisos adquiridos por su gabinete.
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