No les voy a dar el nombre, pero la historia es real y significativa de lo que está ocurriendo. El responsable de la UCI de un hospital de Madrid estuvo durante los meses más duros en la trinchera peleando día tras día contra el coronavirus. Por suerte no fue uno de los miles de sanitarios que resultaron infectados. Sin embargo, en la cena de Nochebuena su yerno le contagió y ahora está convaleciente afectado de una grave neumonía.
El resultado del aumento de la movilidad y las reuniones de grupo que se han producido durante estas fiestas navideñas va a poner los pelos de punta. Todavía los datos no recogen la incidencia real, que no se conocerá hasta mediados de este mes. Pero las cifras posiblemente nos va retrotraer a los datos de la pasada primavera.
Cataluña ya ha anunciado el confinamiento de todos sus municipios durante diez días. El resto de las comunidades autónomas anunciarán en los próximos días un endurecimiento de las medidas de movilidad y otras destinadas a intentar aplanar una curva que podría duplicar el número de casos por 100.000 habitantes.
Los indicios de una tercera ola comenzaron a hacerse evidentes a mediados de diciembre, dos semanas antes de las fiestas navideñas. Como siempre, lo más relevante es fijarse en el número de personas hospitalizadas, ya que lo que hay que evitar por dodos los medios es el colapso en el sistema sanitario. Un ejemplo. Los datos de la Comunidad de Madrid comenzaron a dispararse a partir del día 10 de diciembre. En esos momentos, el número de hospitalizados diariamente se elevaba a 1.108. El último dato, correspondiente al 29 de diciembre, se eleva a 1.571 hospitalizados. Es decir, ¡casi un 42% más en dieciocho días!
Los profesionales sabían, por tanto, a mediados de diciembre, que la curva se estaba disparando y que deberían haberse adoptado medidas mucho más restrictivas de cara a las navidades. Pero los responsables de la comunidades autónomas decidieron levantar un poco la mano. El coste político de limitar todos los movimientos, adelantar a mucho antes el toque de queda o restringir aún más la apertura de locales comerciales y de negocios de hostelería hubiera sido un golpe demasiado duro para una población agotada y una economía que llevaba ya nueve mese sufriendo las consecuencias de la pandemia.
El número de hospitalizados podría duplicar a mediados de enero la cifra que había a mediados de diciembre"
Pero eso es una cosa y otra muy distinta que no se supiera lo que iba a pasar. Las cenas del 24 y el 31 de diciembre, las compras de Navidad, las reuniones con amigos, etc. se han convertido en focos masivos de infección. Como le ocurrió al jefe de la UCI del hospital madrileño al que antes hacía referencia.
La expectativa de que la vacuna llegaría antes de lo previsto elevó aún más la confianza de una población deseosa de pasar página. Aquí tampoco las autoridades anduvieron muy listas. La vacuna es un remedio eficaz, sí. Pero para que su efecto cause la inmunidad de grupo pasarán meses y, mientras tanto, el coronavirus seguirá circulando y contagiando. Aún más a partir de la conocida como cepa británica, que ya se ha extendido por toda Europa y que está provocando datos aterradores en Reino Unido.
El sistema elegido por el Gobierno para hacer posible la vacunación tal vez tampoco sea el más adecuado. El todavía ministro Salvador Illa trató ayer de rebajar la preocupación por la lentitud en el ritmo de vacunación. "En ocho semanas se administran en España 15 millones de vacunas contra la gripe". Sí. Pero la vacunación de contra la gripe se lleva cabo de forma absolutamente descentralizada. Al sistema público de salud se suman los distintos sistemas privados. Por ejemplo, más de dos millones de funcionarios lo hacen a través de Muface. Hay grandes empresas que proporcionan vacunas a sus empleados. Incluso se permite la auto vacunación con prescripción médica. Eso hace que la campaña sea masiva y sin cuellos de botella.
Pero la vacuna contra el Covid-19 se lleva a cabo de forma centralizada. Es el sistema público el que las administra y lo hace, en principio, siguiendo un rígido sistema de prioridades por grupos de riesgo. Ese método es el que hace que, por ejemplo, la acumulación de unas fiestas pueda provocar retrasos enormes en el ritmo previsto de vacunación. Los expertos consultados por este periódico consideran altamente improbable que se cumpla el objetivo anunciado por Illa: que en junio ya se hayan administrado 20 millones de vacunas.
La cuestión es que, por unas u otras razones, la curva de contagios y, lo que es más grave, la de hospitalizados e ingresados en UCI, se va a disparar en enero. Que las medidas que habrá que adoptar serán muy parecidas a las que ya se tomaron en los meses duros de la primavera. Y que, tal vez, por haber sido demasiado complacientes o no querer asumir el coste político de tomar medidas más duras, vamos a vivir una terrible cuesta de enero.
Espero que no se vuelvan a repetir los mismos errores.
No les voy a dar el nombre, pero la historia es real y significativa de lo que está ocurriendo. El responsable de la UCI de un hospital de Madrid estuvo durante los meses más duros en la trinchera peleando día tras día contra el coronavirus. Por suerte no fue uno de los miles de sanitarios que resultaron infectados. Sin embargo, en la cena de Nochebuena su yerno le contagió y ahora está convaleciente afectado de una grave neumonía.
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