No se olviden tan pronto de 2020, que aún nos seguirá enviando muertos y parados como bandadas de oscuros pájaros estacionales. Diciembre nos deja con casi 3.900.000 desempleados, más unas 750.000 almas en ese purgatorio de miedo y pan duro que son los ERTE, pero ni siquiera eso impide que nuestros gobernantes apliquen el consuelo del humor, como los payasos de tendedero del confinamiento. Así, el secretario de Estado de Empleo, Joaquín Pérez Rey, nos acaba de descubrir que si hay paro es porque la gente se apunta al paro. La gente, por lo visto, no puede estar en un paro discreto, introspectivo, iluminador y humilde, como un monje con gachas, sino que la ambición o la vanidad la empujan a querer estar en las listas del Sepe como en las de un club de campo. Con estas ínfulas insolidarias, con estos alardes de esnobismo y postureo, claro, es imposible mejorar las estadísticas.
Los parados resulta que se apuntan al paro, que quieren su carné de paro como su pase vip para el palco de sus mocos, para el vals de sus desmayos de hambre. También quieren prestaciones, en vez de inmolarse arrebujados en su mantita de gato, con el último y reconfortante pensamiento de un pollo de Carpanta y del servicio prestado a la Patria. Los parados no sólo insisten en apuntarse al paro, sino que además la Administración, tan benévola y desprendida, y con un automatismo doloroso pero ejemplar, los mantiene en las listas del paro hasta que encuentran trabajo. No estoy exagerando: según el texto de la noticia de este periódico, para el secretario de Estado el incremento de 37.000 desempleados en diciembre "se justifica porque estar dado de alta como demandante de empleo es un requisito para el cobro de prestaciones y porque los servicios autonómicos de empleo renuevan automáticamente las demandas para evitar desplazamientos". Tal cual.
Estar en el paro debería ser lo último para un parado y llevar la cuenta de los parados reales debería ser lo último para el Estado"
Podríamos tener parados más considerados con el Gobierno, parados que se aguantaran y se reservaran para la intimidad su paro y sus conciertos de tripas, pero tenemos un país lleno de parados militantes, parados que alardean de su condición de parados, que se exhiben sin pudor como mimos, parados que quieren aparecer en el panteón ilustre de parados como si fueran presidentes de las Cortes o gobernadores del Banco de España. Podríamos tener más parados despistados, que se olvidaran de que no trabajan como se olvida uno de una pastilla o de un aniversario; parados modestos que se contentaran con pasear caniches como quien lleva una cuadriga, en vez de pretender contratos y nóminas y otros papelajos; parados a los que les da pereza rellenar su impreso como el de un envío certificado, como el de una matrícula llena de pólizas y jeroglíficos del Estado. Pero no.
Podríamos tener la suerte de que nuestros parados fueran parados diletantes, que ejercen el oficio o la vocación de parado por rachas, por caprichos, por aburrimiento, sin necesitar un diploma municipal de parado como el de un curso de ofimática; salvajes parados libérrimos que viven su paro en orgulloso pecado, como parejas sin matrimoniar, como solterones incorregibles. Incluso parados caducados, parados como repetidores del paro que ya no van al paro, ésos que se han quedado ahí sin servir ya ni para trabajar ni para vivir del Estado, que por cansancio o carácter o mala suerte ya no aspiran ni al subsidio ni a ser uno de esos eléctricos "buscadores activos de empleo" que parecen opositores a parados o parados olímpicos. Todo esto les sirve como parado, menos el parado que se acaba de quedar sin trabajo y que se apunta al paro más que nada por provocar y por estropearles el mes.
Si el paro registrado es bastante mayor que el paro real eso significa que el fraude supera a la calamidad y no sé cuál de esos fracasos es peor como excusa gubernamental"
Al Gobierno le parece un revés o un complot que las listas de parados en España contengan parados. No sé si pretendían llenarlas de gente de broma, o gente confusa de lo que significa estar parado, o gente que termina en el paro como el que termina alistado en el ejército o haciéndose rastas, entre el despiste y el cachondeo. El caso es que estar en el paro debería ser lo último para un parado y llevar la cuenta de los parados reales debería ser lo último para el Estado. Eso es lo que significa decir que el paro sube porque la gente se apunta al paro y porque la Administración los deja ahí mientras sigue parada. Ahí, en esos "dos fenómenos", como los llamó Pérez Rey, está todo lo que nos pasa. El fenómeno, claro, es él.
La verdad es que la gente no dejaría de estar sin trabajo aunque al burócrata le desaparecieran todos del listado, aunque no le saliera nada como a aquellas inútiles señoritas de información telefónica. Y la verdad es que si el paro registrado es bastante mayor que el paro real eso significa que el fraude supera a la calamidad y no sé cuál de esos fracasos es peor como excusa gubernamental o mejor como insulto al ciudadano. Será eso, que la mayoría de los parados son narcos, o masajistas o fontaneros con tapadera. Será que los cerrojos de torreón medieval que vemos en los negocios son atrezo de rey mago y que las colas de gente encorvada por la tristeza y la humillación de su paquete de arroz son "fenómenos" o "anomalías", como si fueran ovnis. Será que ese miedo a que se nos lleve el casero más que el virus es, como apuntarse al paro, sólo esnobismo y postureo.
No se olviden tan pronto de 2020, que aún nos seguirá enviando muertos y parados como bandadas de oscuros pájaros estacionales. Diciembre nos deja con casi 3.900.000 desempleados, más unas 750.000 almas en ese purgatorio de miedo y pan duro que son los ERTE, pero ni siquiera eso impide que nuestros gobernantes apliquen el consuelo del humor, como los payasos de tendedero del confinamiento. Así, el secretario de Estado de Empleo, Joaquín Pérez Rey, nos acaba de descubrir que si hay paro es porque la gente se apunta al paro. La gente, por lo visto, no puede estar en un paro discreto, introspectivo, iluminador y humilde, como un monje con gachas, sino que la ambición o la vanidad la empujan a querer estar en las listas del Sepe como en las de un club de campo. Con estas ínfulas insolidarias, con estos alardes de esnobismo y postureo, claro, es imposible mejorar las estadísticas.
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