La condena por parte de los demócratas del mundo entero de lo sucedido  el miércoles pasado en el Congreso es unánime y todos apuntan a un instigador principal, pero no único, del asalto a la sede de la soberanía popular con la intención evidente, y parcialmente lograda por unas horas, de quebrantar el principio de inviolabilidad parlamentaria, un principio sagrado porque es el que garantiza la representación efectiva de esa soberanía.

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