Mientras los políticos hacían pingaletas con la pala, como leñadores de musical, y soplaban en el micrófono una ventisca radiofónica, eran el Ejército y la Guardia Civil los que se enfrentaban a la nieve real como a un oso real. Hemos visto que Casado sólo dejó guarreadas las entradas que parecía despejar; y que Sánchez llegaba a la nieve como a un cóctel de embajada en Helsinki, cuando ya no nevaba; y que los de Podemos criticaban igual las palas de verdad y las palas de paripé, reclamando sindicatos, dietas y cursillos transversales para agarrar la pala o quizá para no agarrarla. Margarita Robles ha alabado a ese Ejército que trabaja a "pico y pala", pero esto no va de ser más o menos recio con las herramientas, como un trampero. Cuando tantos hablan de "lo público" refiriéndose más a "lo suyo" que a lo de todos, ese trabajar a "pico y pala" nos remite más que otra cosa a la vocación de servicio público. Esa vocación que tiene un soldado con pala mellada quizá más que un liberado con martillo estilizado en el pin.
Cuando tantos hablan de 'lo público' refiriéndose más a 'lo suyo' que a lo de todos, ese trabajar a 'pico y pala' nos remite más que otra cosa a la vocación de servicio público
No es lo mismo agarrar la pala que sólo teorizar sobre ella o negociar alrededor de ella, ponerla en una banderita como un león rampante, sacarla en un mitin como el que saca una muleta o una cachiporra de la clase o de la ideología... Ahí está la diferencia entre el servicio público y el negocio de lo público, ya sea como dinero, como poder o como lascivia. El Ejército a pico y pala es el ejército que cumple con su trabajo crudo, duro, rasposo, sin que eso forme parte de un movimiento por la hegemonía de ninguna idea ni de una postergada venganza de la historia ni sea el favor a un partido como un favor al señor feudal. Aquí tenemos funcionarios que parecen soldados de las ideologías, mientras los soldados de verdad sólo parecen carteros de los niños, deshollinadores amables o simples peritos industriales. Y es así porque el Ejército ha cambiado pero esas ideologías con realísimos martillazos y garrotazos doctrinarios, no.
El Ejército español ya no es aquella covachuela de curas con pistola, chusqueros de cojón y espadones con relicario, borrachos y bordados y santificados de una pasamanería de sangre y gloria de la Patria como una sangre y una gloria zarzueleras. Los que había así ya están muertos o ya están varados en su cementerio naval, con la cabeza torcida como una fragata escorada y el tembleque de la mano que no les da ni para una pistola con tembleque, sino sólo para un chat con tembleque. El Ejército ha cambiado y ahora es profesional, es universitario, es ilustrado, es humanitario, pone más vacunas que bombas y es más europeísta que africanista. Y no es que me lo invente yo ni me limite a los pocos militares que conozco, sino que sólo tenemos que mirar a su capitán general, o sea el Rey.
Al fachilla que pueda quedar por ahí, como puede quedar entre los taxistas o entre los fruteros, lo condena y lo arrincona el Rey con cada discurso sobre la Constitución o hasta sobre la Navidad, más incluso que si lo arrestara en el cuerpo de guardia y lo pusiera a hacer flexiones con el mocho o a mondar patatas ratoneras. El Rey, que es otro funcionario, da ejemplo de cómo ser el mejor funcionario no tanto mandando firmes bajo palio sino, por ejemplo, recibiendo a Pablo Iglesias con una sonrisa constitucionalísima, como la sonrisa vaticanísima, beatífica e invencible del Papa.
El Rey, que es otro funcionario, da ejemplo de cómo ser el mejor funcionario recibiendo a Iglesias con una sonrisa constitucionalísima
No porque el Rey mande como un rey medieval, sino porque el Ejército ha aprendido, igual que la monarquía, a ser los primeros y los mejores funcionarios; el Ejército no va a ir hacia atrás. No va a ir hacia atrás el Ejército como no va a ir hacia atrás España, aunque muchos se empeñen y lo estén deseando. En el Ejército ya no caben monjas sargentos, ni coroneles con enagüilla de santo, ni napoleones del mus y del anís, ni esos militronchos que estaban entre el Guerrero del Antifaz y Popeye. No se trata de ningún sacerdocio de la Patria, un concepto que se ha vuelto roñoso y anticiudadano, y que ahora sólo usa gente como Puigdemont, Otegi o Maduro. Se trata de la ejemplaridad del funcionario público, tanto si tiene que coger una pala en una cuestecilla, una jeringa en una carpa o el subfusil en zona de guerra.
El Ejército a pico y pala minaba la nieve y el desastre, entre políticos de campamento y aventadores del odio. Cuando el Ejército está limpiando las calles y protegiéndonos de batacazos cuesta más trabajo llamarles fachas. Aun así, hay quien aprovecha para distinguir entre un Ejército de pico y pala y otro de fusil o cazabombardero, cuando es el mismo. Lo que hacen no es por ninguna heráldica de cretona ni por ningún rey chapado ni por ninguna abstracción romántica o fanática o folclórica o interesada. Es, simplemente, su trabajo, un trabajo que tiene en él mismo el orgullo y la recompensa. En eso se distingue el servicio público de la apropiación de lo público. Por eso parecía que el Ejército y la Guardia Civil se comían la nieve como si se comieran a un oso, mientras los demás sólo parecían vendernos un bombón helado o hacer circo sobre hielo.
Mientras los políticos hacían pingaletas con la pala, como leñadores de musical, y soplaban en el micrófono una ventisca radiofónica, eran el Ejército y la Guardia Civil los que se enfrentaban a la nieve real como a un oso real. Hemos visto que Casado sólo dejó guarreadas las entradas que parecía despejar; y que Sánchez llegaba a la nieve como a un cóctel de embajada en Helsinki, cuando ya no nevaba; y que los de Podemos criticaban igual las palas de verdad y las palas de paripé, reclamando sindicatos, dietas y cursillos transversales para agarrar la pala o quizá para no agarrarla. Margarita Robles ha alabado a ese Ejército que trabaja a "pico y pala", pero esto no va de ser más o menos recio con las herramientas, como un trampero. Cuando tantos hablan de "lo público" refiriéndose más a "lo suyo" que a lo de todos, ese trabajar a "pico y pala" nos remite más que otra cosa a la vocación de servicio público. Esa vocación que tiene un soldado con pala mellada quizá más que un liberado con martillo estilizado en el pin.
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