Habría que declarar zona catastrófica no sólo Madrid, que es ahora como un invernadero rococó roto a pedradas, sino toda España. Si Sánchez se resiste y María Jesús Montero se enfada sobre su propio enfado perenne, como esas señoras que se cierran la rebeca ya cerrada, no es porque a Madrid le falte para llegar a la catástrofe, sino porque el Gobierno no tiene para tantas. A Madrid sólo se puede llegar en globo o en velero, por Madrid sólo puede uno moverse a espaldas de un esquimal, en Madrid han visto perseguir hogazas y prenderse todo de anafes como si siguiera la Navidad de los pastores y los lobos, y aún les resulta extraño o provocador que se pida la zona catastrófica. Y que la pida Ayuso, además, que se supone que debe cumplir con ese papel que le dio la izquierda, el de ser a la vez como la florista y el King Kong de la calle de Alcalá. Pero no, Montero se enfada, y es porque ya son muchas catástrofes y ellos sólo tienen un guapo para todo, como si fuera el butanero de toda España.  

Si Sánchez se resiste y Montero se enfada, no es porque a Madrid le falte para llegar a la catástrofe, sino porque el Gobierno no tiene para tantas"

Todo es una catástrofe o son demasiadas catástrofes: el nevadón en Madrid, el que nos vuelva a coger otra ola idiotamente como si nos cogiera en la bañera, el que las vacunas nos vayan a caducar en el frigorífico como yogures de coco... Son muchas catástrofes y ya hay que empezar a negar las que se puedan negar, o a decir que son confrontación. Tiene mucha gracia que Montero hable de confrontación, cuando su Junta de Andalucía no hacía otra cosa, y sin haber más bicho ni más tormenta perfecta que tres décadas de gobierno folclórico-socialista. Así, la culpa del paro y la miseria de Andalucía pasaba directamente de los Reyes Católicos a los señoritos franquistas y ya luego a Aznar y Rajoy. Todo era un castigo a Andalucía y el PSOE parecía gobernar allí sólo para llorar lágrimas aceituneras y algo portuguesas, como de Carlos Cano. Pero ahora a Madrid se le han venido encima todos los aciagos bosques shakesperianos y toda la escayola del cielo y resulta que es Ayuso, que confronta.

Ayuso confronta y, para confrontar mejor, ha vaciado su nieve de espejito mágico sobre Madrid, ha convocado a las zarzas y a los espinos para que agarren los tobillos de los madrileños y ha colocado las tiendas y los hospitales entre cardos y simas. Dice Montero que Ayuso hace populismo con eso, incluso trumpismo, que quizá es una manera que tiene Montero de hablar del populismo sin mirar a ciertos compañeros del Consejo de Ministros. El trumpismo, la verdad, no es tanto una acusación o un argumento sino una forma de terminar las conversaciones, un poco una actualización de la ley de Godwin. Todas las conversaciones convergen ahora en Trump como una vez convergían aquí en Rosalía, por falta de imaginación y por pereza de sobremesa.

De Ayuso se puede decir que no es capaz de poner vacunas y, aún peor, que no sabemos por qué, como si en vez de planear la logística sólo estuviera esperando que el cura le dé fecha para bendecir los viales. También se puede decir que le ha cogido la tercera ola por dar prioridad a sus belenes rellenos de Ferrero Rocher y por no rebatir a Sánchez en sus allegados rozadizos y sus horarios flexibles de padre enrollado en Nochevieja. Pero es más difícil justificar que lo de Madrid no es una catástrofe con todos sus papeles, viendo a la gente salir a la calle con trineo o con anzuelo o con quinqué, abandonar sus coches como balsas en una cascada y arriesgarse a que la mate un tronco canadiense o una foca ártica. Ayuso no sabe poner sus vacunas o no encuentra niñera para ir a ponerlas, pero no se ha inventado el temporal para distraer ni para meter una ramita en el ojo del Gobierno.

El Gobierno sólo tiene las mismas caras y la misma solución, repartir la catástrofe como un mendrugo y aparecer sólo para inaugurarla, sancionarla o recriminarla"

María Jesús Montero se enfada con Ayuso o se enfada con el mundo, que le manda maliciosamente muchas catástrofes como le manda muchas frases subordinadas. Lo que nos viene a decir la ministra, con su aire siempre catastrófico y excesivo, entre la tragedia y meterte un guantazo, como una Anna Magnani del socialismo andaluz, es que hay catástrofes para todos pero no hay gobierno para tanta catástrofe. Lo único que tiene el Gobierno son las mismas caras para poner siempre, la cara de Simón tejiendo con sus gafas de tejer, la de Illa dando la cabezada, la de Ábalos como un revisor del tren, la de Marlaska como un segurata con jerga de walkie, la de Sánchez coronando su grácil curva praxiteliana, y también la de Montero cabreada.

El Gobierno sólo tiene las mismas caras y la misma solución, repartir la catástrofe como un mendrugo y aparecer sólo para inaugurarla, sancionarla o recriminarla, que es cuando Sánchez baja de los coches o sube a los atriles con lentitud, frufrú y poder de Papa, que es un poder como sólo refranero: que cada palo aguante su vela, y cada uno en su casa y Sánchez en la de todos. Si se puede repartir el bicho, se puede repartir el cielo y se puede repartir todo, en Madrid o donde sea. Pero el Gobierno de una nación no debería ser sólo refranero y repartidor, como un mandadero de barrio. Ya por eso solamente, España entera es zona catastrófica.

Habría que declarar zona catastrófica no sólo Madrid, que es ahora como un invernadero rococó roto a pedradas, sino toda España. Si Sánchez se resiste y María Jesús Montero se enfada sobre su propio enfado perenne, como esas señoras que se cierran la rebeca ya cerrada, no es porque a Madrid le falte para llegar a la catástrofe, sino porque el Gobierno no tiene para tantas. A Madrid sólo se puede llegar en globo o en velero, por Madrid sólo puede uno moverse a espaldas de un esquimal, en Madrid han visto perseguir hogazas y prenderse todo de anafes como si siguiera la Navidad de los pastores y los lobos, y aún les resulta extraño o provocador que se pida la zona catastrófica. Y que la pida Ayuso, además, que se supone que debe cumplir con ese papel que le dio la izquierda, el de ser a la vez como la florista y el King Kong de la calle de Alcalá. Pero no, Montero se enfada, y es porque ya son muchas catástrofes y ellos sólo tienen un guapo para todo, como si fuera el butanero de toda España.  

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