Se les llena la boca a los progres, y es una de sus principales señas de identidad política, con el sistemático uso de “lo público”: una especie de frase mágica, incuestionable, y panacea universal para resolver cualquier asunto ya sea real o inventado.
"Lo público" se convierte así en un criterio de demarcación frente a “lo privado” propio de los liberales, los conservadores, la derecha y, por tanto para los más cabezas-huecas, de los fascistas.
En su delirio ideológico, nuestros progresistas –no los europeos de referencia, como veremos– confunden los servicios que se financian con los presupuestos generales del Estado con su materialización también por la función pública.
Nadie habrá oído jamás a un progresista utilizar la palabra eficiencia; su credo solo incluye la palabra gasto, que sacralizan hasta el punto de que “cuanto más mejor”, incluso si como sucede habitualmente cada vez se prestan peores servicios públicos con más recursos financieros. Si en el pasado, con un menor volumen de gasto y endeudamiento público la confusión del origen y materialización del gasto se pudo mantener, ahora es ya imposible de defender. Y la razón es muy clara: el Estado es mucho más ineficiente que las empresas en la gestión de los recursos. Por tanto cuanto más gasto público sea gestionado directamente por el Estado, menos y peores servicios recibirán los ciudadanos.
¿Alguien puede sostener que la magnífica gestión de la recogida de basuras en la ciudad de Madrid, que incluye sin fallo todos los días del año, podría ser llevada a cabo al mismo nivel de excelencia –directamente por el ayuntamiento- y con menor coste? ¿Quién se atrevería a dar marcha atrás a la externalización de servicios públicos sanitarios que permiten que nuestra sanidad pública funcione razonablemente bien? ¿Saben nuestros progres que en Europa del norte son los ciudadanos “privados” quienes tienen –por obligación legal- que limpiar sus aceras en vez de esperar que lo hagan los empleados públicos? ¿Saben que en Cuba el transporte es necesariamente público e incluso gratuito, cuando existe; casi nunca? ¿A quién se le ocurre –salvo al dogmatismo progre– cuestionar que nuestras farmacias puedan vacunar, por el solo motivo de ser privadas?
El Estado moderno con la imprescindible contribución de los socialistas de todos los partidos se ha convertido en un grandísimo elefante artítrico cuya alimentación es cada vez más costosa y sus servicios menos eficientes.
¿A quién se le ocurre –salvo al dogmatismo progre– cuestionar que nuestras farmacias puedan vacunar, por el solo motivo de ser privadas?
Es un lugar común entre los países mas serios y responsables hacer autocrítica del “Estado de bienestar” con una conclusión incuestionablemente compartida: su posible mantenimiento solo será posible mediante amplias y persistentes mejoras de la eficiencia; es decir, haciendo igual o más con menos. La presión fiscal y el adicional endeudamiento público no pueden seguir aumentando sin fin en una economía globalizada, de manera que no queda otro remedio que volcarse en la “eficiencia”, esa palabra que recuerda a la cruz que ahuyentaba a lo demonios en nuestros libros infantiles cuando se le muestra a nuestros progres.
Frente a este gran desafío España puede elegir dos caminos: el austral y muy fracasado modelo argentino o el boreal escandinavo. Se atribuye a Eva Perón aquello –y ahora muy de moda progre en España– de que “cualquier necesidad social es un derecho”, una frase tan demagógica como contraria a los hechos históricos. Y es que el coste de los derechos hay que financiarlo….¿con políticas económicas que llevan a sucesivas quiebras de la economía y a su persistente retraso.?
Los países escandinavos con Suecia a la cabeza fueron los mas progresistas del planeta, tanto que llegaron a bordear el precipicio, eso sí, con tiempo de poder dar marcha atrás. Los excesos socialistas del Estado sueco –que nuestros progres quieren repetir aquí- condujeron a ser “el único país bananero del mundo que no producía bananas”, según un –luego muy famoso– titular de la prensa sueca. En los años 90 del pasado siglo, el déficit fiscal, el endeudamiento público, la inflación, el valor de su moneda, el crecimiento económico y el desempleo alcanzaron límites insoportables….y propios de los “países bananeros” tercermundistas.
He aquí lo que sucedió allí, según recogió Mauricio Rojas en su libro Reinventar el Estado de Bienestar (2008):
· En el periodo 1870-1950 Suecia lideró con Suiza el crecimiento económico mundial, gracias a una reducida carga tributaria y una economía de libre mercado.
· En el periodo 1965-1995, el PIB per cápita sueco que llegó a representar más del 80% del de EE UU decayó a poco más del 70%, pasando de la cabeza a la cola de el ranking de países ricos. La carga tributaria como porcentaje del PIB ascendió del 25% a más del 55%.
· Un creciente desempleo junto con una extraordinaria expansión del empleo público fueron compañeros del viaje a la crisis del Estado benefactor.
· La salida de la crisis sueca vino de la mano del equilibrio presupuestario —lo que conlleva menos y mayor eficiencia del gasto público— y la mejora de la competitividad de su economía.
· Suecia se ha convertido ahora en un Estado posibilitador del bienestar social, en vez de un exclusivo financiador y productor de servicios públicos como venía siendo.
· Un pujante capitalismo del bienestar presta servicios públicamente financiados.
· Los seguros privados de paro y de enfermedad están cada vez más generalizados.
· El cheque escolar es una exitosa realidad, junto con la mejora de la calidad de la enseñanza en competencia pública y privada.
· La privatización de la prestación de servicios sanitarios ha posibilitado una nueva “industria de exportación”: grupos empresariales que reproducen en otros países sus buenas prácticas en Suecia.
· En materia de pensiones, una inteligente combinación de criterios de reparto y capitalización, junto con incentivos al retraso de la jubilación, han dejado de hipotecar —como en España— las rentas de las generaciones venideras para pagar las pensiones de hoy.
Como consecuencia de la metamorfosis de su estado del bienestar, Suecia ha vuelto a crecer y crear empleo mientras disfruta de una realidad macroeconómica sólida y equilibrada.
Por todo lo escrito, no deja de ser curiosa la afición de nuestros progresistas en imitar a la muy alejada y fracasada Argentina en vez de fijarse en la próxima y exitosa Suecia, en la que cada vez más los servicios públicos se prestan crecientemente y mejor por empresas privadas. La única explicación –bienintencionada– es que nuestra progresía sigue manejándose con sentimientos primitivos ajenos a la realidad, además de viajar poco y leer –cosas útiles– aún menos.
Se les llena la boca a los progres, y es una de sus principales señas de identidad política, con el sistemático uso de “lo público”: una especie de frase mágica, incuestionable, y panacea universal para resolver cualquier asunto ya sea real o inventado.
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