Podemos se cabreaba en la oposición y se cabrea en el Gobierno, quizá porque lo suyo no es más que un cabreo sostenido hecho forma de vida, de arte y de promoción, como el cabreo de Beethoven. Es un cabreo fundacional pero inútil, una forma de política que no sirve ni siquiera para la venganza, sólo para la fantasía. Podemos iba a poner en su sitio a las eléctricas, que te anuncian con un girasol sonriente los sablazos y tienen en nómina a más ex presidentes y ex ministros que electricistas, pero resulta que hasta Garzón te saca el mismo girasol para explicarte que el recibo de la luz siga subiendo. Con Podemos también iba a caer la monarquía, apenas viéramos cómo le sienta a Iglesias el traje ciudadano, ese traje de viajante planchado con la ducha, pero al final la monarquía es más popular que nunca. Para disimular su inutilidad, lo que hace Podemos es cabrearse más, cabrearse con el PSOE, cabrearse con soponcio y con tetera. Pero es un cabreo y un soponcio para la platea.
La relación de Podemos con el PSOE es ambigua, cruel, irónica y cómica, como la relación de los Roper, pero ya saben que el que la lleva la entiende. Tendemos a pensar en el Gobierno, siendo ingenuos y literales, como en un simple órgano para la gobernanza, una especie de puente de mando de madera buena y capitán gallardo que nos lleva, bien o mal, a algún sitio. En realidad, se parece más a un escenario o a un plató donde el objetivo es la atención, y eso se consigue con conflicto, con drama, con giros, con identificación de roles y proyección de deseos y odios. Vemos al país comido por el bicho y vemos a un Gobierno que cuando se sienta en la mesa de la Moncloa parece dos navíos de línea apuntándose, así que decimos que la cosa no funciona, que es un matrimonio mal avenido, que es un caos, que es un gallinero. Lo que es en realidad es una representación.
Podemos se cabrea con el PSOE y el PSOE embrida a Podemos, con lo que los dos quedan bien con su parroquia, con su público de teatro, que según Fernán Gómez “son unas señoras” y a lo mejor es cierto incluso en política: son unas señoras de Ferreras o de Cintora o de Gabilondo, al que por cierto ya le cansa el mundo y el periodismo (a mí me empachan mucho los frailes del periodismo y por eso prefiero a los profesionales, los que nunca se van a quedar sin tema ni ganas porque siempre pasan cosas interesantes y además no tener tema significa no comer). Para que Ferreras dirija por la mañana ese tráfico de volquetes que parece dirigir con las manos, o para que Gabilondo se sienta motivado o gregoriano, o por el contrario se vea incapaz de contar el mundo y prefiera pasar a contar sus digestiones o sus lecturas pequeñas y vanidosas de señor de Königsberg; para todo esto decía, y también para mí y para ustedes, Podemos se desmaya con la tetera en la mano y el PSOE lo desprecia como un galán de Pasión de gavilanes. Donde nosotros vemos tragedia y caos ellos sólo ven una platea de calvas y abanicazos.
Para disimular su inutilidad, lo que hace Podemos es cabrearse más, cabrearse con el PSOE, cabrearse con soponcio y con tetera
El cabreo, la sospecha, el reproche, todo va y viene con su cadencia de bolero, que es de lo que se trata. Sánchez sujeta a Iglesias, o sea que la izquierda centrada, con su moderación de voz de pito, aún cabalga sobre la fuerza histórica y cereal del pueblo, del obrero, del pobre e incluso de ese oyente con conciencia pantufla de Gabilondo, pero sin rendirse al frikismo. Sánchez quiere su mayoría, quiere su Frankenstein, y eso no es un objetivo cualitativo sino cuantitativo, contar los escaños como los cañones de un galeón. Podemos, por su parte, no quiere vencer a las eléctricas ni a la monarquía, sino demostrar que es imposible vencerlas desde el sistema. Pero para eso necesita estar en el sistema, ir nidificando el sistema, y eso significa aguantar en el paripé y exagerar los soponcios.
Podemos no puede ir haciendo la revolución porque entonces se queda sin revolución, o sea sin pilas. La revolución siempre es un horizonte. Incluso cuando parece que ha triunfado, sigue siendo un porvenir continuamente frustrado por el enemigo. Por eso nunca hemos visto un paraíso revolucionario, sólo su miserable búnker de pobreza y pesadilla resistiendo a costa de la ruina económica y humana. Podemos no puede rebajar el recibo de la luz dentro del propio sistema capitalista, porque sería tanto como admitir que el capitalismo se puede moderar y que lo de los girasoles con carita de las eléctricas era cierto. Lo que hay que decir es que el precio de la luz sigue siendo culpa del capitalismo, al que no puedes vencer desde dentro. Tampoco puedes investigar al rey manirroto porque el “sistema” siempre lo impedirá.
Ni una eléctrica con corazoncito ni un rey con una multa le sirven de nada a Podemos. Le sirve más el cabreo creciente, inacabable y nunca satisfecho. La inutilidad de Podemos es sólo la inutilidad del sistema, así que no les importa. El cabreo de Podemos es sólo la fuerza del PSOE, así que les encanta. Los dos tienen lo que quieren y la platea de calvos y señoras aplaude. Tanto, que lo mismo Gabilondo aún termina lanzándose sobre el público como un roquero acabado.
Podemos se cabreaba en la oposición y se cabrea en el Gobierno, quizá porque lo suyo no es más que un cabreo sostenido hecho forma de vida, de arte y de promoción, como el cabreo de Beethoven. Es un cabreo fundacional pero inútil, una forma de política que no sirve ni siquiera para la venganza, sólo para la fantasía. Podemos iba a poner en su sitio a las eléctricas, que te anuncian con un girasol sonriente los sablazos y tienen en nómina a más ex presidentes y ex ministros que electricistas, pero resulta que hasta Garzón te saca el mismo girasol para explicarte que el recibo de la luz siga subiendo. Con Podemos también iba a caer la monarquía, apenas viéramos cómo le sienta a Iglesias el traje ciudadano, ese traje de viajante planchado con la ducha, pero al final la monarquía es más popular que nunca. Para disimular su inutilidad, lo que hace Podemos es cabrearse más, cabrearse con el PSOE, cabrearse con soponcio y con tetera. Pero es un cabreo y un soponcio para la platea.
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