Uno gobierna o no gobierna, uno gobierna mal o gobierna bien, pero cogobernar es la pereza, es la abdicación, es la cobardía, es la jaquequita del señorito, es el bostezo de su mastín que se le acaba pegando, es la palangana bíblica para aquellas manos de cofradía sevillana que nos enseñaba la propaganda al principio: “Las manos del presidente marcan la determinación del Gobierno”. La cogobernanza era una excusa pero sobre todo es una mentira: cogobernar implicaría que Sánchez hiciera, decidiera, discurriera algo. Él lo que ha hecho es abandonarlo todo y dedicar la determinación de esas manos romanas a la manicura y a que se le arruguen en la bañera de bronce. Ya ni se puede hablar de cogobernanza, desde que los cogobernantes o cogobernados, hartos, desbordados, desconcertados, han reventado el paripé. Y ni siquiera entonces se ha puesto Sánchez a pensar si lo que piden las autonomías es conveniente o urgente, sino que ha recurrido al Supremo para que le aclare el ámbito legal de su propia pereza.
Sánchez no está ahora para levantarse de su triclinio o su silla de fraile, una cosa trabajosa o incluso impensable, como si se levantara una estatua de una procesión de la Santa Cena. Sánchez no va a hacer ahora otro decreto para adelantar el toque de queda ni para nada por lo que tenga que volver a coger el tintero. Sánchez no va a ponerse a discurrir nada nuevo, que ya discurrió bastante para tener un estado de alarma que le durara un año sabático, que es lo que parece lo suyo, un año sabático de actor en el Himalaya. La tercera ola ha sido, como decíamos ayer, otra cosa meteorológica y también bíblica, como el anticiclón de las Azores que les ponía aureolas antiguas a los hombres del tiempo antiguos. Sánchez parece decirnos que contra el virus, como contra el anticiclón de las Azores, ya está todo inventado. Y que el virus y las riadas son cosas de bombero municipal. Así que para qué se va a levantar él.
La cogobernanza es que el Gobierno ni gobierna ni deja gobernar, sólo se preocupa por dejar una distancia suficiente entre él y el desastre
La cogobernanza era no despertar a Sánchez en su siesta terapéutica, en su trabajo de dormir, como un portero nocturno. En esta cogobernanza, las autonomías lo hacen todo pero sólo dentro de lo que les deja el Gobierno, mientras que el Gobierno no hace nada pudiéndolo hacer todo. Es más, si el Gobierno no lo hace, es precisamente por respeto a los cogobernados, incluso aunque esto signifique que los cogobernados no puedan hacer lo que necesitan, lo que piden, lo que suplican. Éste es el absurdo, éste es el desequilibrio, ésta es la flojera. La cogobernanza es que el Gobierno ni gobierna ni deja gobernar, sólo se preocupa por dejar una distancia suficiente entre él y el desastre, una distancia como entre la alcoba y la cocina, que amortigüe los incendios y los pasos. La cogobernanza es que las autonomías tienen margen suficiente para fracasar en la gestión y que Sánchez tiene margen suficiente para que ese fracaso no le chamusque el batín ni le mueva el almohadón del hueco escultórico de sus riñones.
Las autonomías se dan cuenta de que no es suficiente un toque de queda con horario de sereno o de niña con novio, ni cerrar o estrechar los bares, ni quitarle el tabaco a la gente como a los presos, ni confinar barrios o ciudades tañendo campanas como cuando viene el lobo. Pero no es ya que falten medios o herramientas, es que falta una estrategia nacional para un problema que es nacional. Lo que ocurre es que Sánchez no quiere problemas, sólo paseos, paipái y adoración, como en esas videoconferencias de pretensiones artúricas que hace él con los presidentes regionales. Allí le piden cosas pero Sánchez se comporta como un santo al que le rezan para un examen de autoescuela, o sea más fastidiado que impotente o sobrepasado.
Si no hace falta más contra el virus es porque Sánchez ya decretó que no hacía falta más contra el virus, como ya no hace falta inventar más contra el pecado. Sánchez tendría que rehacer su propia teología para moverse de ahí, y es lo que ha pedido al Supremo, que le confirme que no tiene por qué moverse de ahí. Sánchez no se plantea si sería beneficioso adelantar el toque de queda, o declarar confinamientos domiciliarios selectivos. Tampoco se plantea si es ético, o siquiera eficaz, que la estrategia de vacunación parezca un calendario de patronas o una competición de feria de ganado. Sólo se plantea, perezosamente escolástico, si lo que él ató puede ser ahora desatado por un baroncillo, si acaso va a tener que levantarse a corregir eso, como el que tiene que levantarse a por el diccionario.
El bicho parece ahora un jaleo de criados y barberos preparando sangrías y sacudiendo colchones alrededor de un Sánchez con pereza de domingo. Adelantar el toque de queda da pereza como poner en hora todos los relojes del palacio. Redactar otro decreto de estado de alarma da pereza como hacer una declaración de la renta. Pensar ahora algo nuevo, cuando ya están las vacunas con su esperanza de pobre y de flaco como la leche en polvo, da pereza como de batir el colacao. La misma cogobernanza era esa pereza de no lavarse del todo las manos con la pandemia. Aun así, salir de esta cogobernanza da también pereza, como quitarse el pijama. Por no tener que hacerlo, Sánchez le pide al Supremo que le aclare precisamente el ámbito de su pereza. Y todo esto, seguramente, es ya el colmo de la pereza.
Uno gobierna o no gobierna, uno gobierna mal o gobierna bien, pero cogobernar es la pereza, es la abdicación, es la cobardía, es la jaquequita del señorito, es el bostezo de su mastín que se le acaba pegando, es la palangana bíblica para aquellas manos de cofradía sevillana que nos enseñaba la propaganda al principio: “Las manos del presidente marcan la determinación del Gobierno”. La cogobernanza era una excusa pero sobre todo es una mentira: cogobernar implicaría que Sánchez hiciera, decidiera, discurriera algo. Él lo que ha hecho es abandonarlo todo y dedicar la determinación de esas manos romanas a la manicura y a que se le arruguen en la bañera de bronce. Ya ni se puede hablar de cogobernanza, desde que los cogobernantes o cogobernados, hartos, desbordados, desconcertados, han reventado el paripé. Y ni siquiera entonces se ha puesto Sánchez a pensar si lo que piden las autonomías es conveniente o urgente, sino que ha recurrido al Supremo para que le aclare el ámbito legal de su propia pereza.
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