El vicepresidente segundo del Gobierno ha cabreado a casi todo el mundo por comparar a Carles Puigdemont con los exiliados del franquismo en su entrevista del domingo en La Sexta.

Ha cabreado a los partidos del centro derecha, a dirigentes del PSOE, del PSC y, por supuesto, a los que sí saben por experiencia propia qué fue el exilio tras la victoria de Franco.

La equiparación del vicepresidente no solo significa una burda falsificación de los hechos (quiero ver a los soldados anti fake news poniendo a caldo al líder de Podemos por comparar el lujoso retiro de Puigdemont en Bélgica con el humillante encierro de los exiliados españoles en campos improvisados de prisioneros en las playas francesas), sino que implica algo aún más grave: el desconocimiento absoluto de lo que es un estado de derecho.

Al afirmar que Puigdemont "se ha jodido la vida por sus ideas políticas", el vicepresidente cuestiona la causa real por la que el ex presidente de la Generalitat se encuentra en Waterloo, que es, ni más ni menos, que por haber intentado dar un golpe contra la legalidad, contra la democracia, malversando para ese fin fondos públicos. Pablo Iglesias actúa como si la sentencia de la Sala Segunda del Tribunal Supremo no existiera o, peor aún, como si hubiese sido dictada por el Tribunal de Orden Público de Franco.

Iglesias le da la razón a los independentistas cuando afirman que fueron condenados por sus ideas, no por haber cometido graves delitos. Pero en España, señor vicepresidente, no hay gente en la cárcel por sus ideas desde hace mucho tiempo. Otra cosa es que usted no quiera enterarse o que no le interese enterarse.

Al decir que Puigdemont "se ha jodido la vida por sus ideas" olvida la sentencia del Supremo y da la razón a los independentistas, que cuestionan que España sea una democracia

Probablemente a uno de los pocos a los que ha hecho feliz con su entrevista ha sido al propio Puigdemont. Sus confesiones en La Sexta le han sonado a música celestial al líder independentista. Su agradecimiento se convirtió en gorjeo a eso de las 14 horas de ayer: "La criminalización y deshumanización de los disidentes políticos es una actitud incompatible con la democracia. @PabloIglesias se ha desmarcado de la orquesta narrativa", se congratuló el huido.

Por supuesto, el jefe de Podemos defendió la salida inmediata de prisión de todos los condenados del procés y que se suspenda su inhabilitación para que puedan hacer campaña en las elecciones catalanas. El presidente en funciones de la Generalitat, Pere Aragonés, le tomó la palabra de inmediato y le preguntó qué va a hacer el gobierno para arreglar el entuerto. "¿Para cuando la amnistía?", se preguntó en tuiter.

Con sus provocadoras declaraciones, Iglesias ha evidenciado una vez más su deslealtad institucional. Le importa un rábano si con sus palabras le complica la vida al Gobierno o da alas a los que quisieran volver a repetir el plan para implantar una república independiente en Cataluña. Todavía no se ha enterado de que formar parte de un Gobierno conlleva ciertas servidumbres y que no puede seguir actuando como si fuera un simple agitador profesional.

Lo peor para Iglesias es que sus salidas de tono ya ni siquiera sirven para excitar a sus cada vez más escasos votantes. El líder de UP se ha convertido en sólo un año en una mosca cojonera que solo se sostiene porque sus 35 escaños le son vitales al presidente para seguir siéndolo. Patético.

El vicepresidente segundo del Gobierno ha cabreado a casi todo el mundo por comparar a Carles Puigdemont con los exiliados del franquismo en su entrevista del domingo en La Sexta.

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