Para un viudo que, en 1972, perdió a su mujer y a su hija en un accidente de tráfico, no había nada más importante que estar, cada noche, junto a sus otros dos hijos pequeños en su hogar de Wilmington, en Delaware. Por eso no había ni una noche en que el senador Biden dejara de llegar puntual a su cita, desde Washington a su casa, ni una mañana que llegara tarde desde Wilmington a su trabajo en el Capitolio. Y lo lograba mediante un tren de cercanías, el Amtrak, que une ambas ciudades -con seis paradas- en una hora y media (en coche se tarda más). Son noventa minutos en los que el joven senador preparaba discursos, propuestas y podía hablar con la gente de a pie que viajaba, como él, por trabajo. Lo hizo durante 36 años, sin pausa, lo que le valió el apodo de Amtrak Joe entre sus colegas de la Cámara Alta estadounidense. En 2011, además, la propia estación de Wilmington pasó a llamarse Joseph Biden.
Para una persona que ama el tren -ya que considera que ayuda al medio ambiente y que le permite conocer de modo tranquilo el día a día de la gente- ese mismo Amtrak era el que quería usar para llegar hoy a Washington y prestar juramento como presidente. Era el símbolo que unía su vida personal y su vida política, que ejemplificaba su ambición por llegar a lo más alto junto a las terribles derrotas que ha sufrido a lo largo de su vida. Llegar en tren era una alegoría a su trayecto vital.
Esta no es una investidura más, sino que la llegada de Biden a su propio juramento presidencial está envuelta en una grieta que divide y polariza a la ciudadanía
Pero hoy, para llegar a un Capitolio rodeado por 25.000 miembros de fuerzas de seguridad y con alambradas y muros de dos metros, el servicio secreto le ha obligado a usar un avión. Y esto ya denota, de por sí, que esta no es una investidura más, sino que la llegada de Biden a su propio juramento presidencial está envuelta en una grieta que divide y polariza a la ciudadanía.
Es la grieta que abrió Trump y que no se ha cerrado. Es la grieta que se reabre al pensar que el 86% de los votantes republicanos no considera que sea un presidente legítimo. Es la grieta que se abre de par en par cuando Trump, en su mensaje de despedida, dice que "el movimiento que iniciamos apenas está comenzando".
Sólo hay algo que pueda construir puentes para unir esa grieta que no cesa de aumentar su distancia entre orillas y es la capacidad del nuevo presidente de aprovechar seis características, suyas o en el contexto actual, que no tenían sus predecesores:
1.La mayoría demócrata de las Cámaras. Esto le permitirá aprobar numerosas leyes que pueden suponer un antes y un después en propuestas progresistas. Durante los dos primeros años de legislatura, en los que tendrá seguro esa mayoría, deberá ejecutar la mayoría de sus propuestas. Biden no será un presidente de transición. No puede serlo con esa mayoría histórica.
2. La experiencia. Lo que suele verse negativamente, ante una creciente desafección política y un auge de los/as outsiders, puede precisamente irle bien. Biden lleva 50 años en política, junto a demócratas y republicanos, en las bambalinas de tensas negociaciones. Conoce a mucha gente y sabe cómo lograr consensos y mayorías.
3. La moderación. Biden era un político moderado, ha sido un candidato moderado y va a ser un presidente moderado. Y eso no sólo lo aproximará a algunos republicanos, sino que también menguará las críticas hacia su gestión. Alguien más a la izquierda habría sido un freno al acercamiento entre ambas ideologías y, de hecho, sería una excusa clara para el aumento de la polarización y de la grieta. En cambio, Biden podrá hacer incluso los mismos cambios o propuestas sin tantas críticas, ni ser acusado de revolucionario.
4. La urgencia. Lo que podría parecer un hándicap puede servirle para curar heridas. Hacer olvidar el legado de Trump, que debería ser su máxima prioridad, significa hacer política desde ya y significa no hablar de él ni convertirlo en mártir. Por ello, sus propuestas más impactantes deben producirse cuanto antes. La lucha contra la pandemia, con su estímulo para empresas, pero también la vacunación masiva, así como decisiones más simbólicas, como devolver a Estados Unidos a la senda multilateral o a medidas a favor del medio ambiente, será lo primero que haga, tal como ha anunciado.
5. La necesidad. Biden no podrá mantener el gobierno demócrata frente a una política ultrapolarizada. Necesita ponerle freno a las palabras hirientes y a la oratoria incendiaria. Lo ha demostrado estas semanas al no atacar directamente a Trump, y lo va a seguir necesitando en su primer año. Todo lo que sea aumentar la polarización generará una mayor grieta y, por ende, más ruido mediático que eclipse el resto de iniciativas o convierta en guerra cultural las decisiones de su gobierno (por ejemplo, que quien use mascarilla sólo sean los demócratas).
6. El olfato. Siempre ha sabido entender cómo cambia el mundo y cómo subirse a la ola del cambio, cuando era el momento. Un buen ejemplo fue su apoyo al matrimonio homosexual, antes incluso que el progresista Obama. Ese olfato le va a hacer más falta que nunca para entender lo que puede o no puede aprobar, y lo que es más o menos prioritario en sus políticas, y si debe tener un postura más o menos conservadora.
Si lo que se busca es construir puentes, Joe Biden es, a priori, la persona correcta en el momento correcto de la historia estadounidense. Se necesita un presidente tranquilo, que sepa generar consensos, que sea ambicioso pese a lo duro que sea el día a día, que conozca a la gente, y a quien le encante reflexionar cada paso, como hacía cada día mirando desde la ventana del tren.
Hoy empieza su viaje más importante.
Xavier Peytibi es consultor político en Ideograma y autor de Seis lecciones que explican la victoria de Donald Trump y coautor con Sergio Pérez-Diáñez de Cómo comunica la alt-right. De la rana Pepe al virus chino.
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