La máxima autoridad militar, el jefe del Estado Mayor de la Defensa (Jemad), ha dimitido tras conocerse que se había saltado los protocolos establecidos por Sanidad para vacunarse de los primeros. El general Miguel Ángel Villarolla ha empañado su brillante hoja de servicios y engrosado la lista de políticos y altos funcionarios que se han aprovechado de su posición de privilegio para acceder a la vacuna contra el coronavirus antes que otros que la necesitan con mayor urgencia. Mientras esto ocurre, un grupo de autodenominados influencers convocan una manifestación en Madrid para cuestionar, entre otras cosas, la utilidad de la vacuna.
Como relata Ignacio Encabo en el reportaje que publica El Independiente, el negacionismo no es cosa de cuatro locos. Las tesis que ponen en duda el origen de la pandemia así como las vacunas desarrolladas por las multinacionales farmacéuticas más punteras han encontrado eco entre intelectuales, artistas y colectivos médicos de todo el mundo ¿Cómo es posible la eclosión de movimientos que cuestionan los avances médicos en pleno siglo XXI? ¿A qué responde este auge del escepticismo pseudo científico?
Situémonos por un momento doce meses atrás, en enero de 2020. Si a cualquiera de nosotros nos hubieran dicho que un virus se iba a expandir por todo el mundo, iba a provocar millones de muertos, nos iba a obligar a vivir recluidos en nuestros hogares y, además, iba a causar una recesión económica global de proporciones desconocidas, hubiéramos pensado que se trataba de una distopía propia de un relato de ciencia ficción.
La sociedad en la que vivimos, sobre todo los países desarrollados, se caracteriza por la seguridad y por la confianza ciega en el llamado estado de bienestar. Un estado que cuenta con potentes sistemas sanitarios, a los que los estados destinan una parte sustancial de sus presupuestos y en los que se emplean miles de personas.
Las pandemias son propias de la Edad Media y se producían en circunstancias muy distintas a las que se dan en la actualidad: unos conocimientos médicos muy limitados, falta de higiene, miseria generalizada... La peste, la brujería, e incluso la Inquisición forman parte de un mundo dominado por la religión, en la que todavía no existía la idea del estado y aún no se habían desarrollado las ciudades.
La escasa incidencia de otras pandemias, como el brote del SARS en 2002, permitían a nuestras autoridades científicas mirar por encima del hombro a esta nueva modalidad, el Covid-19. Hace ahora diez meses que el doctor Simón dijo aquello de que en España, todo lo más, habría uno o dos casos. Y todos, yo incluido, le creímos.
Una gestión desastrosa, una información contradictoria por parte de gobiernos y organismos como la OMS y el acceso a través de las redes a teorías conspiratorias han hecho posible el resurgir de los nuevos chamanes
Así que ya tenemos la primera base sobre la que se asienta el escepticismo pseudocientífico. La seguridad, las verdades absolutas, la OMS y las predicciones del doctor Simón han saltado por los aires.
La desconfianza en unos gobiernos que no sabían que hacer, en unos científicos que se contradecían, en una gestión penosa de la pandemia, aumentó exponencialmente la cantidad de gente que hay siempre dispuesta a comprar la primera superchería que se pone delante de las narices. Y eso ha sucedido cuando internet, las redes sociales, etc. ponen a disposición de todo hijo de vecino la posibilidad de encontrar las respuestas más adecuadas a las filias y fobias de cada uno ¡Anda que no hemos recibido consejillos milagrosos por whatsapp de gente bien intencionada!
Nos hemos llevado tantos palos, nos han dicho tantas cosas contradictorias (que si ahora hay que llevar guantes y no mascarillas; que si ahora que ya las hay en las farmacias si que hay que llevar mascarillas y no guantes; que no hay que ir a los hospitales y tomar Paracetamol; que no que no, que hay que ir al hospital porque si no se pueden producir unas neumonías irreversibles; que si confinar era lo mejor, o que no hay que confinar,...) que no es extraño este renacimiento de chamanes y virólogos de medio pelo.
El día 23 de enero se cumple justo un año desde que se confinó la ciudad de Wuhan ¿Se acuerdan de aquellas imágenes en las que se veía cómo los chinos construían un hospital a toda pastilla? ¡Qué lejano parece todo!
Pues bien, queridos lectores, hoy en Wuhan el virus es ya sólo un triste recuerdo. Las calles están llenas, no hay toques de queda, e incluso las discotecas están llenas de gente... ¡sin mascarilla! Sólo el mercado de Huanan, donde se supone que se originó todo, permanece cerrado.
Todavía no sabemos a ciencia cierta cual fue el origen de la transmisión del virus, un virus que se supone transmitido por los murciélagos. No hay mayor evidencia de esa duda razonable que esa expedición de expertos enviada por la OMS y que, tras denodados intentos, se encuentra en estos momentos en la ciudad china. Eso sí, por ahora sus miembros están confinados. No es que la OMS provoque una especial tranquilidad en la ciudadanía, pero al menos hay que darle otra oportunidad.
La convicción generalizada, incluso entre los propios habitantes de Wuhan (los que hablan a condición de que no se mencionen sus nombres para no ser detenidos), es que las autoridades chinas mantuvieron durante demasiado tiempo el secreto de lo que allí estaba pasando. Cometieron el mismo error que los dirigentes soviéticos cuando se produjo el desastre de Chernóbil. Cuando informaron de la explosión de la pandemia era ya demasiado tarde, ya se había expandido por todo el planeta.
Pero hay que quitarse el sombrero ante la efectividad con la que el régimen comunista de Xi Jinping ha gestionado la crisis. Los contagiados en un país de 1.300 millones de habitantes son apenas unos miles. La recuperación ha sido milagrosa. El PIB chino creció en 2020 un 2,3%, mientras que, según el FMI, en Estados Unidos cayó un 4,3% y en la Eurozona se desplomó hasta ¡un 8,3%! Como diría Pablo Iglesias, es la demostración palmaria de que, con un poderoso Estado, todo funciona mejor ¡Bien por Jinping!
Creo, sinceramente, que no existe una conspiración para modificar nuestro ADN, y dudo de que Bill Gates quiera colocarnos un chip en nuestro cerebro para controlarnos. Es más, creo que Pfizer, Moderna e incluso el CSIC han hecho un esfuerzo loable por encontrar vacunas eficaces. Sí, ¡hay que vacunarse! Respetando, naturalmente, los protocolos y sin colarse, aunque uno crea que lo se lo merezca.
Pero si las autoridades están preocupadas por el resurgir de las teoría negacionistas deberían mirarse al espejo, porque la respuesta está en una gestión desastrosa y en una desinformación trasmitida desde los propios gobiernos.
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