El efecto Illa quizá es que hablemos del efecto Illa, porque ha salido en el CIS, que es como el espejo de tenor ante el que ensaya Sánchez, o porque lo han presentado ya en precampaña, entre rojos de celofán de sex shop. Pero yo creo que el efecto existe, igual que existe el efecto túnel, a pesar de que parezca violar las leyes del sentido común. El efecto Illa es que un personaje siniestro vuelva allí donde la política es más siniestra, Cataluña, y triunfe como un indiano frugal viudo de España, viudo de ministerio, viudo de cualquier otra cualidad aparte de su luto casadero. A Illa no le pueden premiar la gestión, que ha sido ceniza y cínica, pero en Cataluña ya no importa la gestión, sino la sucesión circular de ceremonias de melancolía, inevitabilidad, duelo y contrición. Algo que parece hecho para Illa.
Illa, reverendo del luto, mayordomo de frunces y cortinillas negros, es perfecto para apretar el sombrero de lluvia entre las manos y dar cabezadas de reloj de cuco ante el nacionalismo, pidiendo disculpas como hace siempre el PSC desde Obiols, pero mejor que nunca, con ese entrenamiento como de ballet que le ha dado el virus para lo tétrico. El efecto Illa no es más que la cadencia pendular de Cataluña, y hasta en eso le viene bien el ministro, que parece el péndulo de un alto y lúgubre reloj de columna (Illa, en general, vive en el campo metafórico de los anticuarios, los taxidermistas y los fabricantes de autómatas de feria siniestros). Con lo de la cadencia pendular quiero decir que hemos visto a gran parte de Cataluña, sucesivamente, extasiarse o sacudirse ante la raza megalomaníaca, ser sometida por la realidad, pasar un proceso de duelo y reafirmación (como la secta a la que le falla el fin del mundo), y por fin negociar con el posibilismo ajeno o propio hasta que llegue la siguiente catarsis o retortijón. Ahí es donde pega Illa, negociador por empatía o por aburrimiento, como un dependiente de departamento de caballeros.
Illa, el moderado, el educado, es capaz de aceptar con toda naturalidad que la fecha de las elecciones catalanas dependa de alguien que es candidato en esas elecciones, o sea él mismo"
Esta gran parte de Cataluña a la que me refiero no tiene por qué ser sólo la del independentismo, sino que ahí están también el nacionalismo al baño María, el catalanismo de la pela mineral, el pujolismo de meñique tieso, el charneguismo acomplejado, los equidistantes evolianos o podemitas, los guais de la libertad amazónica de los pueblos del mundo y así. Gente, en fin, que todavía ve el nacionalismo no como el peor enemigo de las democracias y de la civilización desde el pasado siglo, no como algo que hay que combatir y refutar, sino como algo que hay que comprender, moderar, suavizar, atraer y contemporizar. Todos ahora necesitan pensar que se perdonan a sí mismos, a su cobardía o a su tibieza o a su impotencia, viéndose perdonados por los demás.
El efecto Illa es eso, llevarles desde la Babilonia de Madrid a alguien que pueda perdonarlos a todos como aventando el botafumeiro de sus palabras y encorvando su figura de perchero lleno de abrigos de cura. Alguien que les diga a tantos catalanes hiperventilados, adventistas, interesados, colaboracionistas, mirones, comodones o simplemente gallinas que en realidad lo han hecho bien (todo y todos), que no han tenido la culpa, o que todos han tenido la culpa y todos se equivocaron en igual medida, como ya ha dicho Sánchez. Alguien que reparta el pecado y prometa olvido e indulgencia, sacramentalmente, a los hipócritas de domingo, incluyendo los propios socialistas. No es la vía intermedia de la moderación, sino la venta de absoluciones, el voto como simonía, un escape para la conciencia por el precio de una papeleta como una velita. Al mismo tiempo, también el PSOE se perdona y se habilita a sí mismo, se perdona por pactar con los sediciosos y se habilita para seguir haciéndolo, pues los díscolos ya han sido recibidos en la gracia sanchista a través de ese perdón.
Illa vuelve a Cataluña como a pescar hombres entre los desencantados, los pecadores, los cobardes y los atormentados, y hay tantos y él acoge tan oscura y macabramente a cualquiera que a esa ganancia y a ese talento le han tenido que poner su nombre. Su fama no la ha ganado por la gestión, porque él sólo ha gestionado cómo sacudirse la ceniza de la epidemia con su cepillo de sastre. La fama se la ha ganado por su pasmo y su actitud de señor de orfeón ante la muerte y la ineptitud. Illa, el moderado, el educado, es capaz de defender con toda frialdad que no se tomen más medidas contra el bicho por evitar que Sánchez se exponga en el Congreso. Illa, el moderado, el educado, es capaz de aceptar con toda naturalidad que la fecha de las elecciones catalanas dependa de alguien que es candidato en esas elecciones, o sea él mismo. Illa, el moderado, el educado, es aún ministro de Sanidad, que ahora es como ser ángel de tumba, pero se va en el pico de la tercera ola a dar discursos de precampaña en reuniones como de tuppersex.
Illa, el moderado, el educado, en realidad es sólo el insecto palo de los muertos. Para hacer de cochero funerario también en la política, para darle la razón al Diablo como se la ha dado a la Parca, para absorber lágrimas, babas y mocos en su solapa/empapador, para apaciguar entre campanadas lúgubres, para negociar pisando musgo de cementerio, todo sin dejar de parecer que te trae una tilita o un huevo pasado por agua, para eso lo han escogido. Eso es el efecto Illa y le pronostico un éxito seguro.
El efecto Illa quizá es que hablemos del efecto Illa, porque ha salido en el CIS, que es como el espejo de tenor ante el que ensaya Sánchez, o porque lo han presentado ya en precampaña, entre rojos de celofán de sex shop. Pero yo creo que el efecto existe, igual que existe el efecto túnel, a pesar de que parezca violar las leyes del sentido común. El efecto Illa es que un personaje siniestro vuelva allí donde la política es más siniestra, Cataluña, y triunfe como un indiano frugal viudo de España, viudo de ministerio, viudo de cualquier otra cualidad aparte de su luto casadero. A Illa no le pueden premiar la gestión, que ha sido ceniza y cínica, pero en Cataluña ya no importa la gestión, sino la sucesión circular de ceremonias de melancolía, inevitabilidad, duelo y contrición. Algo que parece hecho para Illa.
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